Debió nublarse tanto el sol, que hasta algunos monos tuvieron que salir pitando para ocultarse y presenciar, horrorizados, desde lo alto de sus palmeras, la inconcebible escena. Parpadeaban tras cada sobresalto, llevándose las manos a las orejas, como si quisieran evitar que aquel disparatado panorama se les metiera muy dentro y les impidiera proseguir con sus cucamonas para turistas incautos. Eran sus mudas voces simiescas las que gritaban escondidas…
Javier Ortega, secretario general de Vox, nadaba contento y canturreaba por lo bajito. “¡Yo soy español, español, español…!”: con cada nueva brazada de crol, se convencía más de que ninguna otra proeza mejor para recuperar la soberanía del Peñón que intentar envolverlo (¿para regalo?) con una bandera. “¡Yo soy español, español, español…!”: proscrito desde que el Chief Minister of Gibraltar pidiera su arresto a la Interpol, trataba de mantenerse a flote en un mar sobrepasado (amplia, húmeda y mediterráneamente) por los acontecimientos.
Y, aunque sospechaba que su presidente en Madrid había sido arrestado por la Royal Police, a Ortega no le salía el llanto. Le dolía España. Claro que le dolía. Como a todos. Pero no daba con el modo de reprimir la radiante sensación del orgullo del deber cumplido.
No, no se trata de otro sensiblero anuncio de perfume. Cuando varios desconocidos se plantan en la cima de tu Peñón para desplegar un colosal estandarte mientras enarbolan los argumentos reseteados de un facherío trasnochado, a eso no se le llama impulso, sino patrioterismo tipical spanish. De los de al alba y con viento de levante...
¡Viva Honduras! ¡Manda huevox! ¡Dios salve a estos candidatos franquistalcohólicos que regresan de la UCI en estado de sequía y emergencias de hazaña despilfarrada! Ellos son la novísima vieja ola de la reciente España carpetovetónica). Desafían al resto del mundo con su megabanderín de enganche. Son lo que eran. Lo que siempre fueron. Así, disfrazados de estandarte rojigualda, van de acá para allá. Y, chapoteando en su tristeza, fantasean con cabalgar dentro de caballos de madera. Llegarán, entre vítores, a la hora del llanto del ensangrentado brexit.
¡Aplaudamos todos, sin excepción, todas estas quijotadas que son perpetradas en la mitad de la raya de este Peñón sin soles de salmuera, sin mangueras, sin flores, sin familiaridades con los pobres macacos! ¡Hagámoslo con gibraltareña inmensidad! Tengamos paciencia. Os aseguro que al final seremos el Reinopadre de los Guiris donde todo son recetas médicas gratuitas, tintos de summer aguados y andalusí brit-pop en carreteras de Benidorm a Finestrat.