La fuerza del susurro. En el centro del salón posa una chica en ropa interior. Los alumnos la miran, toman medidas, tratan de esculpirla a pinceladas. Antonio López (Tomelloso, 1936) navega con pasos cortos, las manos entrelazadas y a la espalda. Se para y, tras un automático “qué tal vas”, lanza su veredicto, ese susurro, a veces demoledor: “Le falta algo, no parece un cuerpo de mujer, es un saco”. Si le gusta, sonríe y con un hilillo de voz celebra: “Está bien, está bien…”.
Lleva un pañuelo al cuello, en plan boy scout, y una camisa amarilla, con las mangas salpicadas de pintura. “Hola, hola”, saluda a lo lejos, casi conviene leerle los labios. Se lava las manos y toma asiento en un extremo de esta sala en el museo de la Universidad de Navarra, que le nombró Doctor Honoris Causa en 2011 y es su casa una vez al año, gracias a este taller de figuración que imparte con su amigo del alma Juan José Aquerreta.
“Venga, venga, pregunta lo que quieras”, dice un López que juega en casa, que puede bucear entre cuadros si la pregunta es incómoda o le aburre. Si la considera “simple”, con sonrisa de niño pillo, pero a modo de garrotazo, suelta un directo a la mandíbula: “Estás siendo muy pesado”. Recibe en respuesta un “oiga, que yo he venido a preguntar”, y continúa “pregunta, pregunta”, pero luego otra vez, zas: “Es que dices algunas cosas… Estás siempre rondando el mismo carril”.
“Oiga, ya da miedo hacerle otra pregunta”. Sonríe. La conversación tiene algo de combate, de ida y vuelta, de reflexiones lúcidas y pausadas que juegan con aforismos, los que vierte cuando siente estar perdiendo el tiempo.
Una vez, un niño le preguntó a Gustavo de Maeztu: “¿Por qué dibuja las casas torcidas?”. Le respondió: “Son los arquitectos los que no saben hacerlas”. A usted, en cambio, ¿por qué le ha atraído desde siempre eso que llaman realismo?
El realismo nos atrae a todos. Es la vida, cualquier vida; una sucesión de acontecimientos que configura el mundo real. Todo eso se puede volcar en la pintura gracias a métodos alejados del realismo, pero al fin y al cabo el realismo es la fuente y el origen de todo.
En esa primera pregunta iba implícita una etiqueta, la de “realista”. Últimamente tendemos a ponerle nombre a todo. “Pablistas o errejonistas”, “pedristas o susanistas”. En el arte, más de lo mismo. ¿Se siente cómodo con alguna etiqueta?
No me importa tanto. La etiqueta no me la pongo yo, me la colocan los demás. Y no vas a estar a la greña con unos y con otros –se ríe–. En el arte, y también en la política, hay muchísimos malentendidos. Creo que el hombre tiene una facilidad enorme para agarrarse a esos malentendidos y vivir en ellos durante décadas. ¿Qué le vamos a hacer?
Erik Satie, por ejemplo, dijo que si hubiera existido una escuela “satiesca”, no sólo habría ido contra ella, sino que habría luchado por desmantelarla.
Son frases… A lo mejor ni lo dijo. No se debe tomar de forma literal, aunque si lo dejó por escrito, habrá que creerlo.
Venía a preguntarle por España. Estamos rodeados de lienzos y paletas. ¿Qué colores escogería para pintarla?
Mi pintura no es simbólica así que no estoy seguro de que sea posible responder a eso. Trabajo de manera muy objetiva. Unos días sería dorada, otros negra, gris, a veces de muchos colores…
Y en este instante, ¿de qué color la ve?
No soy muy propenso a esos juegos. Sé que la vida es difícil, áspera. Hace poco me regalaron un libro sobre El Cid, en el que se habla mucho de la sociedad de esa época. Qué vida tan perra la de tanta gente. El hombre no suele arreglárselas bien, no maneja correctamente lo que le sucede, pasa por muchas penas que podría evitar, habiendo otras tantas ineludibles.
¿Le gusta leer sobre figuras históricas?
La verdad es que no suelo hacerlo mucho. Fui a Burgos para dar una charla, surgió El Cid y me entró curiosidad por ver cómo era todo aquello. Me regalaron la biografía, que abordaba las luchas entre moros y cristianos, las traiciones, todo ese follón humano tan tremendo, que ocurre siempre, en todas las épocas.
¿Y qué pasa con El Quijote? Alguna vez ha dicho que no le convence porque mete en líos a todo el mundo.
Sí, sí –suelta una carcajada–. El Quijote es un peligro hasta cuando está cuerdo. Incluso en esos momentos dice cosas que no están bien.
¿Ve mucho Quijote en la política de hoy?
Veo mucho caradura, mucha persona desahogada, sin demasiada conciencia. Mucha ignorancia. Ojo, también existe entre los votantes. Si no, no surgirían estos personajes.
Su cuadro “Lavabo y espejo” evoca ese baño cualquiera, ese espejo en el que uno se mira al despertar y se topa con sus derrotas y sus victorias; sus logros y sus renuncias… A usted, ¿qué es lo que más le preocupa cuando se enfrenta al espejo?
No es tanto lo que me preocupa, sino cómo me siento. Tengo una edad en la que eso es muy importante. Si te duele la espalda, si has dormido bien… Llega un momento en el que todo esto cuenta mucho.
Ahora los espejos de miles comparten una emoción: el miedo. Por culpa de los atentados. Londres, París, Manchester…
Nací en enero de 1936. En julio empezó una Guerra Civil que duraría tres años. ¿Qué vas a pensar? El hombre es muy bestia, muy ignorante, hace las cosas muy mal. Si esto que me preguntas fuera algo de nuestra época, podría analizarse, contemplarse la entrada del demonio, pero el demonio ha estado siempre entre nosotros.
Cierto, pero Occidente se enfrenta a una vertiente del terrorismo con la que no se había batido antes.
En el siglo XX hubo dos guerras mundiales aparte de la española. Todo esto al lado de eso no es nada. Indica la agresividad y la ignorancia del hombre, también la descomunal presión que ejerce el mundo económico. Pienso que debajo de todos estos conflictos está la economía disfrazada de mil cosas.
El poder y el dinero, que tanto nos arrinconan.
Sí, yo pienso que sí, las guerras se disfrazan y se maquillan de muchas maneras, pero creo que detrás siempre se esconden el dinero y la ignorancia. Las dos cosas juntas.
¿Quién arrincona a quién?
El poder inclina... El ciudadano hace bastante con sobrevivir.
Han sido unos meses muy electorales, de urna rápida, omnipresente. En su estudio, ¿ha compartido esa efervescencia política?
No mucho… Francamente, no.
¿No le ha interesado demasiado?
¿Cómo no me va a interesar? Pero pienso en otras cosas, en resolver mi vida. ¿Qué puedes hacer? Muchas veces aquello sobre lo que se discute no es relevante y se repite día tras día de manera machacona… Bueno, puede que en ocasiones sí que sea importante, pero cada uno debe seguir adelante y sobrevivir en mitad de todo este estruendo.
Cuando viene a la Universidad de Navarra, pasea por el mercado y elige frutas y hortalizas para los bodegones que luego pintan sus alumnos. Ahora, en el Congreso, tenemos casi tantos colores como en las cestas. Rojos, naranjas, morados, azules… Cuánto hemos cambiado.
Hay gente que no está en el Congreso y que puede ser la más válida. Quizá aquellos que no votan porque no están de acuerdo con ninguno de esos partidos. Pero estas personas a las que me refiero tienen presencia en la vida de España y el país avanza gracias a ellas.
¿Cómo articular eso? ¿Cómo lograr que esas personas de las que habla alcancen un escaño si no acuden a las urnas?
La solución no la voy a dar yo ahora. No la conozco. La vida es un caos… Sería muy inocente pensar que exista una fórmula.
Usted dio un paso adelante en la última campaña electoral. Colaboró con Recortes-Cero, al que calificaron como “el único partido más a la izquierda que Podemos”. ¿Por qué lo hizo?
Es un partido modesto, sin poder, su gente es muy idealista e inocente. Parecen limpios. Si tenía que apoyar algo, era eso. Habría que verles con escaños en las manos, a ver qué pasaba. Al final, la esfera política resume la sociedad. La cosa sale así porque tiene que ser así.
Su reputación a veces le obliga a algunos actos oficiales. ¿Ha tratado a los actuales líderes políticos?
A la mayoría no.
De lejos, ¿qué impresión le generan Rajoy, Sánchez, Rivera e Iglesias?
Les faltan años, están demasiado atados a sus programas, demasiado esclavizados.
Antes ha dicho que hay mucho caradura. Desayunamos corrupción casi a diario.
No soy demasiado optimista, la vida del hombre tendrá que transcurrir a pesar de todos estos avatares y errores.
Entonces, ¿la corrupción es inherente al ser humano?
¡No, no! Hay gente fenomenal y gracias a ella salimos adelante. Me refiero a quienes trabajan el campo, aquellos que investigan en laboratorios, muchos pensadores de alto nivel. Aquellos que están en política no son los mejores. ¿Por qué? No lo tengo claro. Evidentemente, Trump no es el mejor norteamericano, ni Merkel la mejor alemana.
¿Y Rajoy el mejor español?
No lo creo, pero los otros tampoco. Ninguno merece llevarnos de la mano e influir en nuestro destino.
¿Alguna vez le ha ilusionado un político?
Ninguno, absolutamente.
¿Ni siquiera en la Transición, aquellos días en los que “todo estaba por hacer”?
No me creía mucho todo eso.
¿Y qué debería tener un político para ilusionarle?
Alguien al que pueda creer, una persona cuyo discurso se corresponda con su pensamiento íntimo, pero ya en la Transición percibía esas actitudes impostadas.
Actitudes impostadas… ¿que hemos venido heredando hasta hoy?
Llevamos mucho tiempo así. Ya antes de Franco, en la República, había gente que no hacía las cosas bien.
Pero cuando llegan las urnas, los españoles no castigan la corrupción. O por lo menos no ha sido así en las dos últimas elecciones.
No tengo preparación suficiente para responder a esto. Cuando el hombre reúne ambición e ignorancia, se comporta así. Si a esto unimos un público muy crédulo, que no ha madurado todavía y que no sabe leer en la cara de los políticos… Todo esto junto da lo que da.
Parece que han vuelto a ponerse de moda los debates sobre patriotismo. ¿Qué cuadro elegiría para representar este país?
Tendría que pensarlo, hay tantas pinturas… Yo qué sé, todos los cuadros dicen algo de este país. No sé si puedo quedarme con uno. Quizá Altamira: la lucha por la vida, cuando todavía no había partidos políticos. El hombre en la naturaleza, sobreviviendo, valiéndose de su inteligencia.
Y de su fuerza.
Bueno, más fuerza tenían los mamuts. Hemos sobrevivido gracias a la inteligencia de algunos. El drama llega cuando la inteligencia pasa a manos de los no muy inteligentes. Unos sabios inventan la bomba atómica y unos brutos la tiran. Qué complicado todo.
Volviendo a lo de las pinturas. Se tiende a escoger los fusilamientos de Goya como imagen global de España.
Sí, es una de esas obras de las que se echa mano para explicar lo ocurrido. En concreto, aquello fue verdad, Goya no inventó. Los franceses entraron aquí… No conozco los detalles de la historia, su parte de razón y la nuestra, es muy difícil saberlo, pero quizá no debieron haber pasado. Oye, ¿por qué tenían que entrar aquí los franceses? Bueno, no lo sé.
Hace poco dijeron que entraban los alemanes, con esto de Europa y los rescates.
A lo mejor entran los chinos, nos compran y, para cuando queramos darnos cuenta, ya somos sus súbditos. El dinero manipula la vida del hombre. Dispone de muchos disfraces y por eso tardamos en darnos cuenta, pero ahí están, siempre detrás: el dinero y la ignorancia.
¿Cuál es el disfraz más peligroso del dinero?
Uno ha sido la religión, que se ha prolongado durante siglos. La gente decía pelear por sus dioses, incluso parece que fue así, pero yo no me lo creo. Detrás veo dinero y poder. También las actitudes patrióticas han sido un maquillaje indeseable.
Si no le convencen los fusilamientos de Goya, podemos quedarnos con “La riña a garrotazos”.
No lo sé. Si te fijas en ese fenómeno de la disputa, es así. En cambio, si miras a favor de la vida, que ya tiene suficientes complicaciones, se pueden encontrar otras cosas. No quiero pensar mucho en eso.
Muchos de esos grandes cuadros a los que la gente recurre para ilustrar nuestro país tienen que ver con la sangre, las vísceras, la violencia…
Eso lo dices tú, no yo. Las Meninas no hablan de garrotazos, existen otras pinturas que inspiran luz y cordialidad, que también tienen mucha presencia en nuestra vida.
Usted que conoce España…
Yo no la conozco bien.
La ha recorrido mucho.
Hay gente que recorre mucho y no se entera de nada.
Usted se dedica a mirar y pintar.
Bueno, bueno –acepta al fin con una sonrisa, pero a regañadientes–.
Adonde iba… Si mira a Cataluña, ¿qué piensa?
No lo sé. Hace poco vi a dos amigas catalanas. Les pregunté por el referéndum, por la cantidad de catalanes que quiere marcharse. Una dijo que habría más gente a favor, otra defendió justo lo contrario. Si los catalanes, en mi opinión, claro, hicieran un referéndum y ganara la independencia, naturalmente les diría: sois libres. El territorio catalán no se iría de España, seguiría ahí anclado. La vida da muchas vueltas. Les daría la independencia, no creo que tuviera mucha importancia. El mapa de Europa ha cambiado y no ha pasado nada, o sí que pasa, pero no creo que tenga tanto que ver.
Pero todavía estamos en una fase anterior a ese referéndum. El Gobierno catalán pide votar y Rajoy se niega.
Haría un referéndum para todo el pueblo catalán. Si la mayoría quiere independencia, que la tengan. Quizá dentro de diez años deseen volver. Si un hijo va a marcharse de casa, el padre no lo puede retener. Si el hijo tiene una edad, por supuesto. No se va a ir con cinco años.
Y Cataluña, ¿cuántos años tiene?
La misma edad que el resto, ni más joven ni más vieja. Creo que no pasaría nada. Los problemas vendrán por otro lado, por el aire, la sobrepoblación, más allá de todas estas luchas tan sumamente pequeñitas en las que nos detenemos semanas, meses y años.
A Ignacio Zuloaga le encantaba recorrer el norte en busca de motivos y personas. ¿Ha cambiado mucho lo que vio en aquellos años cuarenta con lo que somos ahora?
Madrid, por ejemplo, ha crecido. Hay más coches, la vida es más incómoda… Se ven muchos menos sacerdotes por la calle y las señoras evidencian más su cuerpo a la hora de vestir. Pero son cosas sin importancia, salvo lo del crecimiento de la ciudad. Eso me preocupa.
¿Por qué?
No podemos vivir tan masificados habiendo tanto espacio en este país. Debemos abrir espacios para que la gente vuelva al campo y viva en lugares más pequeños, siempre y cuando pueda realizarse allí y estar de forma agradable. Que sólo se pueda vivir en las grandes ciudades es dibujar un esquema perverso.
A usted le sigue atando Madrid a pesar de “ese sistema perverso”.
Es el destino. A los trece años quería aprender pintura y no podía estudiar en Tomelloso. Lo que hice fue natural, lo hicimos todos, en realidad los que pudimos. Me gustaba ese Madrid, lo que allí ocurría, la gente que conocía… Esa misma ciudad podía ser una trampa tremenda a ojos de otro.
¿Y su cuadro de la Gran Vía? ¿Se imagina haberlo pintado uno de esos días que Carmena la cerró al tráfico?
El coche aporta soluciones, pero también complica muchísimo la vida en las ciudades. Ahora que tiene tanto peso, conviene ponerle límites.
Cambiando de tercio, usted fue un niño de la guerra. ¿Qué poso dejan en la mirada tres años como esos?
Si se lo preguntaras a un hombre de los que fue a la guerra… Yo tenía tres años cuando terminó. No conservo prácticamente ningún recuerdo. Sería apurar demasiado, es que preguntas algunas cosas… Estás siempre rondando el mismo carril. Guerra hay siempre, ahora mismo la hay, depende de qué nombre le pongamos.
Se cumplen ochenta años del Guernica. Lo vi en el Reina Sofía hace unos días. Sobrecoge, no sé. ¿A usted le pasa?
Como documento del dolor, me impresionan más algunas fotografías que he visto. Con el Guernica no siento eso.
¿España sigue siendo un país de vencedores y vencidos?
Siempre hay unos que pisan a otros. No sólo en España, en cualquier otro sitio.
Me refería a las heridas de la guerra. ¿Han cicatrizado?
Están cerradísimas, pero claro que se puede seguir hablando. ¿Qué trabajo cuesta? La gente es muy pesada, muy pelmaza. Tú estás siendo muy pelmazo.
¿Ah, sí? No tenía esa intención.
Ya lo creo que la tienes, hombre claro.
Vale, vale. Una vez alguien dijo que si en España se colocaran once poetas de gran calidad frente a otros once en un campo de fútbol, no se llenaría el estadio.
¿Qué quieres decir con eso?
Me gustaría preguntarle por la banalización del espectáculo.
No sé si en la antigua Roma los que más sabían también iban al circo a ver cómo un león se comía a la gente. Si hay una forma de vida con la que no estás de acuerdo, te separas de ella.
Entonces, cada sociedad ha tenido su propio fútbol.
Sí, eso es.
No le interesa.
He convivido con ello toda mi vida, ha ocupado muchas páginas de periódico. ¿Qué le vas a hacer? Tiene mucha importancia, pero no vas a estar toda la vida mirando aquello con lo que no estás de acuerdo, no me gusta todo eso.
Prefiere hablar de la luz, de…
De lo que haya que hablar, no me importa, pero no puedes estar saltando de ahí al Guernica, a la guerra, madre mía.
Ya da “miedo” hacerle la siguiente pregunta.
¿Por qué me has elegido a mí?
Encuentro interesante su criterio.
Pero yo no soy una persona que encuentre interesante poner la lupa sobre esa parte del mundo, sobre esa forma de vida. No me gusta todo eso, no tengo edad ni temperamento. Tampoco trato de escaparme, simplemente no quiero centrarme en eso. Si tengo que quitar la televisión de mi casa, la quito.
¿La ha llegado a quitar?
Sí, sí.
Tampoco ha sido usted muy de ir a la tele…
Cuando me han llamado sí, normalmente suelo colaborar.
Quizá tenga que ver eso con aquello que dijo en una entrevista: “Creo que la gente me estima, creo que estoy muy valorado por el público”. ¿Lo hace por devolver ese cariño?
Cuando se hacen consideraciones tan esquemáticas como las tuyas, no estoy nunca de acuerdo. La cosa es más compleja que todo eso. Eres muy joven y vienes con muchas ideas en la cabeza que tienes que ir madurando con los años. Cuando pasen diez años, lo verás de otra manera.
Entonces, ¿pactamos otra entrevista para dentro de diez años?
Claro –se ríe–. No suelo decir nunca que no.
Una curiosidad ahora que estamos en un museo. Muchos le perciben a la altura de las grandes obras que están expuestas. ¿Le da vértigo?
No. Es una fortuna, pero trato de no darle importancia. Puede tratarse de un malentendido. No es demostrable si un artista merece o no estar… Vivimos en un caos, es muy difícil medir el mérito en el mundo del arte. Con el ciclismo no hay duda, la carrera la gana el más rápido. Quizá las tres próximas generaciones digan de mí cosas muy diferentes. Como sé que puede ocurrir, lo relativizo, y cuando me tocan las cosas buenas, lo agradezco, naturalmente.
Eusebius, un crítico musical de la primera mitad del XX, escribió: “No hay nada que guste más a los españoles que ver caer a un artista que ha llegado a lo más alto”. ¿Ha tenido esa sensación?
No lo sé… Creo que sí que existe una fatiga, un descenso de personalidades que ocupaban un lugar importante inmerecidamente. Eso ha pasado con el arte, sí. Pero no creo que sea un problema de los españoles.
Antonio, ya casi hemos terminando, ya sé que le parezco un pelma.
No, no.
¿Le siguen preguntado por el cuadro de la familia real?
Me siguen hablando de él, me parece bien, ha sido una cosa real, no un invento.
Real, nunca mejor dicho.
Eso, eso, real, nunca mejor dicho. Estoy muy contento de haber pintado ese cuadro, más contento que satisfecho. Me refiero a haber sido elegido, a los años de trabajo. No sé muy bien lo que ha salido, pero sí sé que hice todo lo posible. ¿Que podía haber salido mejor? Claro, pero en esos encargos uno llega hasta donde puede. Ya te digo, para mí fue una suerte. Volvería a hacerlo. Estoy muy contento de haber vivido esa experiencia.
Más de una vez ha dicho aquello de “la obra no se termina, se llega al límite de las posibilidades”.
En este caso desde luego.
¿Habló con los reyes?
No tuve la ocasión. Fue un encargo de Patrimonio, charlaba con ellos. Los reyes lo vieron el día de la inauguración, pero no era el momento de intercambiar opiniones.
¿Tuvieron algo que ver sus convicciones?
Eso no tuvo que ver. Antes del cuadro, me pidieron unos retratos de los reyes para otro lugar y lo rechacé. No me vi capacitado, pero pintar la familia al completo era una aventura sumamente interesante, nunca había hecho algo así. Fue una oportunidad magnífica. Un padre, la madre, dos hijas y un hijo… La familia como tema. Deseé hacerlo.
Además, su cumpleaños es monárquico, el 6 de enero.
Estamos cerca. En ese sentido me identifico mucho con el rey Juan Carlos, tenemos casi la misma edad y somos Capricornio.
¿Qué tal lo está haciendo Felipe VI?
Muy bien, lo hace lo mejor que puede, pero tiene unos límites enormes.
Por eso el padre borboneaba.
Don Juan Carlos mantuvo siempre ese carácter, que fue bueno y facilitó su trabajo. Tanto él y la reina Sofía, como ahora los nuevos, se esfuerzan enormemente por hacerlo lo mejor posible. Luego, al final, depende de tantas cosas…
No tengo más preguntas. Ya siento la chapa, don Antonio.
Bueno, bueno, muy bien, estupendo.