Esta imagen apócrifa y sin más contexto que una carretera desierta de coches ha pasado a simbolizar el adoctrinamiento indepe y la explotación de la infancia con fines políticos. La instantánea fue tomada en la C-32 de Mataró el pasado miércoles en el transcurso de la huelga política convocada por la Intersindical CSC y prendió una escandalera de golpes de pecho y apelaciones a la Fiscalía de Menores por el uso de “bebés como escudos humanos” y otras consideraciones igualmente apocalípticas.
Nadie sabía en qué circunstancias fue tomada la imagen, pero su condenación prendió la hiperestesia de los no independentistas en ese campo abonado para la histeria y la demagogia que son las redes sociales.
La fotografía en sí misma es la mar de inocente: cinco niños sentaditos, dos aún con chupete, junto a un panfleto, a modo de escudilla, en el que se lee “Llibertat presos polítics”. Es más, de no ser por la calzada y la octavilla, podríamos afirmar que en todos los álbumes familiares hay fotos parecidas: los pequeños de la casa en la playa haciendo castillos de arena, Playa de los barcos, Águilas, verano del 75, o en medio del campo un día de monas, Cuesta de gos, Águilas, 77.
Sin embargo, a tenor de los comentarios que esta composición ha provocado, cualquiera diría que esas cinco criaturas fueron abandonadas en medio del asfalto a riesgo de ser atropelladas en cualquier momento. El pixelado mejoraba cualquier prejuicio delincuencial.
Es cosa sabida y antigua que en Cataluña, en algunos colegios y en algunos programas de TV3, se manipula miserablemente a los pequeños. Hay denuncias de padres; hemos visto vídeos de niños disfrazados, cogiditos de la mano, coreando "inda-pan-dan- cià"; y hay testimonios de profesores defendiendo la necesidad de educar en “nociones de democracia” cuando se les ha reprochado el lavado de cerebro, la vileza.
El uso frecuente de menores y cachorros con fines propagandísticos, políticos o mercantiles despierta sentimientos encontrados en función del receptor. Si empatizamos con el entorno y coincidimos más o menos con los fines pretendidos, el recurso a la infancia es percibido como oportuno e incluso deseable porque mejora la publicidad.
Un anuncio de champús, una grada entusiasma por el triunfo del equipo local, una procesión con muchedumbres piadosas al paso de la Virgen o una manifestación del seis de diciembre, años 80, cuando en las escuelas se afianzaba la Transición mediante concursos del tipo Qué es para ti la democracia, son contextos en los que las imágenes de querubines conferían al asunto ternura, delicadeza y confiabilidad.
Cosa bien distinta es que el contexto y motivo en cuestión -como sucede en este caso- nos desagrade o difiera de nuestros valores e ideas. Sólo entonces nos acordamos de la protección de la infancia.