La decisión del Ayuntamiento de Barcelona de retirar del consistorio una estatua de Juan Antonio Samaranch con el argumento de que era "franquista" demuestra el grado de mediocridad de sus rectores. No es arriesgado afirmar que ninguno de los que ahora reprueban a quien fue presidente del Comité Olímpico Internacional, empezando por la alcaldesa Ada Colau, hará en su vida más por Barcelona y por Cataluña de lo que hizo él.
Al lograr la organización de los Juegos Olímpicos en 1992, Samaranch contribuyó de forma decisiva a la proyección internacional de la ciudad, a su transformación y a su despegue. Barcelona pasó de ser una más entre las ciudades del Mediterráneo a convertirse en una gran capital europea.
El argumento de que Samaranch simpatizaba con el franquismo revela un gran sectarismo. ¿Cometió algún crimen? ¿Es la ideología por sí sola un delito? El Ayuntamiento de Barcelona ha implantado una versión moderna de los estatutos de limpieza de sangre y al hacerlo refleja su espíritu inquisitorial. Pretendiendo desacreditar a Samaranch, Barcelona en Comú y la CUP se desacreditan a sí mismos.