En el boxeo, al igual que pasa en la crónica periodística, hay que manejar la noción estética de la sorpresa. Cuando en una noche de la cálida Hábana, el periodista Gay Talese nos presenta a dos prostitutas que fuman y hablan en una esquina poco iluminada, no hace sino invitarnos a pasar al otro lado, donde se prepara el golpe maestro.
Talese arranca su pieza en el rincón más oscuro, desde donde pone a brillar los ojos de las putas que observan a unos hombres haciendo tratos. Uno de los hombres es blanco; el otro es negro. Discuten el precio de unos puros habanos junto a un Toyota rojo que tiene el maletero abierto y cargado con tabaco de estraperlo. El hombre blanco es el propietario del coche y de la mercancia.
El hombre negro lleva camisa hawaiana y una máquina de fotos al cuello. La primera sorpresa llega cuando nos enteramos de que es americano, de Los Ángeles y que se aloja en el Nacional con su amigo Muhammad Alí. De esta manera da comienzo una de las grandes piezas periodísticas de todas las épocas. Un relato con el que, una vez más, Gay Talese hace saltar los resortes del tiempo y de su percepción. Alí en la Habana.
Corría el año 1996 y Gay Talese pertenecía a un pasado que tuvo mejores días, cuando en su pieza más celebre retrató a Frank Sinatra resfriado. Treinta años después de Frank Sinatra Has a Cold, la noche de la Habana iluminaría los golpes. Nation. New Yorker. GQ. Sports Ilustrated. New York Times Magazine. Rolling Stone. Commentary. Aunque parezca mentira, la pieza de Gay Talese fue rechazada por cada una de las publicaciones a las que era ofrecida. Al final sería Esquire la que la dio sin muchas ganas - todo hay que decirlo- enterrada en la parte trasera de la revista.
Más que sacar los puños, Gay Talese reafirmaba su valía como autor al igual que Alí hizo en sus mejores tiempos, echando la cabeza hacia atrás para no recibir los golpes de un mundo nuevo que, por tradición, rechaza lo antiguo. Esa fue la verdadera sorpresa, lo inesperado; una respuesta a la provocación del olvido donde Talese escribiría un texto contando el momento de Alí; un exorcismo con el que el periodista se arrancaba los demonios de la derrota, dando cuenta de su propio momento, igual al de un campeón que una vez tocó el cielo con los guantes.