Corría el efervescente mes de julio de 1789 y nacía en Francia la democracia contemporánea. En la Asamblea Nacional Constituyente se debatía el futuro de la monarquía. Los diputados que estaban a favor de la continuidad del poder del monarca, se sentaban en las sillas de la derecha, mientras que aquellos que cuestionaban y pretendían limitar el poder real ocupaban los curules de la izquierda. Así, por la posición que ocupaban las dos bancadas de la Revolución francesa, el término “derecha” quedó permanentemente asociado a las opciones políticas favorecedoras del status quo, mientras que la izquierda se asoció, universalmente, a aquellos que proponían el cambio político y social.
Fue ése el primer acto de la política como la conocemos hoy, y el eje izquierda-derecha se convertiría en el más importante instrumento de disección de las ideas y el comportamiento electoral. Hoy, 228 años después, también en Francia, ese criterio de clasificación ideológica pareciera haber echado el telón final.
Porque por primera vez en la democracia francesa la batalla electoral no se ha explicado en términos de esa díada izquierda-derecha. No sólo porque no llegaron a la segunda vuelta ninguno de los dos partidos históricos, ni el social-demócrata y ni el de centro-derecha, sino porque los mismos candidatos definieron sus contrastes en otros términos. Le Pen hizo durante toda la campaña un inteligente intento de re-encuadre colocando a la globalización como el enemigo a vencer, a sabiendas de que en ese marco de referencia tradicional de izquierda-derecha la extrema derecha llevaba las de perder. Luego de reconocer la victoria de su adversario, afirmó: “Este resultado hace del Frente Nacional el principal partido de la oposición: Somos los patriotas contra los mundialistas". Por su parte, Macron ofrecía en campaña "lo mejor de la izquierda, lo mejor de la derecha e incluso lo mejor del centro".
¿Por qué en la cuna de los Derechos Humanos uno de cada tres electores votó por una opción racista y xenófoba?
Fue ésta una contienda singular tambien en el carácter internacional que adquirió desde sus inicios. Ya en la campaña por la primera vuelta Marine Le Pen se hizo fotografiar con Putin, de forma abierta y transparente, aun conociendo que Putin generaba amplio rechazo en Francia. En virtud de la existencia de importantes lazos reales, Le Pen prefirió no sólo no ocultarlo, sino hacer que el tema explotase en la campaña de la primera vuelta, y no en la de la segunda, que podría resultar más incontrolable.
Por su parte, Macron quiso incluir una llamada telefónica con Obama como bala de plata para la primera vuelta, y un spot con un claro mensaje del popular expresidente para la segunda. Durante el agrio debate de la semana pasada Le Pen aseguró que “una mujer gobernaría Francia, sea yo o sea Angela Merkel”, tratando de presentar a Macron como un títere de la canciller alemana. Así, grandes actores globales como Putin, Obama y Merkel, y más subrepticiamente Trump, fueron parte explícita de la campaña.
El resultado de la jornada electoral no ofreció grandes sorpresas, las encuestas venían vaticinando un resultado poco más o menos similar al obtenido. Ganó Emmanuel Macrón con el 64,5% de los votos. Su triunfo representa claramente una victoria del europeismo sobre el populismo, y también el triunfo de una nueva generación política en Francia. Macron estaba obligado a ratificar la victoria obtenida en la primera vuelta, una victoria que también fuera la de la democracia liberal sobre el extremismo. Sin embargo, la verdadera incógnita es cómo una hija de la extrema derecha, pudo hacerse con el 34,5% del electorado francés. ¿Por qué en la cuna de los Derechos Humanos, que hizo de la declaratoria uno de los documentos fundamentales, y más universales, de la Revolución Francesa, uno de cada tres electores votaron por una opción claramente racista y xenófoba?
Los franceses le otorgan hoy al problema migratorio una percepción muy por encima de su importancia real
Hacía 15 años el padre, y correligionario, de Marine le Pen había logrado apenas el 18% de la votación contra Chirac, el domingo su hija casi le duplicó. Marine había obtenido sólo el 21% en la primera vuelta y ha crecido 13 puntos. Independientemente de las virtudes de una inteligente candidata, existen razones objetivas que explican las condiciones para este resultado.
Hace unos seis meses la encuestadora IPSOS realizó una interesante encuesta global que indagaba sobre la fragilidad de los sistemas políticos, evaluando varios indicadores. Un 67% de los franceses cree que Francia está en declive, otro 67% cree que a esta generación le tocará enfrentar un peor futuro del que tuvieron sus padres. Un 76% cree que los políticos “no se preocupan por gente como yo” (de nuevo a la cabeza de Europa). Un número parecido (73%) se pronuncia acerca de la incapacidad de “los expertos” por comprender a la gente corriente. Y quizás lo más impresionante: un 80% afirma estar de acuerdo con la aseveración “necesitamos un líder fuerte, capaz de romper las reglas”.
Por otro lado, existe una equivocada percepción entre los franceses sobre la importancia relativa de la población musulmana dentro de sus fronteras. Sólo un 7,5% de la población que vive en Francia es musulmana, pero ante la pregunta “De cada 100 personas viviendo en el país, cuántos son musulmanes” los encuestados sobrevaloran la proporción y calculan 31%. Es decir, hay 24 puntos de sobre-estimación de la población musulmana, lo que le otorga a este problema migratorio una percepción muy por encima de su importancia real. (IPSOS nov 2016).
Parece claro que los temas migratorios serán ya parte del paisaje corriente en las contiendas electorales en Europa
El conjunto de todas estas percepciones arroja un peligroso cóctel que facilita la apertura a extremismos y explica el ascenso del Frente Nacional en Francia, así como opciones similares en otros lugares del mundo. Parte de la lógica que explica el apoyo electoral a Le Pen ayer, o la victoria de Trump en EE.UU., o el ascenso de Wilders en Holanda, está en el argumento de un elector escéptico que desconfía de sus elites: bien se trate de políticos, expertos o medios de comunicación.
En un bonito anuncio de los últimos días de la campaña de Macron, éste aparece en un aula con niños y explica en el pizarrón la libertad, la igualdad y la fraternidad. En estos últimos 200 años la libertad había sido sobre todo un valor de la derecha y la igualdad de la izquierda, ahora Macron en campaña se ha hecho con ambos, en un esfuerzo por hacerse con la esencia identitaria de Francia. Sin embargo sólo dos de cada tres franceses parecen compartirla.
Europa respira hoy con esperanza. Es ya la tercera victoria europeísta de 2017 tras las presidenciales holandesas y la primera vuelta francesa; sin embargo parece claro que los temas migratorios serán ya parte del paisaje corriente en las contiendas europeas. Los retos de gobernabilidad en Francia son grandes y diáfanos, igualmente, y tendrán una primera prueba en las venideras elecciones parlamentarias del próximo 10 de junio.
*** Carmen Beatriz Fernández es presidenta de la consultora DataStrategia y profesora invitada en la Universidad de Navarra.