Dice el escritor Owen Jones que la humanidad debe escoger entre el socialismo o la barbarie. Muy sutil, el chantaje del Errejón británico. Tanto como pedirle a Gal Gadot que escoja entre El Caníbal de Milwaukee o tú con la esperanza de que la pobre desgraciada opte por el mal menor.
Veamos. En lo que llevamos de semana, el socialismo español y sus aledaños le han lanzado un capote al régimen criminal de Nicolás Maduro absteniéndose de condenarlo en el Congreso de los Diputados, aceptado acabar con la presencia de la Guardia Civil en Navarra, confesado (por omisión) su intención de indultar a los golpistas catalanes del 1-O, pactado con Podemos y PP una medida que aumenta el control político sobre los jueces, sonado los mocos con la bandera española, mofado con cargo al presupuesto público de una niña de 13 años que leía un artículo de la Constitución, declarado partidario de seguir saqueando tumbas vía impuesto de sucesiones, divulgado fake news acerca de un hipotético acuerdo con el Vaticano para la exhumación de Franco y permitido que Carles Puigdemont instaure un Gobierno autonómico paralelo al constitucional y no sometido a la legislación española en Bélgica.
Owen Jones tiene dos libros. El primero es una oda a los chavs, el término despectivo utilizado en el Reino Unido para aludir a la clase obrera británica. La misma que votó mayoritariamente "sí" al brexit. En el segundo, Jones critica a "la casta" de su país. La misma que votó mayoritariamente "no" al brexit. A Owen Jones, en fin, le ocurre lo mismo que a la escasa intelectualidad socialdemócrata remanente: la realidad suele joderle las teorías.
Ayer, el ministro José Luis Ábalos le pidió a la familia Franco diálogo "tras tantos años de arrogancia, imposición y eliminación del discrepante". Insultar a aquellos con los que pretendes negociar algo que sólo te beneficia a ti es un arte en el que el socialismo ha alcanzado la perfección durante los últimos años. Pensar que un obrero, sea lo que sea eso en 2018, te va a votar después de que le llames nazi por asistir a un mitin de Vox, fascista por pedir que su hijo sea educado en español en Cataluña, homófobo por usar la palabra "mariconazo" en contextos perfectamente coloquiales, racista por exigir la erradicación de las mafias de los narcopisos y el top manta, insolidario por negarse a que su casa sea ocupada por el primer delincuente que derribe la puerta a coces, patriarcal por considerar una estupidez el lenguaje inclusivo o misógino por resistirse a la erradicación de la presunción de inocencia para los ciudadanos de sexo masculino roza la inteligencia límite.
Se habla mucho de la superioridad moral de la izquierda sobre la derecha pero no tanto acerca de la superioridad moral de la izquierda sobre sus propios votantes. Esos a los que el socialismo pide el voto con una pinza en la nariz para no atufarse con sus aromas a choto de gimnasio de kravmagá de extrarradio. ¿O es que creen que la socialdemocracia ha idealizado a obreros, marginados e inmigrantes por su admiración hacia ellos? No, hombre, no: los ha idealizado en el arte, en la literatura y en la política precisamente porque no les soporta en la vida real.
Vénganse conmigo un día a la presentación del último libro de algún viejo pope socialdemócrata y échenle un ojo a la fauna humana que se mueve por ahí. Yo les invito. Comprobarán cómo el más campechano de ellos lleva la barbilla donde el resto de los seres humanos llevamos las cejas. Si el motor del populismo de izquierdas, el de Echenique, Colau y Monedero, es el odio hacia el prójimo, el de la socialdemocracia es el asco hacia ese mismo prójimo. Pero lo hacen por nuestro bien. Su teoría es que si vuelcan sobre nosotros el suficiente desprecio, al final los ciudadanos acabaremos entendiendo.
Visto el menú socialista para el siglo XXI, ¿me dejan ver el de la barbarie, por favor? Sólo podría ser peor si incluyera a Godzilla cagándose sobre mi plato.