SÍ. Cuenta Pablo Neruda que en el Madrid de finales de 1936 había un anarquista austriaco con un método muy original y drástico para quitar el dolor de cabeza. Cuando recibía una remesa de reos, elegía a uno y le preguntaba si sufría neuralgias habituales. El detenido, sorprendido por tanta amabilidad, podía decir que sí o que no. Si la respuesta era positiva, el paisano de Freud, sin mediar palabra, sacaba su pistola de la cartuchera y le pegaba un tiro en la cabeza. “Ya no te dolerá más”, sonreía el anarquista.
Ochenta y dos años después asistimos a un episodio política, moral y éticamente parecido aunque no tan sanguinolento como el que nos cuenta el premio Nobel de los 20 poemas de amor en una España desesperada. Sí, nos duele la cabeza de tanto Rajoy y de tanta corrupción en el PP, de tanta corrupción en el PP y de tanto Rajoy, porque tanto monta monta tanto, y la solución que sobrevuela es que España se pegue un tiro en la cabeza.
Nos movemos en el peor de los escenarios. El partido mayoritario en España, que ha gobernado la nación a lo largo de 15 años, en dos periodos entre 1996 y 2018, es definitivamente un partido fallido dentro de un Estado encaminado a convertirse, también, en fallido si no se reconduce la crisis independentista de Cataluña, más los escarceos del País Vasco.
Ante esta situación, el PSOE de Pedro Sánchez, el segundo partido más votado en las últimas elecciones, pero con menos de la mitad de diputados para tener una mayoría suficiente, ha presentado una moción de censura para descabalgar de una vez al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y enviar definitivamente al averno al PP para que se cueza en el aceite hirviendo de la corrupción. Donde deben estar. Pero, cuidado, que no sea a costa de volarle la cabeza al Estado dando balas de cañón a quienes quieren destruir España.
La sentencia del Gurtel ha confirmado lo que todos los españoles saben desde hace años: que el Partido Popular acabó convirtiéndose en sus más altas esferas en una industria societaria entre piratas y políticos sin escrúpulos para hacer negocios a costa de los Presupuestos Generales del Estado. Una afirmación indubitable y terrible, porque miles de honrados cargos públicos del PP han dedicado parte de sus vidas en beneficio del bien general.
El 90% de los gerentes nacionales del PP han sido investigados, juzgados y condenados por corrupción. Resulta imposible creer que ni Fraga ni Aznar ni Mariano Rajoy supieran nada de lo que se cocía en la cocina. ¿Eran tontos, ciegos, sordos o simplemente corruptos?
“Dinero, ¿es que no conoce la historia? ¿A qué cree usted que se dedicaban esos bribones? ¿Qué otra cosa podría interesarles excepto el dinero? ¿Por qué otra cosa se arriesgaría a perder el miserable pellejo sino por dinero?”. Exclama el caballero Trelawney cuando propone al doctor David Livesey fletar un barco en busca de la isla del tesoro donde el capitán Flint escondió su botín. Si Stevenson escribiera hoy, en vez de piratas, dirigentes del PP hasta el más recalcitrante votante conservador lo daría por bueno.
El mal del Partido Popular viene de muy lejos. Ya he contado en alguna ocasión que en 1985, cuando el actual PP se llamaba Alianza Popular y algunos empezábamos a dar guerra desde los periódicos, el entonces gerente de AP, Ángel Sánchis, en su despacho de la calle Génova, me enseñó un maletín lleno de billetes verdes, de las antiguas pesetas, recolectados esa semana entre empresarios amigos.
Fue el postre de una comida inolvidable en O´Pazo, donde el susodicho gerente, Ángel Sanchís, un valenciano hecho a sí mismo, invitó al alevín de periodista. Ese día me enteré de que existían los erizos de mar, de que gente adinerada llevaba en el interior del cinturón hasta un millón de pesetas en billetes doblados para imprevistos –“por si surge una necesidad, como irse a París con Jorge (Verstringe, entonces secretario general de AP) a cenar unos erizos de mar”, me decía Sanchís-. Ese día, como decía, vi con mis propios ojos, de postre, que el actual partido en el Gobierno se financiaba ya con comisiones de empresarios. Ángel Sanchís, condenado esta semana en el Gurtel a una pena leve por blanqueo de capitales, fue precisamente quien contrató a un jovenzuelo llamado Luis (Barcenas) para hacer fotocopias, al tiempo que aprendía el modus operandi en el partido. Pues hasta hoy.
El mal viene, pues, desde muy lejos. Por tanto, hay que sacar democráticamente al PP del poder por corrupción, pero que no sea a la manera del anarquista austriaco: volando la cabeza a España.
Mariano Rajoy, el corcheiro de la Moncloa, tiene una última oportunidad para dejar en su página política una micra de dignidad convocando elecciones anticipadas para después del verano. Si todos vamos a morir, al menos, Mariano, muere políticamente como un hombre para el que el ser pesa más que el tener. Da una oportunidad de supervivencia a lo que quede del PP honrado convocando un congreso extraordinario.
Cuando viví el episodio del maletín en la calle Génova, recuerdo que estaba leyendo Utopía, de Tomás Moro, que junto con La Ciudad del Sol, de Tomasso Campanella, forman parte de aquella literatura con imaginarias islas fantásticas en las que se despreciaban las riquezas y las injusticias.
Los utopianos detestaban tanto el oro que lo utilizaban para la fabricación de orinales. Los solares de Campanella entendían que el afán de poseer dinero, riqueza y propiedades, para que los hijos heredaran luego, conducía a los hombres a convertirse en “depredadores públicos”.
Indudablemente los dirigentes corruptos del PP no son utopianos ni el mismo Pablo Iglesias, con sus planes de heredar de sus padres, sería feliz en el reino de La Ciudad del Sol. “No hay tumba de oro sin gusano y lloro”, exclama un personaje de William Shakespeare.
Pero aquí no estamos hablando de literatura, sino de nuestro problema actual: la política, “la fatalité moderna”, decía Napoleón. Estos políticos han causado un problema y otros políticos han de solucionarlo. Para eso hay que votar. Aunque como dice Candelaria, una vecina de 92 años de Almonaster (Huelva), descubierta este viernes en TVE en El Paisano –atentos a este programa-, “Nunca te juntes con un tonto o con un malo porque siempre saldrás perdiendo”. ¿Acaso no es esta una buena definición de un político como Rajoy?