Los socialistas han tomado la vía de la autodestrucción. El PSOE y la UCD fueron los dos grandes partidos que levantaron el régimen del 78. El último desapareció por su debilidad ideológica, la organización territorial incoherente, las luchas entre la dirección y los barones, la debilidad del liderazgo, y la erosión por la difícil coyuntura histórica.
Una comparación, que no equiparación, entre ambas implosiones arroja luz sobre los riesgos de que desaparezca uno de los partidos históricos, en medio de una crisis institucional y de un golpe de Estado a cámara lenta en Cataluña.
UCD fue el ala derecha de la socialdemocracia: conservadores sociales y estatistas con moral cristiana
La UCD se construyó desde el poder, en mayo de 1977, como una coalición de catorce grupúsculos de democristianos, socialdemócratas, liberales e "independientes", que fue el nombre que se dieron los ex franquistas. En su primer congreso, en octubre de 1978, se definieron como partido “democrático, progresista, interclasista e integrador”. Eran el “centro”: ni la derecha ni la izquierda, ni el franquismo ni el marxismo, sino simples gestores de las reformas y ejes del consenso. Un consenso, por otro lado, que perjudicaba a UCD: no podían atribuirse los éxitos de la gestión sin compartirlos con la oposición, y los fracasos eran solo suyos. En realidad funcionaron como el ala derecha de la socialdemocracia, como conservadores sociales, estatistas con moral cristiana. En la cuestión territorial era peor: no eran ni centralistas ni autonomistas convencidos. En definitiva: una identidad débil que colocó a la coalición en tierra de nadie.
Zapatero abonó el antiamericanismo, el feminismo, el ecologismo, el pacificismo, el tercermundismo y el guerracivilismo
El PSOE carece hoy de identidad más allá del “no” a Rajoy. El zapaterismo llenó el partido de ideas de la Nueva Izquierda como el antiamericanismo, el feminismo, el ecologismo, el pacificismo, y el tercermundismo, que tradujo por “alianza de civilizaciones” y “buenismo”. Lo peor fue que resucitó el fantasma de la Guerra Civil y el rechazo a la Iglesia como señas de identidad del PSOE, acordó la exclusión del PP de las instituciones con el Pacto del Tinell, se sentó con ETA mientras firmaba con el PP el Pacto contra el Terrorismo, y llenó de auctoritas al independentismo catalán.
El zapaterismo lo ha heredado Podemos, que le ha dado la imagen y la movilización social que precisaba. Es más; como el PP hace una política económica socialdemócrata, al socialismo solo le queda la retórica populista. A esto hay que sumar un discurso federalista que no tiene contenido en unas autonomías federalizadas, y no interesa a nadie. Hoy, el PSOE no tiene discurso distintivo.
Súarez llevó “el consenso” a la dirección de UCD, lo que arruinó su carrera política y hundió el proyecto
La UCD fue un invento de Adolfo Suárez, y la sociedad los vinculó. Suárez no aprovechó ese grado de penetración social para institucionalizar su partido desde arriba, moldearlo a sus ideas, y bajo su mandato indubitado. Todo lo contrario: Súarez llevó “el consenso” a la construcción y dirección del partido, lo que arruinó su carrera política, y hundió el proyecto. Tras su retirada, la UCD no superó la orfandad, y cayó en liderazgos débiles sin carisma ni fuerza. Tras la derrota del 28 de octubre de 1982, en la que se pasó de 168 a 11 diputados, los centristas quedaron tocados de muerte. Landelino Lavilla y Juan Antonio Ortega dimitieron como responsables, luego lo hizo la ejecutiva nacional, y se nombró una gestora que liquidó las deudas de UCD y disolvió el partido en febrero de 1983.
El acercamiento a Podemos y a los independentistas hicieron de Sánchez el líder más controvertido
Felipe González transformó a un PSOE anclado al marxismo, la autodeterminación de los pueblos, y el republicanismo revanchista, en un partido de centro-izquierda y autonomista, y lo llevó al poder. A partir de ahí se produjo el endiosamiento del líder, gracias también a los medios de comunicación afines, y el PSOE se apoyó en su figura hasta el punto de identificarlo con la democracia y el Estado del Bienestar. Su marcha en 1997 dejó el poder efectivo en manos de los barones en pugna con la estructura guerrista, como se vio en los desastres de Borrell y Almunia. Zapatero fue elegido para apartar a Bono, liquidó a la “vieja guardia” y encauzó al PSOE hacia un callejón sin salida culminado por Pedro Sánchez. El hundimiento electoral y el acercamiento a Podemos y a los independentistas hicieron de Sánchez el líder más controvertido. Esto ha provocado la rebelión de los críticos y su dimisión.
El país se articulaba en comunidades autónomas y UCD en provincias, lo que generó conflictos
El funcionamiento territorial de la UCD fue un caos: el país se articulaba en comunidades autónomas, y el partido de Suárez en provincias. Esto generó un conflicto entre la dirección nacional y los líderes provinciales, que se veían arrollados por los nacionalistas, como CiU y el PNV, y por el PSOE, que sí tenía una estructura regional. A esto es preciso sumar el error que se cometió en Andalucía con el referéndum en que se decidía el modo de acceso a la autonomía. La UCD lo convocó para el 28 de febrero de 1980, pero pidió la abstención, lo que muchos andaluces vieron como una ofensa. Era una organización partidista disfuncional, donde la voz de la dirección nacional no solía coincidir con la de los dirigentes provinciales.
El fracaso de Rubalcaba fortaleció el personalismo territorial y la crítica a la dirección desde las federaciones
Los barones territoriales del PSOE se hicieron con el partido en 1997, en una maniobra de los felipistas para apartar a los guerristas. Este poder aumentó a medida que Zapatero dio auctoritas a los independentistas y asentaba un liderazgo débil para el PSOE. El fracaso en las urnas de Rubalcaba fortaleció el personalismo territorial y la crítica a la dirección nacional en las federaciones con la idea de sobrevivir.
Pedro Sánchez ha intentado dar la vuelta al poder de los barones sustituyendo a algunas direcciones por gestoras, como las de Madrid y Galicia, saltándose, por cierto, la decisión de la militancia. Esto ha dado un pésimo resultado en las urnas, lo que ha encorajinado al resto de barones, representados por Susana Díaz. La distancia entre la comisión ejecutiva federal y los barones territoriales más importantes se ha saldado con la salida de Sánchez.
Suárez debía sudar tinta para conseguir la disciplina de voto de los diputados 'ucedistas'
Suárez se centró en la fórmula electoral, mientras que los barones en el reparto del poder. El presidente mantuvo la paz repartiendo carteras entre las familias de la UCD, pero tras la victoria electoral de 1979 formó su Gobierno sin repartos de poder, y se granjeó la enemistad de todos. La envidia y el rencor de quienes se consideraban mandados por un "chusquero de la política" generaron presión, críticas y traiciones. El “error andaluz” provocó un duro enfrentamiento de Suárez con los barones. La división saltó al grupo parlamentario. El Gobierno debía sudar tinta para conseguir la disciplina de voto de los diputados ucedistas. Los de la derecha tendían a unirse a AP, y los de la izquierda al PSOE. Una vez que comenzaron las derrotas en las urnas, se desbordaron las disidencias, las ambiciones y las conspiraciones que acabaron con Suárez.
El conflicto se ha vuelto a repetir con Sánchez: barones contra militancia, 'establishment' contra renovación
La división entre felipistas y guerristas desde 1991 se trasladó de los órganos federales a cada territorio. González preparó su marcha en 1997 con el plan de sustituir la estructura guerrista por la de los barones, que quedaron como una dirección en la sombra, a cambio de aceptar a Joaquín Almunia como heredero. Las primarias desataron la lucha: los guerristas se volcaron con Borrell, que ganó con un discurso contra el establisment del partido. El felipismo movilizó a El País, el medio socialista de referencia, quien atacó al grupo de Borrell hasta que dimitió. La guerra llegó al congreso del año 2000, donde se eligió a Zapatero para que no saliera José Bono, supuesto felipista. El conflicto se ha vuelto a repetir con Sánchez: los barones importantes contra la militancia, el discurso del establishment contra la renovación desde abajo.
La buena imagen de la UCD se desvaneció con su primer gobierno efectivo, tras la victoria electoral de 1979. Tomó medidas impopulares, como la contención de salarios y la reforma fiscal, entre otras, y algunas controvertidas, que fueron el Estatuto de Centros Docentes y la Ley del Divorcio. El terrorismo no cesaba: ETA asesinó a 76 personas en 1979, y a 92 en 1980. El ruido de sables era constante. El conjunto, añadido a la clara división interna y a la indefinición ideológica, provocó el desastre electoral en las municipales de 1980. El PSOE, con una campaña feroz contra Suárez, presentó una moción de censura en mayo de ese mismo año. González se presentó como la alternativa plausible y Suárez se quedó callado en su escaño. La imagen pública fue la de un presidente que no daba la cara.
La marcha de Suárez, el 23-F, la moderación de AP y PSOE y la desbandada de barones fueron el marco de la desaparición de la UCD
A mediados de 1980 a Suárez no le apoyaba un partido sólido, ni un sindicato, ni la patronal, ni el ejército, ni la iglesia, o una red de prensa y radio poderosa, salvo RTVE. Solo faltaba que el rey le retirase públicamente la confianza, como hacía en privado. La marcha de Suárez, el golpe del 23-F, la moderación de AP y PSOE, y la desbandada de los barones fueron el marco de la desaparición de la UCD.
Rubalcaba tomó el PSOE después del desastre del gobierno de Zapatero. La crisis y el descrédito del socialismo favorecieron la victoria del PP en 2011. El resultado electoral de los socialistas fue el peor de la historia hasta entonces: 110 diputados. Rubalcaba, como Suárez, se tuvo que ir. La militancia eligió entonces a Sánchez frente a Eduardo Madina, y lo hizo con el apoyo de Susana Díaz. La estrategia del nuevo líder fue errática y cambiante, dejando por el camino a muchos de los suyos, pero acabó decidiendo apoyarse en Podemos, su competidor por la izquierda, en ayuntamientos y comunidades para conseguir un “mapa rojo” de España. A ello, Sánchez fue encadenando derrotas electorales, hasta seis.
Los emergentes, el aguante del PP, la investidura fallida con C's y el 'No es no' llevan al PSOE al borde de la desaparición
El surgimiento de los partidos emergentes, el aguante y recuperación del PP, la investidura fallida con Ciudadanos, la activación económica, la defenestración de líderes como Caballero en Galicia o Tomás Gómez en Madrid por métodos arbitrarios, y el empecinamiento del “no es no” coadyuvaron a llevar al PSOE al borde de su desaparición.
La comparación con UCD se completaría si la parte más extremista del PSOE acabara pasándose a Podemos, otra parte a Ciudadanos, y una última formando un nuevo partido compuesto por ex dirigentes de C’s, UPyD y PSOE.
*** Jorge Vilches es profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense.
*** Ilustración: Jessica Lorenzo.