Cayetana Álvarez de Toledo es una de esas personas que provocan entre los orcos del separatismo el mismo efecto que tiene la cruz puesta frente a los poseídos. Su sola presencia los hace convulsionar, sufrir ataques de intransigencia, y eso es algo por lo que se debería expedir un título que colgar en casa. La medalla civil a la normalidad que pone en evidencia al hombre o mujer incómodo con quien piensa diferente. Los insultos en Cataluña ya son habituales, forman parte del paisaje igual que las descripciones de Pla. La palabra "facha” está incrustada como la playa de Calella donde, después de comer, el escritor se tumbaba “un par de horas a la sombra del vientre de una barca”.
Cualquiera fuera de la órbita del nacionalismo debe ir a Barcelona a tumbarse bajo el vientre del independentismo, disfrutando del suave rumor del fascista llamando fascistas a otros. El adjetivo preferido de los nacionalistas es el souvenir obligatorio para cualquiera que pase por allí. Si te señalan en ciertos lugares, sabes que no puedes estar equivocado. Esos ladridos convierten las cosas más sencillas en cualquier otra ciudad en algo épico como, por ejemplo, ir a una conferencia organizada en la universidad protegido por guardaespaldas.
La número uno del Partido Popular por Barcelona para las próximas elecciones apareció ayer en la Universidad Autónoma y el ejército de batucadas rabiaba, enfermo de idiotez. Ella hizo bien atravesando la mantequilla estudiantil que regala las calles al establishment. Por la forma de vivir que tienen algunos a orillas del Mediterráneo, plantando prohibiciones en la lista de buenos ciudadanos, renta usar estudiantes como fuerza de coacción. Sobre todo a los antisistema, que creen formar parte de la revolución, luchar contra los poderosos, y en realidad son el instrumento integrado del sistema, que los entretiene con pequeños motines mientras pasan la vida politiqueando de mentira en los consejos de estudiantes. Alguno llegará a viejo creyéndose un pequeño Robespierre cuando sólo era la mascota de Torra.
El grupo de alborotadores quedó a la intemperie, después de que el convoy constitucionalista superara la emboscada tendida en la última ocupación: basta el ímpetu mínimo de personalidad para desarmar la impostura identitaria que ha arruinado moralmente la región. Pedro Sánchez cree que el problema lo tiene la convivencia, como si la convivencia se hubiera podrido sola. Cayetana alcanzó el último peldaño haciendo la señal de la victoria, zarandeada. Inmediatamente, se dirigió a la masa que quedó abajo, el muro de gente lanzada al guerracivilismo. Por mi parte, hubiera preferido que ondeara un delicado, larguísimo y estilizado dedo corazón. Habría sido la única señal de belleza en un lugar gobernado por la histeria.