La mañana que Colón quiso enmendar a Sánchez
Un seminarista bailongo, un oso panda que pide elecciones, una franquista ignorada... así transcurrió una jornada que se pretendía histórica, pero que lo fue menos.
11 febrero, 2019 02:36Noticias relacionadas
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La mañana del día que España enmendó a Sánchez, España se levantó temprano. A las 10.15, el metro entre Argüelles y Colón huele a colonia Álvarez Gómez y a multitud. Unas ancianas con bastón y unas gafas de sol inopinadas redescubren el metro como transporte moderno en un corto trayecto. En los paneles informativos se encuentran con un irónico cartel electoral del PP en el que figura Sánchez, con gafas de sol y a bordo del Falcon.
Sería indescriptible referir el gesto de la señora con el bastón ante la publicidad, aunque la indignación es mayor cuando pasean por delante de otro cartel con Monedero e Iglesias justo a la salida de la estación de Colón y al lado de la entrada al Museo de Cera.
Pierdo de vista al contingente de jubiladas antañonas que me acompañaba desde Argüelles, y en la misma boca del metro empieza ya la mercadotecnia patria.
Es temprano aún y una muchedumbre sociológica, a ojo, de setenta años empieza a agolparse en la Plaza de Colón y en sus bosquecillos de pinos tristes. Se venden banderas a un euro y hay quien le discute a un nigeriano que las banderas del chino "pierden el color cuando se cuelgan en la terraza".
Prostáticos disculpados
Desde Atocha y hacia Castellana arriba sopla un viento frío que impacta directamente en la estatua de Cristóbal Colón, a pecho descubierto. La megafonía emite en bucle una música aún inidentificable. El aire racheado le desbarata las varillas de un paraguas rojigualdo a una madre murciana que mira al cielo y culpa a Sánchez de las inclemencias; mientras, le da un tortazo cariñoso al niño, suponemos que legítimo, que ni pincha, ni corta ni tiene edad de votar.
Los prostáticos, que ya son legión, bajan a vaciar la vejiga al aparcamiento subterráneo de la plaza, con escaso disimulo: la ocasión es histórica y todo está disculpado.
En las rejas de la Biblioteca Nacional que miran hacia Colón, hay una cuadrilla de Benidorm con sillas de playa y bocadillos. Delante de ellos, un tenderete vende banderas a un precio sensiblemente por debajo del valor del mercado: la ley de la demanda. Por cada compra, una pancartita de "Golpistas a prisión". Dos asesoras del PP pasan con tacones y llevan un manojo de carpetas con el logo del partido.
Legionarios y seminaristas
Conforme se acerca la hora H, las 12.00, se ve en perspectiva el tramo final de los bulevares, calle Génova, donde va bajando la multitud. Mientras fotografío la perspectiva, un antiguo legionario se tropieza conmigo, me pide disculpas, me enseña un tarjetón de veterano con su nombre y una caricatura de Millán Astray que lleva prendido con un alfiler en el chaleco. Este tipo baila lo que le pongan y bebe su whisky camuflado en una botella de agua.
En comparación a otras manifestaciones, no hay tanta cantidad de elementos variopintos; no obstante me cruzo con unos seminaristas con una bandera del Sagrado Corazón que bailotean el "Yo soy español..." con fe y ridículo; también con un mimo con media chaqueta roja y otra negra. Más adelante, veo a una niña disfrazada de oso panda que, a hombros de su padre, pide la dimisión de Sánchez.
En una concentración apartidista, hay quien vende plastificada una letra para el himno patrio y hay quien reparte manifiestos soñadores para la unidad de España. Como Fernando Becerro de Gamboa, que me da un panfleto titulado "Ley de defensa de la unidad de España" con tres puntos; cuando le pregunto que quiénes están detrás de esta reclamación confiesa que él sólo, pero que le "demos bombo".
Llega Juan José Cortés
A eso de las 11.31, Juan José Cortés callejea entre Monte Esquinza y Alcalá Galiano. Lleva buen ritmo y zapatillas de deporte. Su acompañante le porta la banderita. Tres minutos después suena Hoy puede ser un gran día, de Serrat, un cantautor que ya se ha visto que sirve igual para un roto que para un descosido.
Por la Castellana, hay un cierto hueco, una cierta calva entre la gente y los de ADÑ (Extrema Derecha). Pregunto que por qué no avanzan, dicen que "avanzarán" y una madre con mellizos se queja de que "ya tenían que venir a dar por culo con la bandera del pollo".
Minutos antes de las 12.00, a Paqui se le ha agotado la batería y el geolocalizador. Sus amigas la llaman a gritos, y pienso en Chencho y en aquella película de La gran familia. En cualquier caso, se habían citado a comer menú en el Gijón y ahí no hay pérdida.
Prisas de Villacís
Ya con los discursos, el eco rebota en el edificio de la Biblioteca Nacional. Hay un clamor: "Sánchez dimisión", que anima la mañana fría y madrileña. Al rato oteo a Ortega Smith saludando a sus incondicionales y jugándose el tipo. Avanzo y minutos después aclaman "Presidente, presidente" a Casado. En mi tímpano oigo un cotilleo elogioso sobre la mujer del presidente del PP. También Felisuco graba un vídeo mientras Begoña Villacís sonríe y taconea con prisa y cierta premura por abandonar el backstage de Colón.
Por megafonía anuncian que se agiten las banderas, que hay un directo de Televisión Española... "¿Española?", preguntan con sorna cuando cada mochuelo vuelve a su olivo, a su bus, a la provincia, con una afonía moderada. Y es entonces cuando una racha de viento inopinada eriza las banderas unos diez segundos.
Ya, terminado el acto, ponen reguetón (Lo malo) y a Manolo Escobar. Una señora con alzheimer se ha perdido en la multitud: el speaker la busca y la apellida "Sánchez" en un lapsus que pasa desapercibido.
Al rato, y subiendo ya por Génova, Pilar Gutiérrez, la franquista de cabecera de este verano, intenta que alguien la reconozca y la fotografíe. Pero la gente vuelve a sus cuidados y hay quien se ha saltado la misa y/o el vermut.