A las terrazas de Chamberí llegaba un rumor de cambio reflejado en los gintonics de los recién votados. Disfrutaban de la mañana, un poco lacios tras cumplir con su deber. La copa de después de votar entra mejor. Los jerséis en los hombros sustituían por fin a los fachalecos y las niñas correteaban sin medias por las mesas. Victoria Federica encendía un pitillo mientras hacía planes para el verano, “París o Londres”. Un grupo de preadolescentes la reconoció: se hizo un poco la loca masticando los bordes fríos de una margarita. En los toros, unos jóvenes utilizaban la bandera de España como almohadilla gigante. Estaba la tarde tranquila para esa parte del país que decía jugársela ayer: el PP ya no los representa.
El escrutinio fue un drama para el partido que lideraba Casado hasta la noche del 28 de abril, muriéndose poco a poco, diluyéndose a la vez que avanzaba el recuento. Su posición quedaba expuesta gota a gota: sería recordado como el candidato que desplomó el proyecto de Fraga. Ni siquiera rescataron al jefe de campaña, Maroto, un náufrago entre nacionalistas y herederos de ETA. Con Casado, se quedaba en el camino Aznar, que volvía a perder en diferido unas elecciones tantos años después. Ahora le explotó en la cara la derecha que guardaron tanto tiempo en el trastero. Las primarias del partido tuvieron una segunda vuelta en los colegios electorales. Ganaba Soraya con el 75% escrutado: su PP, definitivamente, era irremontable. Los 66 escaños trazaban la silueta de un cuerpo en el suelo: aquí yace el Partido Popular.
Rozando las once de la noche, cualquier muchachito de Nuevas Generaciones habría firmado las peores encuestas. Los 90 escaños, que se veían como una pesadilla, eran el paraíso cuando en Génova sólo quedaba el cartel de Casado. “Espero que no bajemos de ahí”, decían desde las oficinas del Congreso, hace ya muchísimos siglos, cuando creyeron alguna vez que impulsarse en Vox para superar a Sánchez funcionaría. Lo de Juanma Moreno fue una derrota.
Ya era lunes cuando al presidente del PP se le escuchó una valoración del suceso, es decir, de su funeral. Asistir al entierro de uno mismo es de las cosas más gratificantes si no te ve nadie. A Casado lo veían los españoles tapándose la nariz como hacen los primeros policías en llegar a la escena del crimen. Le quedaba muy bien Adolfo Suárez al lado, después de desenterrarlo para esta campaña: los dos hacían una buena pareja de muertos. Acompañaba la tétrica fotografía Teodoro García Egea, vestido de caja negra, el responsable que decidió convertir los memes en su uniforme. Casado culpó a la Semana Santa de sus problemas, después de que Abascal la defendiera dentro del proyecto donde hace pie su país, la metáfora bellísima de lo ocurrido. La prensa rodeaba la proa del partido antes de hundirse para siempre: las derrotas no se asumen hasta que te acuestas con ellas. Hoy habrá otro PP ahí. Casado se iba despacio, repartiendo besos y abrazos, y la comitiva popular lo acompañaba como si fuese a enterrarlo esta misma madrugada.