Sí. “Literalmente, estábamos cagados de miedo”. Tan escatológica afirmación escuchada en el despacho de un ministro me produjo un instantáneo dolor de tripas. Sería porque estábamos en el Ministerio de Sanidad y, además, hablábamos de un asunto terrible: el asesinato de Miguel Ángel Blanco en 1997 y las consecuencias inmediatas que tuvo en la vida de los concejales del Partido Popular vasco.
Con la voz algo quebrada por la emoción de aquellos recuerdos, sobre todo al referirse a la muerte del diputado socialista Buesa en Vitoria, el ministro de Sanidad se sinceró y contó al periodista el silogismo aterrador que corrió por su mente en unos pocos segundos al saber que habían matado a Miguel Ángel: “Si ETA le ha hecho esto a un compañero de Ermua, desconocido, sin la menor proyección política interna, ¿por qué no podía tocarnos a cualquiera de nosotros, por ejemplo a mí, número siete de la lista en las elecciones municipales de 1995?”.
“El miedo éramos nosotros”, concluía Alfonso Alonso en una conversación que tuvimos en diciembre de 2015. Casi veinte años después del asesinato de Miguel Ángel Blanco, a Alonso a veces se le viene a la cabeza la pesadilla: el sonido remoto del ring-ring de un teléfono; al otro lado de la línea, una secretaria con voz mecánica le pregunta si es él y, acto seguido, sin tiempo para responder, le dice que le pasa con su interlocutor. La secretaria del Palacio de la Moncloa siempre tenía prisa:
-¿Don Alfonso Alonso? Le paso con el presidente del Gobierno.
Esto quería decir que habían matado a otro compañero del País Vasco. Cuando tal tragedia sucedía, José María Aznar llamaba uno a uno a todos sus concejales vascos aún vivos para darles ánimos. La llamada de teléfono del Presidente del Gobierno y del partido precedía a la reunión que convocaba Carlos Iturgaiz, líder del PP vasco. No se decía, pero los doscientos y pico congregados en aquellas asambleas de sujetos dolientes y sujetos militantes pensaban lo mismo al mirarse unos a otros: ¿quién de nosotros será el próximo?
¿Pero a cuento de qué viene rememorar aquellos días en los que los corderos ofrecían sus cuerpos a los levanta cadáveres etarras, dispuestos al sacrificio máximo para defender pacíficamente un modelo de sociedad y de Estado? Será que El hijo de todos, el libro sobre la vida y el asesinato de Miguel Ángel Blanco, me está afectando y he entrado en un estado de enajenación transitoria debido a la promoción de la obra.
Será o no será, pero algunos paralelismos existen entre aquella durísima época y la actual. Al menos, a mí me lo parece. La sociedad hoy tiene miedo, está paralizado, está “cagada” y siente figuradamente los esfínteres sueltos. Como en aquel momento. Ahora, gracias a Dios, no hay balas asesinas, pero el sistema comienza a desangrarse debido a la paralización ya la polarización política que padecemos.
Entonces contábamos muertos y, ahora, parece que estamos dispuestos a contar elecciones. Vamos camino de las terceras generales en un año. En términos de vidas, una situación y otra son incomparables. Mil elecciones valen menos que un solo muerto. Eso sobra decirlo. Pero en términos históricos sí cabe establecer al menos un paralelismo: ETA quería dejar sin futuro a España, separando el País Vasco y rompiendo la sociedad, y en la era post-ETA el sistema nacido con la llegada de la democracia está amenazado por ruina, con una sociedad española cada día más dividida, una terrible crisis económica en fase de superación que puede morir en cualquier momento por inanición política, todo dentro de un Estado cada día más debilitado que alimenta el independentismo soñado por ETA a base de tiros.
En estos días, no puedo quitarme de la cabeza un pensamiento: para esto no murieron Miguel Ángel Blanco y tantas víctimas de ETA. Así como hace años, al conocerse los primeros casos de corrupción en nuestra democracia, pensaba en los presos idealistas que entregaron buena parte de sus vidas en cárceles del régimen franquista.
Superado el miedo a ETA, ¿quiénes son hoy los responsables de esta depresión anímica que aflige a la sociedad española? La respuesta está clara. Esos políticos que, como las pistolas Taser, no matan pero que con sus inanes descargas eléctricas paralizan la nación.
Quizás sea el momento de mirar atrás y examinar cómo la sociedad vasca/española rompió el hechizo del miedo. Se le llamó el Espíritu de Ermua. El Espíritu de Ermua se sintetiza en cinco palabras: “a-la-mierda-el-miedo”, pronunciadas por Carlos Totorica, alcalde de aquella localidad. La sociedad se echó a la calle en aquel momento. La presión social, más la policial y la de los jueces socavaron el terrorismo etarra tras la muerte del concejal Blanco.
Veinte años después necesitamos una suerte de Espíritu de Ermua urgente. La calle tiene que hablar. Si no, llegado a este punto, qué más le da a Rajoy o a Sánchez una elección que dos que tres que cuatro... Las campañas electorales no las pagan los partidos, las pagan los ciudadanos, así como los sueldos de los parlamentarios electos. O los ciudadanos despiertan en la calle a los políticos o la bella durmiente, la democracia, no se recuperará de este sueño.
¿Hay un gran responsable?
Sí. Administrativamente, la responsabilidad va en cascada. Empieza por el de arriba y va descendiendo. En este caso, comienza por el presidente del Gobierno en funciones y presidente del partido mayoritario en España. Dos cargos en una sola persona. El dios Ra,como mi garganta profunda en la calle Génova llama a Mariano Rajoy. Ra, sin el joy, porque ha perdido el hoy y ya es ayer.
El dios Ra en la mitología egipcia era el símbolo de la luz solar, dador de vida, responsable del ciclo de la muerte y de la resurrección, aquel que tenía el poder de hacer lo que quisiera. El dios Ra de la calle Génova hace lo que quiere en el PP. Por ejemplo, retrasar el congreso nacional del partido que debería haberse celebrado hace casi un año.
El Partido Popular no se merece un dios Ra así, representado en la iconografía egipcia con cabeza de halcón. La mirada aguda para columbrar con claridad el horizonte y el alma de sus colaboradores no parece formar parte de los atributos de Mariano Ra. Basta con recordar cuando le dijo a Barberá (“Rita eres la mejor”), a Matas (“Quiero un gobierno como el tuyo”), a Bárcenas (“Estoy convencido de tu inocencia”), a Rato (“Yo elegiría a los mejores”), a Rus (“Yo te quiero, Alfonso, coño”), a Fabra (“un político ejemplar”)… Para qué seguir.
Numerosos dirigentes reconocen que la situación de Mariano Rajoy y la del PP con él es insostenible tras los casos Soria, De Guindos y Barberá, último tridente en el desprestigio del presidente en funciones.
Alfonso Alonso, el ex ministro que hace unos meses reconocía a este periodista que se cagaba de miedo con aquellos asesinatos de ETA, ha tenido un gesto valiente y honroso: se ha alejado de Madrid para presentarse como candidato a lehendakari el 25-S. Para inmolarse, al menos de momento. ¿Pero quién será el valiente en el partido que, públicamente, diga de una vez lo que tantos pregonan al oído? Que con Rajoy no hay salida ni para el partido ni para España.
Me cuentan que Rajoy se ha encerrado como un percebe en su caparazón y rechaza recibir a personas socialmente influyentes, no vaya a ser que escuche lo que no quiere oír. Como pasó con el big-bang antes de estallar, su círculo de confianza se aproxima a la cabeza de un alfiler: Soraya y Cospedal, a las que ve, pero jamás juntas, y algún fontanero como Moragas.
Todos saben que las terceras elecciones se evitarían si el PP presenta un candidato alternativo. Hasta Pedro Sánchez lo ha dicho. Es una paradoja: España y el PP están cagados de miedo por obstrucción intestinal debida a una bacteria endiosada denominada Ra.