Tengo amigos simpatizantes del PP que simpatizan además con Mariano Rajoy. No hablo de mera aceptación como mal menor, sino de que les resulta simpático. Parece un oxímoron, pero me aseguran que le encuentran la gracia. Hablan de “retranca gallega”, y entonces entreveo una suerte de humorismo regional, como el del catalán –ya fallecido– Eugenio. Aunque a mí personalmente, como dice Carlos Boyero de algunas películas, “no me llega”.
La novedad estas Navidades ha sido que un par de amigos simpatizantes del PSOE y una amiga simpatizante de IU me han soltado, en conversaciones distintas, que Rajoy les cae bien. En parte debe de ser por la aprobación que siempre suscita el vencedor. Y en parte por el cansancio tras el año de disputas infructuosas. No es descartable el espíritu propio de las fechas: al fin y al cabo, ningún político tiene más pinta de Papá Noel. Su gran regalo, por cierto, han sido las Navidades mismas; es decir, unas Navidades normales, sin las elecciones que las amenazaban. (Al PSOE le sigue faltando suerte: contribuyó al regalo y solo le han traído carbón).
El estado de los demás partidos es un elemento esencial en la pax de Rajoy, que se alimenta –economía aparte– de las guerras intestinas del PSOE y de Podemos. Estos últimos (¡angelitos!) hasta le han puesto un biombo al próximo congreso del PP, al haber decidido celebrar en los mismos días el suyo, que se augura más animado. Una animación nivel circo romano: gladiadores con piolet. Con todas las cámaras en el congreso de Podemos, el indolente Rajoy cortará y pinchará sin perturbación: de sus pioletazos, si los hubiere, se enterarán los afectados y pocos más.
Toda la Galia está, pues, ocupada por el rajoyismo. ¿Toda? ¡No! Una facción liderada por el irreductible José María Aznar resiste todavía y siempre al sucesor.
Por muy taponadas que estén, hay grietas en la pax de Rajoy. En la encuesta que publicó ayer EL ESPAÑOL, el presidente suspende y su gestión solo la aprueba uno de cada cuatro votantes. Rajoy ha vencido, pero no termina de convencer. Junto con los amigos rajoyistas de que hablé al comienzo, tengo otros –también simpatizantes del PP– a los que Rajoy no les hace ninguna gracia: detestan su espíritu acomodaticio, su dejadez ideológica. A estas alturas, quizá sean ellos sus mayores críticos de verdad.
A partir del análisis de los resultados de la encuesta, concluye hoy este periódico que habría sitio para un partido a la derecha del PP, liderado por Aznar. Lo cual tendría su belleza, y hasta su justicia poética: a falta de meneos exteriores, la inmovilidad de Rajoy se vería sacudida por uno interior. Un homenaje al principio filosófico de que nada se está quieto en este mundo inestable: si no te mueves, te mueven. Rajoy lo tiene todo atado y bien atado: menos a Aznar, que se desató de la presidencia de honor del PP, no se sabe si con vistas a echarse un bailecito.
Para los espectadores, sería impagable la guasa de que ese hipotético partido aznarista fuese para el PP lo mismo que Podemos para el PSOE. ¿Habrá algún atisbo en el congreso de febrero? Por si acaso, convendría reservar algunas cámaras.