A cinco metros está claro que es francés. La camisa blanca de sastrería fina, la forma de subirse al Mercedes, la manera de dar las gracias… Y ese gesto en el rostro, imposible de apresar con palabras, que le delata como paseante travers les Champs-Élysées. Pero sentado en el sofá, grabadora de por medio, la nacionalidad de Bernard-Henri Lévy (Argelia, 1948) se diluye y no queda más remedio que llamarlo “europeo”. Además, a mitad de esta entrevista, su carácter afrancesado volará por los aires: bebe el agua mineral… ¡sin gas!
Políglota bienintencionado, combina inglés, francés y castellano en sus respuestas. Le enervan las fronteras y esos proyectos –bien sean fascistas o comunistas– que acaban poniéndole “rostro humano a la barbarie”. Setenta años en la mochila y más de una veintena de libros publicados, será el candidato más mediático de las próximas elecciones continentales. Aunque su proyecto entraña una particularidad: no se le podrá votar. Recorrerá la mayoría de capitales de la Unión con “Looking for Europe”, un alegato en contra de nacionalismos y populismos.
Desencantado del Mayo del 68, Lévy se convirtió en uno de los filósofos más renombrados hace ya cuatro décadas. Con las traducciones llegó el éxito internacional, que España conoció gracias a La Clave, en TVE. Aquel día de 1979, ante la mirada incrédula de Tierno Galván, BHL –así se le conoce– echó un rapapolvos a Santiago Carrillo que, por su dureza, fue borrado de los archivos.
Se sabe influyente y lo disfruta. Charla con Macron vía WhatsApp y ha reunido a Vargas Llosa, Kundera o Saviano en un manifiesto europeísta de su cosecha. Extraordinario polemista y también colaborador de este periódico, Lévy encumbra una característica del marxismo que tanto detesta: la preponderancia de la praxis. Los libros están bien, pero el liberalismo europeo necesita pulir su seducción, conectar con el pueblo. Él ya se ha puesto manos a la obra. Sus citas con España son estas: Valencia (20 de marzo), Barcelona (25 de marzo) y Madrid (26 de marzo).
¿Ha venido usted en taxi?
No, no –se ríe–, pero sé de lo que habla. He leído al respecto y creo entender lo que está pasando.
La huelga clama contra Uber, Cabify y el resto de compañías similares. En Londres, Nueva York o Sao Paulo, los vehículos VTC superan con creces a los taxis. ¿Es una realidad inevitable?
No sé si se trata del triunfo del progreso, pero sí sé que la uberización de la economía es inevitable. Debemos aprender a controlarla. Intentemos buscar el hechizo que permita a esos jóvenes conductores no ser trabajadores precarios; un conjuro que regule el proceso de reclutamiento. El capitalismo afronta una nueva etapa, una realidad insoslayable que acabaremos dominando.
Vargas Llosa menciona el miedo a esa revolución tecnológica –y la consecuente destrucción de algunos empleos– como una de las causas de lo que él llama el “resurgir del nacionalismo y el populismo”. En ese contexto, la gente busca seguridad: compartir el idioma, las creencias, las costumbres… ¿Está de acuerdo?
Es un diagnóstico certero. Hay momentos en la Historia de los pueblos en los que el hombre no sabe quién es. Entonces, se repliega sobre su identidad más simple; la llamada identidad del pánico. A grandes rasgos, podemos referirnos a dos tipos de identidades: alegres y pánicas. El nacionalismo es fruto de ese temor: el miedo a no conocerse, a ser diluido en el río del mundo… Nadie quiere nadar a solas en medio del mar. Por eso se agarran a las costumbres, religiones e idiomas comunes.
Temo más al populismo que al nacionalismo: dispone de todas las técnicas de seducción. Es muy difícil combatir su argumentario
Muchos líderes políticos se refieren al nacionalismo y al populismo como “dos caras de una misma moneda”. Imagino que usted, como filósofo, encontrará matices y diferencias.
Por supuesto que las hay, pero es cierto que la tendencia histórica que ahora alumbra a ambos movimientos es la misma. Su progreso es paralelo. Aunque puede haber populismos sin raíz nacionalista. Insisto: la verdadera cuestión es discernir qué gran idea condiciona la sociedad.
Explíquese.
Ser europeo no siempre significa abrir las puertas. Los fascismos de los años treinta luchaban por una casa orgánica, purificada, hermética… pero europea. Ni la nación ni Europa son buenas o malas en sí mismas. De ahí la importancia de las propuestas y los contenidos. Progresaremos si nos abrimos. Pero si no trabajamos concienzudamente, ocurrirá lo contrario. Si Salvini y Le Pen se hacen con el poder, seguiremos siendo Europa, pero una Europa corrupta.
En términos europeos, ¿cuál de estos dos movimientos le preocupa más?
Probablemente el populismo. Dispone de todas las técnicas de seducción. Es muy difícil combatir su argumentario. Han conseguido que luchar contra él parezca situarse frente al pueblo. Los populistas ejercen una especie de terrorismo intelectual muy difícil de superar.
En su última visita a Barcelona, usted comparó a Quim Torra con Milosevic y Mussolini. Teniendo en cuenta que uno y otro dejaron un reguero de sangre y asesinatos a sus espaldas, ¿no le da vértigo ese símil?
La comparación es muy simple. Me refiero a la manera con la que Torra animaliza a su adversario. En realidad, animaliza a todo aquel que no comparte su nacionalismo lingüístico. Esa bestialización también la practicaron Milosevic y Mussolini. Oye, ahora que hablamos de Milosevic…
¿Qué ocurre?
Torra incurrió en un lapsus increíble, demasiado bueno para ser cierto. Habló de la vía eslovena. En cierto modo, me dio la razón y habilitó mi comparación. Ese camino implica decenas de muertos. ¡Torra previó fríamente decenas de muertos para Cataluña con tal de salir de España! Por tanto, no retiro el símil. Además, en Barcelona encontré catalanes que piensan igual que yo.
Retrate a Torra en pocas palabras.
Es una marioneta de Puigdemont y de todos aquellos que le sostienen. Existen marionetas muy desafortunadas para la Historia. En Torra, además, percibo la alegría de ser marioneta. Muchos títeres hacen esfuerzos sobrehumanos para dejar de serlo, pero Torra es blando, asume su rol y parece feliz.
Hace unos días, en Amer, el pueblo natal de Puigdemont, se colgó de la fachada de un edificio un mural enorme con su rostro. Estéticamente, ¿relaciona ese culto al líder con los años más negros de Europa?
En cierto modo, sí. Ya lo sabe usted: la tragedia siempre se repite como farsa. Y Pugidemont es eso: el personaje de una farsa. Toda Europa lo percibe como un bufón.
Su padre, brigadista internacional contra el franquismo durante la guerra, le contó de primera mano los entresijos de la lucha contra el totalitarismo. ¿Barcelona ha perdido ese espíritu?
No. Los espíritus sobreviven a los hombres. Es verdad que algunas cosas de aquella bondad no las escuchamos actualmente. Pero sigue habiendo algo mágico en Barcelona: ese cosmopolitismo, ese aperturismo, la mezcla de lenguas… ¡Es la capital de la convivencia! El independentismo, que bulle con fuerza, es todo lo contrario a eso. Creo que ganará el espíritu de la convivencia, aunque es cierto que hoy está un poco escondido.
Imagino que, para su sorpresa, quienes reivindican el legado de los brigadistas internacionales son precisamente los separatistas.
Albert Rivera y Pablo Casado también deben hacerlo de ahora en adelante. Además, Madrid tiene el mismo título antifranquista que Barcelona. No voy a entrar a debatir cuál de las dos ciudades resistió mejor, pero ambas están a la cabeza del martirologio de la guerra en España. Mira Madrid: devastación, muertos, actos de valentía… Estuvo inmensa. ¿Y sabe una cosa? Durante la contienda no había catalanes y españoles. Existía una sola España antifascista.
¿Le parece Manuel Valls un buen candidato a la alcaldía de Barcelona?
Es el único candidato posible. No veo otra alternativa.
El juicio a los políticos presos es la última bala del separatismo. ¿Cree que echarán el resto para calentar las calles?
Eso debe quedar claro: no hay presos políticos. Rechazo firmemente esa fórmula. España no es una dictadura. Este país disfruta de una gran libertad de opinión. Que Torra y los suyos hagan lo que quieran: la Justicia será independiente y ejemplar. Quizá calienten la calle, claro, porque la demagogia suele surtir efecto, pero eso no tendrá un eco internacional.
Volvamos a Madrid. ¿Cuál es el partido que, actualmente, mejor representa el liberalismo europeísta que usted promueve?
Los tres.
¿Los tres?
Sí. PP, Ciudadanos y el PSOE.
Si Sánchez no se da cuenta de que el mayor peligro son el nacionalismo y el populismo, será un cadáver caído de espaldas
¿El socialismo también?
Sí. Es la línea de Manuel Valls. El PSOE debe formar parte del gran pacto constitucionalista contra el nacionalismo y el populismo. Hoy, en España, hay un muro sólido constituido por jóvenes líderes, que encuentro simpáticos y abiertos. Rivera y Casado me recuerdan a Macron antes de las elecciones que le hicieron presidente. Exhiben la voluntad de afrontar los retos de su tiempo. El secretario general del PSOE debe hacer lo propio. Jugará un rol crucial en la crisis de la civilización europea.
Pero, ¿qué piensa de Pedro Sánchez? Su posición actual nada tiene que ver con el Valls que usted menciona o con históricos socialistas como Felipe González o Alfonso Guerra.
España afronta la amenaza del populismo y el nacionalismo. Él debe jugar un papel importante en ese gran pacto de los constitucionalistas. Los tres, Casado, Rivera y Sánchez, tienen que adquirir ese compromiso. Sería idóneo que el presidente del Gobierno mirara a Francia y testara la desaparición allí del socialismo. Si rechaza el compromiso del que le hablo, correrá la misma suerte que sus compañeros franceses. Si Pedro Sánchez no se da cuenta de que el mayor peligro son los nacionalismos y los populismos, será un gran cadáver caído de espaldas.
Una curiosidad. En 1979, tuvo lugar su primera gran aparición en España. Asistió al programa 'La Clave', de José Luis Balbín. Aquel debate giró en torno al marxismo. Su enfrentamiento con Santiago Carrillo fue memorable. TVE ha borrado cinco minutos de aquella disputa. ¿Tan dura fue?
Eso es una misión periodística, ¿qué habrá pasado? Han transcurrido cuarenta años. No recuerdo el diálogo con exactitud, pero sí que el programa tuvo un gran éxito y que crucé palabras muy duras con Carrillo.
Aquel día asoció estrechamente al marxismo con los campos de concentración, y así se lo echó en cara a Carrillo, que se escandalizó. ¿Mantiene aún aquella idea?
Sí, no he cambiado de idea.
¿Podemos es un partido marxista?
Es un fantasma del marxismo. Es un marxismo elemental, analfabeto y posmoderno, una especie de resurrección.
¿Iglesias y Errejón le seducen literariamente?
Sí, por supuesto. Igual que me interesa Mélenchon. Espero, con todas mis fuerzas, que no entren en el Gobierno de España.
¿Vox es extrema derecha?
Creo que Vox crecerá si PP o Ciudadanos hacen un pacto con ellos. Estoy seguro.
Aritméticamente, es muy probable que los partidos que deben derrotar a quienes usted critica –nacionalistas y populistas– necesiten su apoyo. ¿PP y Ciudadanos deben negociar con Vox?
La solución es perder en el presente para ganar históricamente. Perder una batalla para ganar la guerra. Porque la alternativa es ganar la batalla para perder la guerra.
¿Cree que los políticos actuales tienen altura de miras para eso? En Cataluña, la situación apremia a lo contrario.
Los políticos que escriben su nombre en la Historia son los que tienen la audacia suficiente para hacer eso.
En alguna ocasión ha dicho que España no vuelve al franquismo a pesar de Vox. ¿Podría explicarlo?
No conozco a Vox lo suficiente, pero he estudiado los mecanismos de la Historia. El franquismo es un fenómeno importante. Terminó hace muy poco: apenas cuarenta y cinco años. Su fantasma sigue aquí. Probablemente esté representado en Vox, sí.
Dice que el fascismo anida en todos nosotros y que se activa mediante la pulsión de determinados resortes. ¿Cuáles?
La voluntad de pureza, la identidad, el deseo de simplicidad… Son recursos muy elementales, pero efectivos; los números primos de la política que alimentan los populismos.
Jugando con uno de sus términos, ¿España es una 'democradura'?
No, en ningún caso. La democradura se refiere a la dictadura que alcanza el poder a través de medios democráticos. Es la tiranía que no triunfa gracias a un golpe de Estado. España, en cambio, es un modelo de democracia.
Su 'Looking for Europe', que recorrerá Europa durante el próximo mes, llama al optimismo. Dice que pasará algo en la campaña que será clave en “el combate frente a los movimientos populistas y nacionalistas”. ¿A qué se refiere?
No lo sé exactamente. La Historia es monótona, pero de vez en cuando ocurren ese tipo de acontecimientos. Todos, con una característica común: su carácter inesperado. Por ejemplo, los chalecos amarillos. Huelo y siento que, durante la campaña de las europeas, ocurrirá algo así a nuestro favor. El manifiesto de los treinta escritores comprometidos con el europeísmo ya es uno de esos acontecimientos.