El resultado del tercer debate entre Hillary Clinton y Donald Trump ha sido la constatación de que no queda rastro de la mínima corrección política en la campaña presidencial. Si en el primero, ambos se estrecharon las manos nada más entrar en el escenario –cosa que ya no ocurrió en el segundo encuentro- en éste ni siquiera se cruzaron las miradas al final.
En ese sentido, Trump, enemigo declarado de lo 'políticamente correcto', ha terminado imponiendo su ley y la política de EEUU se ha aligerado de grandes dosis de hipocresía.
Trump ni siquiera cedió a la hora de aceptar las reglas del juego o lo que quienes controlan el show business en EEUU quieren que sean las reglas del juego. El millonario se negó a admitir si aceptará el resultado de las urnas o si denunciará un apaño, tal como se lo pidió el moderador Chris Wallace.
Esta cuestión estaba llamada a ser el gran titular del tercer debate, sobre todo después de que el presidente Obama preformateara el asunto en todos los telediarios aludiendo a que Trump ya está "lloriqueando" ante una inminente derrota.
El asunto de la concesión de la victoria la noche electoral es una de las pocas escenas originales de ese relato de Frank Capra que, como si fuera una Constitución paralela no escrita, sostiene la política norteamericana en los medios de comunicación.
En las reñidas elecciones de 2000, Albert Gore estuvo a punto de romper las reglas ante las graves irregularidades en la votación de Florida. Finalmente no se atrevió a hacerlo y la presidencia cayó en manos de George Bush hijo por estrecho margen.
Así que el "ya veremos" de Trump más que una descortesía o un desafío a las reglas no escritas, como lo entienden los demócratas, es sobre todo una señal a sus votantes de que piensa pelear hasta el final. Una mala noticia para unos estrategas políticos que pensaban que el candidato no llegaría vivo al segundo debate, el de sus 'confesiones de vestuario', al cual sobrevivió única y exclusivamente por los numerosos lastres de los Clinton.
Con todo, el tercer debate ha sido el peor de Trump. No porque Hillary lo haya hecho excepcionalmente bien, sino porque cuando se habla de temas más complejos, como la economía o la política exterior, el candidato republicano muestra todas sus deficiencias.
Trump siente un rechazo irracional hacia el libre comercio. Ayer admitió que hasta discrepaba con Reagan en esto. Su idea de que puede construir un muro para blindar los trabajos de los norteamericanos está profundamente equivocada. No es la autarquía trumpiana la que seduce a los votantes, que al menos intuyen las ventajas del libre comercio, es la idea de protección la que prende en sus corazones.
Todo el discurso procrecimiento y a favor de las bajadas de impuestos se vacía de contenido cuando Trump insiste en atacar el comercio y los intercambios. Insólito en alguien que compró acero a China para construir su torre Trump, como le reprochó Hillary.
Y en cuanto a política exterior, Trump pronunció casi diez veces la palabra Mosul. Pero los telespectadores no pueden evitar pensar que es la primera vez en su vida que habla tanto de una ciudad iraquí que probablemente le importaba una higa hasta ayer.
Encorsetado en el contradictorio papel de millonario que lucha contra el establishment, Trump sí tuvo un momento de autenticidad cuando se refirió a Clinton como "nasty woman" (mujer antipática o mujer 'plasta'). Hay quienes piensan que perdió el control (y eso lo inhabilitaría para ser presidente, como sostiene Clinton), pero la expresión resume perfectamente lo que el votante de Trump piensa de Hillary, así que no debería descartarse que estuviera fríamente calculado.
"Los americanos no quieren cuatro años más de Obama", concluyó el candidato republicano al final del debate. Hay analistas que vieron esto como un error, porque la popularidad de Obama supera a la de Hillary y a la del propio Trump.
Sin embargo, aquí puede residir una de las claves de la votación de noviembre. Es cierto, que en Washington las cifras económicas de Obama parecen muy buenas. El paro, aunque haya subido la última vez, está en niveles muy bajos. Pero esto no ha desactivado el descontento social.
Angus Deaton, el 'nobel' de Economía de 2015, subrayó en su última visita a España que pese a la recuperación económica había un fuerte descontento entre los norteamericanos. Y no era capaz de explicar las razones de esta infelicidad. No sabía si eran los salarios, más bajos, o las condiciones generales. Aseguró que estaba trabajando en desentrañarlo.
A esto apuntaba Chris Wallace cuando puso sobre la mesa, para escándalo de los partidarios de Obama y de Clinton, que su Presidencia ha traído a EEUU una era de bajísimo crecimiento económico. "Si éstas son las cifras, voy a ganar muy fácilmente", dijo Trump.
Aunque el balance de los debates parece indicar que Hillary ha abierto una brecha en las encuestas, no parece que el asunto esté zanjado del todo. Todavía quedan 15 días, que para una campaña que se ha salido de los márgenes de la ultracorreción política, puede ser una eternidad.