Entre las críticas del Museo del Prado que pueden leerse en la página web Tripadvisor hay una de un tal Lorenzo, de Málaga, que dice así: “Me esperaba más”. Algo parecido le ha sucedido a Manuel Valls tras el anuncio de su candidatura a la alcaldía de Barcelona de la mano de Ciudadanos. De nada le ha servido su pasado como alcalde de Évry (2001-12), como ministro del Interior francés (2012-14) y como primer ministro durante la presidencia de François Hollande (2014-2016). Para Ada Colau, responsable, según datos oficiales, de la conversión de Barcelona en la ciudad más violenta de España, Valls no es más que un “fracasado”.
La opinión de Colau es compartida por los partidos independentistas catalanes y muy especialmente por Ernest Maragall. El candidato de ERC apura sus últimos meses como consejero de Asuntos Exteriores de la Generalidad reabriendo las embajadas catalanas clausuradas durante la aplicación del 155 y acusando a Valls de ser “el candidato del dinero”, de no conocer Barcelona y de anticatalanista, es de suponer que ante la imposibilidad de acusarlo de “franquista” o de “fascista”. Valls, más antipopulista que jacobino, suele torear la vaquilla confesándose admirador de la Cataluña de la Renaixença, pero también de Serrat, Estopa, Pla, Mendoza y Rosalía. E incluso de Lluís Llach.
Manuel Valls dio el pasado lunes una rueda de prensa en el hotel Gallery de Barcelona para presentar su libro de memorias Barcelona, vuelvo a casa. La intención de Valls, de su equipo y de la editorial era dedicar la jornada al libro, pero la actualidad acabó imponiéndose y las entrevistas se convirtieron en un monográfico, a veces tenso, sobre su candidatura.
Durante su entrevista con EL ESPAÑOL, el candidato a la alcaldía de Barcelona se las arregló para sintetizar sus ideas sobre la ciudad, Ada Colau, el nacionalismo, el procés, Europa, el populismo, la crisis de la socialdemocracia e incluso la visita de Pablo Iglesias a Oriol Junqueras en la cárcel de Lledoners.
Durante la rueda de prensa posterior a la presentación del libro ha tenido usted un ejemplo de las fake news con las que será atacado por el independentismo y por Ada Colau durante los próximos meses. Ha ocurrido cuando un periodista le ha preguntado por su supuesta decisión de expulsar de Francia, por motivos racistas, a miles de gitanos. Usted tiene experiencia luchando contra el populismo de Le Pen. ¿Ve semejanzas entre el Frente Nacional y sus rivales por la alcaldía de Barcelona?
Yo intento siempre trabajar con referencias serias. Ahora mismo hay un gran debate en Europa y en el resto del mundo. También en España, y aún más en Barcelona y en Cataluña. Ese debate es el existente entre la gente que defiende el proyecto europeo, la democracia liberal, la convivencia, el progresismo y una civilización en el sentido cultural de la palabra, es decir la gente que defiende Europa, y los populistas.
Pero yo no voy a tratar a todos los nacionalistas o a todos los independentistas de racistas o de fascistas. Porque, además, aquí la palabra fascista es siempre una manera de acabar con el debate. Muchas veces se dice en Cataluña que o eres independentista o eres facha. Y ese debate es insoportable.
Pero, aunque haya diferencias entre los unos y los otros, es cierto que tanto nacionalistas como populistas buscan siempre enemigos. Esos enemigos son los refugiados, o las empresas, o el turismo, o Bruselas, o Madrid… Populistas y nacionalistas buscan un enemigo para crear las condiciones para una confrontación y así crear tribus. Comunidades.
Y cuando el nacionalismo, como pasa siempre, se vuelca en el supremacismo o en el racismo, se parece mucho a lo que Pedro Sánchez dijo de Quim Torra: “Ni la señora Le Pen le acogería en sus filas”. Los escritos del presidente Torra o la señora Núria de Gispert pidiéndole a Inés Arrimadas que se vaya a su pueblo… en fin, eso es racismo. Si eso lo dice alguien de extrema derecha lo acusarían, y con razón, de racista. Y eso es racismo. Y es insoportable.
La gente dice ahora “la democracia ya no funciona”. No es la primera vez que eso ocurre en la historia
Los partidos populistas triunfan en toda Europa mientras la socialdemocracia cae en intención de voto. ¿Cree que la socialdemocracia tiene alguna responsabilidad en el auge de esos populismos?
Yo creo que la globalización, los cambios provocados por la economía digital, la reducción de las distancias en el planeta, la crisis económica que golpeó a las clases medias, la corrupción de las clases políticas… todo eso ha provocado críticas contra la democracia y abierto un espacio al populismo. La gente dice ahora “la democracia ya no funciona”. No es la primera vez que eso ocurre en la historia. “Vamos a buscar otra cosa”, dicen.
Y las grandes formaciones, las grandes familias políticas, sufren esa crisis. La primera que vivió esa crisis, sí, fue la socialdemocracia, que creo que ha terminado su rumbo histórico. No así sus valores: el progresismo, la igualdad, el papel del Estado del bienestar en el marco de una economía de mercado liberal… Todo eso sigue existiendo.
Pero…
Pero tiene que cambiar. Transformarse. Y eso ha debilitado a Europa y a la democracia.
Mire: ahora, los partidos tradicionales de derecha también viven esa crisis. Mire lo que está ocurriendo en Alemania. El partido de Merkel se hunde. Y también se hunde la socialdemocracia. Igual que en Italia, donde se han hundido el Partido Demócrata y Forza Italia, la formación de Berlusconi.
Así que, cuidado. Y, por eso, los grandes partidos han de pensar que hay más cosas que les unen que diferencias que les separan. Esas diferencias tienen que ser obviadas. Europa, la convivencia, la democracia y la lucha contra el populismo son temas imprescindibles que deberían provocar un diálogo político de alto nivel entre los partidos constitucionalistas. Yo no entiendo que no se den cuenta de que sus divisiones y la violencia del debate político abren un espacio político al nacionalismo y al populismo.
En España no existe una izquierda antinacionalista. El PSOE pacta con el nacionalismo y Podemos comparte buena parte de los objetivos de los independentistas. ¿Podría usted ocupar ese espacio vacío?
Yo veo una diferencia muy clara entre el PSOE y Podemos. Si el PSOE, el PP y Cs pactaran respecto al tema catalán, no habría protagonismo ni espacio para los nacionalistas. Tampoco para Podemos. Yo creo que la visita de Podemos a Junqueras fue un error. Un error muy grave. El espectáculo, además, es insoportable.
Y sé que en el PSOE hay mucha gente que piensa que no puede haber un pacto entre socialismo y nacionalismo. Aunque yo no sé si hay pacto, que quede claro. Sí sé que tiene que haber diálogo. Buscar una solución política, por supuesto. Pero lo que tiene que estar muy claro, y que quede claro que yo no quiero acusar a Pedro Sánchez y a los socialistas de esto, es que no puede haber compromisos. No se puede debilitar la Constitución, ni el Estado de derecho, ni la unidad del país. Esas son las fronteras que, para mí, no se pueden cruzar. Y aquí creo que es necesario reafirmarse siempre en lo importante. En este sentido, creo que Rivera, Casado y Sánchez deberían hablar mucho más.
Existe una segunda izquierda abierta, europeísta, pero con las ideas claras sobre los principios básicos
Usted se inició en la política como discípulo de Rocard. Si su carrera política empezara ahora, ¿lo haría más bien como discípulo de Macron?
Bueno, yo abandoné el partido socialista francés en 2017 y apoyé a Macron antes de la primera vuelta. No somos de la misma cultura política ni de la misma generación, y él no viene del partido socialista francés. Pero yo pensé que no podíamos permitir que se diera una segunda vuelta electoral entre la derecha conservadora y la extrema derecha de Le Pen.
Macron representaba un aire fresco, una nueva generación. Además, Macron tiene un discurso muy claro respecto a Europa. A nivel económico, por ejemplo, proponía muchas cosas que yo hice como primer ministro. Para mí no fue fácil abandonar el partido socialista, pero de Rocard a Macron, pasando por mi actuación como primer ministro, hay un hilo de continuidad: Europa; el respeto al individuo; un mundo abierto, pero con regulaciones; economía de mercado, pero con Estado del bienestar…
Existe una segunda izquierda abierta, generosa, europeísta, pero con las ideas claras sobre los principios básicos, sobre la seguridad, sobre la lucha contra el terrorismo… Son los temas que nos unen a los tres. A Rocard, a Macron y a mí.
Muchos de sus críticos le han atacado llamándole “fracasado”. Es de prever que insistan en ello durante la futura campaña electoral. ¿Cómo piensa responderles?
Yo tengo un pasado contundente en Francia y que muy pocos han tenido. Mi vuelta a Barcelona es un cambio de vida personal, íntimo, y pido que se respete eso. Es una decisión muy personal. Yo tenía ganas de vivir otra vez en Barcelona, con este color, con este Mediterráneo, con esta gente, con este azul, en esta ciudad que me encanta.
Yo he vivido en Francia, con una familia muy catalana, y he hablado catalán siempre con mis padres y con mi hermana. Yo soy catalán y barcelonés. Como soy español, francés y europeo. La gente que siempre habla de “generosidad” y de “apertura” es la misma que dice eso de mí. ¡Y es al revés! Deberían decir “Valls es el mismo al que nosotros alabamos cuando fue primer ministro catalán; no estamos de acuerdo con sus proyectos, con sus ideas, con sus alianzas, pero lo respetamos”. Mucha gente, de hecho, lo piensa y lo dice.
Yo creo que Barcelona debe ser generosa. Sus ciudadanos lo son. Y sus dirigentes deberían serlo más.
En sólo tres años de gobierno, Ada Colau ha hecho retroceder Barcelona más de treinta años, a la época previa a los Juegos Olímpicos. ¿Cuántos años cree que le harán falta para arreglar lo que Ada Colau ha destrozado?
Cuatro años más de Ada Colau o con el independentismo acaban con Barcelona. Y representaría además un peligro no sólo para Cataluña, sino para España. Y, por supuesto, para el resto de Europa. Y ese es un gran debate.
Un debate municipal, por supuesto. Porque la gente espera respuestas a sus problemas del día a día. Respuestas a problemas de movilidad, de vivienda, de cultura, en temas sociales… Pero el gran tema es qué futuro queremos para Barcelona. No será fácil reconstruir. Pero creo que con ilusión, optimismo y buena gestión, Barcelona puede crecer. Las empresas tienen que venir, el turismo de calidad tiene que venir, es necesaria una buena gestión del turismo, de la seguridad, acabar con el tema del top manta o con los narcopisos.
Hace falta claridad. Y creo que podemos recuperar la imagen de lo que era Barcelona. Después, en el día a día, no será fácil. Pero yo me preparo para gobernar, si soy alcalde, desde el primer día. También para cambiar las cosas. Yo represento la única opción de cambio en Barcelona.
¿Cuáles son sus cálculos electorales? Los concejales actuales de PP, PSC y Ciudadanos en el Ayuntamiento de Barcelona son 11, muy lejos de los 21 de la mayoría absoluta.
Sí, pero si nos atenemos a los resultados de las elecciones autonómicas del 21 de diciembre de 2017, la historia cambia mucho. Yo creo que serán unas elecciones únicas. Porque han cambiado muchas cosas durante el último año. Y porque los barceloneses van a entender el reto. La participación en las elecciones será mucho más elevada que en las últimas o las penúltimas elecciones municipales. La participación en las autonómicas fue muy elevada, sí, pero no tanto en las municipales.
Mi candidatura ya ha cambiado muchas cosas. Hay un espacio que se está abriendo y que tenemos que ocupar. No será fácil. Pero… ¿por qué debería serlo si esta es una elección democrática? Yo creo que es posible ganar Barcelona.