Las elecciones del 26-J han dado unos resultados muy distintos a los que se pronosticaban. Las empresas demoscópicas se equivocan, pero esta vez el error ha sido notable y ha afectado de lleno a la encuesta a pie de urna, que suele ser más fiable.
El efecto sorpresa, unido a la victoria de un partido y un líder tan justamente criticados, han multiplicado las reacciones de incomprensión por parte de muchos ciudadanos. ¿Cómo es posible que los españoles hayan votado al PP de Rajoy? ¿Es que no escarmientan? Incluso hay quienes ven una conspiración en el recuento de votos (al tiempo que tratan de necios a todos los votantes del PP...).
Entenderemos los resultados si los analizamos como la suma de fenómenos y no como la supuesta voluntad de un pueblo
Sólo entenderemos los resultados si los analizamos como la suma de varios fenómenos y no como la supuesta voluntad de un pueblo. Los españoles no son tontos ni listos; son muchos y variados. No han dado su apoyo a Rajoy, ni han optado por un gobierno de coalición, ni se han cansado de las mayorías absolutas. Todas esas metáforas ayudan a resumir los resultados pero también llevan a la confusión.
En lugar de intentar entender el comportamiento del pueblo como si fuera nuestro vecino deberíamos recordar que están llamados a votar 35 millones de ciudadanos, cada uno de ellos con sus ideas, intereses y temores.
La participación raramente supera el 80% en ningún país donde el voto no es obligatorio, por lo que siete millones de personas se autoexcluyen sistemáticamente, como si no existieran. Nos quedan 28 millones de votantes potenciales. Esta vez la participación se ha quedado en torno al 70%, lo que supone 24 millones de votos y cuatro millones de personas que nadie ha sabido movilizar.
La clave es movilizar a los simpatizantes propios y no incomodar a los indecisos para evitar que los movilice el rival
Porque la clave de todas las elecciones está en la movilización. El imaginario colectivo piensa en convencer al votante pero los partidos saben que lo importante es movilizar a los simpatizantes propios y no incomodar a los indecisos para evitar que los movilice el rival.
A nadie sorprende que unas elecciones celebradas en verano y sólo seis meses después de las anteriores atraigan a menos votantes. Lo llamativo es que con una participación tres puntos inferior a la de diciembre el Partido Popular haya obtenido 700.000 votos más.
Iglesias con su personalidad y comportamiento se basta para movilizar a un sector importante de la derecha
Rajoy ha pasado los últimos seis meses esquivando casos de corrupción y esperando las nuevas elecciones. Llegado el momento de hacer campaña se ha emocionado con un campo de alcachofas y ha agitado sin aspavientos (es Rajoy) la posibilidad de ver a Pablo Iglesias en la Moncloa. Y es que Iglesias, con su personalidad y comportamiento, se basta para movilizar a un sector importante de la derecha. Rajoy tiene el electorado más fiel y sabe a qué juega. El resultado, un tercio de votantes para el PP.
Podemos perdió el rumbo el 20-D. Podría haber permitido la investidura de Pedro Sánchez y ser su oposición de izquierdas. Un gobierno PSOE-Ciudadanos sustentado por 130 diputados habría sido necesariamente moderado y débil. La oratoria de Iglesias en el hemiciclo le habría convertido en el verdadero líder de la izquierda, preparando así el terreno para seguir creciendo y quizás gobernar en la siguiente legislatura.
Podemos pensó que su crecimiento era infinito y que, absorbida IU, la sumisión del PSOE era cuestión de tiempo
Pero Iglesias no se conforma con el quizás. Vio su ventana de oportunidad entreabierta y se lanzó al asalto de la Presidencia del Gobierno. Se sentía fuerte y pensó que el crecimiento de Podemos era infinito. Absorbida Izquierda Unida, la sumisión del PSOE era cuestión de tiempo.
El baño de realidad ha sido frío y le ha costado un millón de votos. Iglesias ha descubierto que los electores también te abandonan. Porque ese día hace calor y el cielo no vale una sudada. O porque no les gusta la alianza con Izquierda Unida. O porque son nacionalistas y no quieren votar a un partido patriótico. O son comunistas y no quieren votar a un partido socialdemócrata. O porque ya no saben muy bien qué es el partido del pueblo anti-casta socialdemócrata patriótico y de las confluencias. Si Podemos quiere consolidarse tendrá que rebajar sus objetivos inmediatos y dejar de improvisar mensajes efectistas.
La competencia entre el PSOE y Podemos por el votante moderado de izquierdas seguirá siendo feroz
Quienes buscaron un acuerdo de gobierno tras el 20-D han salvado los muebles. El PSOE pierde 100.000 votos y mantiene su porcentaje. Aun así, la sangría de diputados sigue su curso y se queda en 85, una cifra impensable hace cinco años. La competencia con Podemos por el votante moderado de izquierdas seguirá siendo feroz y se auguran nubarrones internos.
Ciudadanos pierde 375.000 votos pero supera los tres millones, un buen resultado para un partido de reciente implantación nacional. Vuelve a chocar con las encuestas y es el más perjudicado por un sistema electoral de circunscripciones pequeñas. Tiene una posición centrista bastante definida. El gran desafío es que sus electores potenciales vean en Ciudadanos una fuerza necesaria y acepten la condición de partido bisagra que busca influir en gobiernos de distinto signo pero que no los presidirá. Rivera es el único candidato que el día de reflexión ya sabe que no será presidente.
Dos de cada tres han dicho que no quieren a Rajoy de presidente: si es investido será porque ha jugado bien sus cartas
El 20-D cuatro partidos medianos enterraron el bipartidismo. El 26-J deja a un partido grande frente tres pequeños. El sistema político español sigue tambaleándose y a buen seguro veremos más cambios en el futuro. Dos de cada tres votantes han dicho claramente que no quieren a Rajoy como presidente. Si consigue la investidura será porque ha jugado sus cartas mejor que nadie. De los otros tres depende construir alternativas que movilicen suficientes votantes en el futuro.
***José Díez Verdejo es periodista y máster en políticas públicas por la London School of Economics.