Escribir metáforas sobre la imagen de una mujer rodeada por tantos micrófonos en la semana de la puesta en libertad de La Manada es peligroso, pero es que a Soraya le ha dado un vuelco la vida este martes. La fotografía de EFE pinta un retrato de la que fue vicepresidenta del Gobierno alcanzando por fin la preposición ex a la vista de todos. Había abandonado el cargo, no la leyenda. Los recuerdos se le amontonaban en la parada frente a la puerta del Congreso de los Diputados, aquellos felices días del sorayismo y la influencia galopante concentrados en una avalancha de periodistas que le recreaban, grado arriba, grado abajo, el hábitat donde está cómoda.
El drama: después de unos años intensísimos enviando micrófonos al resto rellenos de pasado, apuntaban esta vez a ella. Soraya sin la sombra, el despacho y el puñado de dosieres en un esquinazo no es la misma. Me gusta imaginármela así, una villana apestando a poder, mandando recados, visitando a empresas editoras, terrible y detallista, pendiente de un titular, de la fabricación de dos o tres exclusivas y de los últimos totales de cualquier cadena, prometiendo cosas a cambio de los mismos cuadros pintados en serie. Soraya hizo de Titorelli.
Por eso resultó tan entrañable la espontaneidad medida –hay sonrisas con mucho pasado– cuando se abalanzaron sobre ella los medios de comunicación como si no hubiera ocurrido nada, atomizados en decenas de esponjitas y grabadoras, cambiando de plano con tan sólo veinte días de diferencia. Soraya se hace la sorprendida y mira a las cámaras como si las acabara de descubrir.
Con Rajoy en Santa Pola, ya sin excusas, ensimismado con la fase de grupos del Mundial, a ella le queda una página en blanco dentro del Partido Popular. En la imagen, Soraya se recoge el pelo con la confianza de haberse pasado la política con el personaje secundario. Hay demasiada naturalidad, el confort de sentirse rodeada, hace calor, está a punto de apretar el botón new game y de reconocer al enemigo, la última literatura que nos queda a cualquiera, que es para lo que realmente estaba allí. Para aclarar el maletendido: lo de Cospedal no era una exageración.
En segundos, pasó de ser Sáenz de Santamaría a SoraYA!. Lo quiere rápidamente, con ansia millennial. La inercia canallita-pop no tapa la resaca que arrastra la candidata a presidir el partido y España, porque en el PP parece que la moción de censura la buscaron por descansar un poco, en un bucle que devuelve peperos como un frontón. Igual guarda algo de material clasificado para ir tirando hasta el congreso del partido.