En el fragor de la batalla se escuchó una frase que quizás lo explique todo. “Habrá que hablar con Podemos; entre otras razones, porque nuestros hijos están en Podemos”. Cuando vimos que quien lo había dicho era Josep Borrell nos llevamos las manos a la cabeza. José María Albert de Paco tradujo al momento lo que muchos estábamos pensando: “Éste es el sensato, ojo”.
Hay quien en el PSOE siente envidia del vigor juvenil de Podemos, de su halo romántico y quién sabe si de su capacidad para generar odio hacia el adversario político. Esa mentirosa nostalgia de arrabalero del sistema -jamás lo fueron, la memoria les traiciona- es la razón última de la aventura suicida de Pedro Sanchez.
Podemos no es el hermano pequeño del PSOE, ni el hijo rebelde, sino una pasajera ola populista que impugna todas las políticas de Estado -desde la política comunitaria, hasta la antiterrorista pasando por la económica y la de defensa- que los gobiernos socialistas de los 80 desarrollaron para que España dejara de ser una anomalía e ingresara en la modernidad. Que eso se disfrace de renovación de la izquierda sólo responde a un criterio oportunista. Podemos pudo investir en su día a Sánchez y no lo hizo. Hoy lloran por él. De alegría.
A Pedro Sánchez la historia no lo absolverá. Su dirección adolecía de todos los males de la adolescencia. Los más evidentes: la creencia de que lo relevante no son los resultados sino los méritos o las intenciones y la ilusión de que la realidad puede ser moldeada a placer.
Sánchez optó por ser un extravagante. Y con el extravagante lo que hay que preguntarse es qué habría ocurrido si, en lugar de una extravagancia, hubiera hecho lo que se esperaba de él. El PSOE habría condicionado el ya condicionado, por Ciudadanos, gobierno del PP; estaría hoy reconstruyéndose, con menos espectacularidad, en la oposición y podría exhibir ante los votantes algunos logros obtenidos en la mesa de negociaciones.
En cambio, hoy será Rajoy -que ya no desea ser investido- quien ponga condiciones a la obligada abstención del PSOE, éste ha ofrecido la imagen de un partido ensimismado e inútil para la ciudadanía y las heridas de esta guerra fratricida tardarán años en cicatrizar. Pedro Sánchez tuvo que elegir entre la guerra y la abstención. Eligió la guerra y ahora tendrá la abstención.