La disparatada demanda que el grupo Prisa ha interpuesto contra El Confidencial es congruente con el pasado biográfico y curricular de su presidente ejecutivo, Juan Luis Cebrián, hijo y alumno aventajado del régimen franquista. Esa millonaria reclamación es la enrabietada respuesta a la publicación de la parte de los Papeles de Panamá en los que Cebrián aparece como accionista de Star Petroleum, una compañía que según la documentación opera en paraísos fiscales.
Seis meses después de publicada la noticia, Cebrián sigue sin aclarar a sus lectores las motivaciones y contrapartidas de su vinculación con la firma petrolera, de la que poseería un 2% con opción a un 3% adicional. Según ha trascendido, sus acciones fueron un obsequio del presidente de la compañía, el hispano-iraní Zandi, buen amigo, a través suyo, de Felipe González. Juntos pretendían hacer negocios en Sudán del Sur, controlado por un régimen acusado de genocidio.
En su desquiciada demanda, Prisa acusa a El Confidencial de incurrir en competencia desleal por airear los negocios de Cebrián y le pide más de ocho millones de euros por presuntos daños patrimoniales y morales. Llama la atención, de entrada, la identificación que Cebrián hace de su persona y de Prisa, como si fueran una y la misma cosa, un tic característico de los déspotas. Como resulta pueril el intento de presentar la simple publicación de una información como elemento para desestabilizar a Prisa en la carrera por las audiencias.
Pero lo más grave es la pretensión de intimidar a los medios para que no publiquen más informaciones sobre este turbio asunto. Hay que tener en cuenta que para la mayoría de los diarios digitales hacer frente a una indemnización del calibre que aquí se reclama significaría automáticamente su cierre. El poder coactivo de la demanda no es menor: Prisa ha demostrado a lo largo de su trayectoria tener una enorme capacidad de influencia en el mundo judicial, beneficiándose de las más extravagantes resoluciones.
Es un escándalo que Cebrián trate de amordazar a los medios. Pero está bien que se quite la careta. Ya lo hizo al despedir de los medios de Prisa a quienes aireaban sus negocios y al prohibir a los periodistas de su grupo que participaran en las televisiones que le incomodaban. Su carácter liberticida y censor, su concepto de la libertad de expresión y del derecho a la información, ahí quedan, esculpidos en la piedra virtual de las hemerotecas digitales.