La infanta Pedro Duque
La comparecencia de Pedro Duque el jueves para explicarse ante los medios de comunicación fue un catálogo de muecas. Lo más convincente de sus explicaciones resultaron ser las formas titubeantes. A las tres de la tarde en los hogares de toda España se suspiraba con angustia por el thriller que retransmitían las televisiones: Gravity rodada en Jávea, nuestro primer astronauta estaba en apuros.
En la imagen captada por Efe se observa a un hombre sin doble fondo, transparente, moralmente de comunión, con las manos abiertas en actitud de duda, casi súplica, arrugando la cara de maratoniano por la que las facciones se escurren y rodean la calavera, situada cerca de la superficie. "Yo tampoco sé qué ocurre exactamente", parecía decirle a los periodistas que preguntaban por su gimnasia fiscal. "Estamos todos igual. ¿Chalé? ¿A esto se le llama chalé?".
Cayendo por el vacío de la ejemplaridad política, a Pedro Duque lo salvó la gravedad de la campechanía, aterrizando suavemente en el fondo político conforme pasaban las horas. Por la tarde, este periódico ya había demostrado que una de sus explicaciones no se correspondía con la realidad, pero daba prácticamente igual porque a lo lejos seguía tiritando un hombre asustado, encogido dentro del traje, acosado por el pasado, apuntado por los consejos todavía humeantes de un notario: a España siempre la vigila un notario.
No cuadra mucho ver a un hombre que puso su vida en manos de las matemáticas temblar ahora al recordar determinadas operaciones, mostrándose tan inocente por las cuentas que hizo hace algunos años, cuando los números encajaban sin tartamudeos. En esa corriente de agua se deja arrastrar la mayoría, un tipo con su currículum suele nadar. El perro, el cohete, los amigos del pueblo, la figura del funcionario, "el Gobierno lo promocionaba"... componen el atrezzo de un paisaje de perplejidad. Ya le habría gustado a la infanta Cristina un escenario así.
En este primer round, Pedro Duque ha dilapidado la fortuna que trajo del espacio: asombrosas cantidades de carisma arrojadas por el balcón de la política, la misma esquina que ocuparon personajes oscuros como Rato o Griñán. Queda algo más: no hay que fiarse nunca de quien es capaz de hablar de sí mismo en tercera persona refiriéndose a su yo visto en perspectiva como "papá".