La decisión del Consejo de Estado francés de suspender el veto al burkini se basa en una protección de los "derechos fundamentales" primaria no exenta de perjuicios.
La resolución responde a un fatalismo frecuente según el cual las garantías del Estado amparan actos e instituciones contrarios a los valores del propio Estado.
La máxima instancia administrativa gala está protegiendo no la libertad de que las mujeres puedan ponerse lo que les dé la gana, sino principalmente un símbolo religioso y político antagónico con la defensa de la igualdad, la libertad y el laicismo que da sentido a la República. En una sociedad occidental y desusadamente católica, el velo integral -también el burkini- resulta más una reivindicación identitaria y un distintivo excluyente que un inocente rasgo cultural.
Obligar a una mujer a ponerse un niqab o coaccionarla para que se lo quite no son idénticas expresiones de totalitarismo, aunque lo parecen. En ambos casos hay despotismo e incluso violencia y humillación. Pero constatar la coerción o la magnitud del leviatán ni ayuda a ordenar la convivencia ni sirve para argumentar de forma razonable.
En una sociedad en la que las mujeres aspiran y merecen las mismas oportunidades que los hombres, quitarle el velo a una mujer es -además de un abuso intolerable- un modo brusco de empujarla a vivir en confusa y anónima libertad. Por contra, ponérselo es estigmatizarla para su sometimiento por el varón.
Como norma general ninguna autoridad debería imponer el uso la proscripción de determinadas prendas, como tampoco asignar o sancionar la ingesta de determinadas sustancias, pero apelar a la libertad individual como burladero es sólo un modo de obviar la complejidad del mundo y desistir de su organización política y moral.
"Me pongo lo que me da la gana o "de la piel pa'dentro mando yo" son dos credos recomendables pero impracticables sin cierto grado de transgresión, a no ser que el relajo del vigilante convierta este valle de normas e imperativos en un edén.
El uso del pañuelo ha sido habitual en sociedades rurales y atrasadas y conlleva la concepción de la mujer, a partir de la preponderancia del hombre, como un objeto de deseo que debe ocultarse. Las fotografías de hace 40 y 50 años de Turquía, Líbano o Irán muestran a muchas mujeres sin velo. Negar que esas sociedades han involucionado en busca de una identidad dictada por el fundamentalismo es negar la realidad.
Hablar de libertad para seguir a pie juntillas dictados teocráticos y costumbres medievales parece tan absurdo como invocar un supuesto derecho al burka.