“Estaremos aquí de gratis hasta que aguantemos” es la frase del año. La pronunció Sergio Ramos en la rueda de prensa donde pretendía aclarar qué prefería de Madrid, si el dinero o el equipo. Inesperadamente, se decantó por la ciudad, como si hubiera entendido de pronto que China es un país en el que no existe el Retiro. Tampoco juega el Real Madrid, le hicieron saber más tarde. Le preguntaba Castelao, el factcheck clásico, sobre las sospechas que rodean siempre a sus polémicas con Florentino, por qué parecía oler a renovación como quien prepara una barbacoa en secreto. Ramos hiló varios tópicos, habló en tercera persona de sí mismo y terminó hallando esa frase que es pura antropología. Debajo de los tatuajes, el carisma, su modo de vida, Ramos es exactamente “estaremos aquí de gratis hasta que aguantemos”, el quejío del que lo tiene todo.
La frase de Ramos es mucho más concreta de lo que aparenta. Es un grito de auxilio que conecta a la leyenda del fútbol con los sótanos de su procedencia. La aproximación sentimental a la miseria que canta para sacudirse las injusticias, las penas, la indiferencia del resto, qué sé yo. ¿Qué hambre física tiene Ramos? Igual es un hambre pegada a la conciencia. La frase es un B1 de los que piden perdón por existir pero exigen su parte, el reconocimiento que, creen, le niegan. Existe un momento fundacional en la vida de estos tipos alegres marcados por el rayo negro, donde encuentran el hecho que marca su existencia para siempre. La leyenda arranca coja, acosada por las conspiraciones: el gol de Lisboa.
El resentimiento es un géiser de cante jondo, le sabe a Ramos la boca a sangre cuando dice “de gratis”. Ramos, ese espíritu decantado por Despeñaperros vestido de Gucci, elogia la ciudad en un reproche claro: todavía me lo debéis, le dice. “Estaremos aquí de gratis”, significa que Madrid está por encima de todo, no hay millones suficientes para comprar una mudanza a otra ciudad. Le sale a deber. Él sí está entregado.
No va a ser infinito. “Hasta que aguantemos”, como si estuviera al borde del colapso, confesando el drama que trata de desmentir. ¿Qué aguanta Sergio Ramos? ¿Con qué tragedia secreta carga? Está triste por culpa de la indiferencia de una ciudad tacaña, que no agradece empatarle aquella final, el regalo de la Décima. El plural mayestático habla más allá de Ramos, expandiéndose a la franquicia, como si por amenazar con irse preparara su marcha un campamento de partidarios, la familia y los caballos.
Ahí voy montado también, dispuesto a seguir a esta alma en pena capaz de lo sublime y lo peor, ausente el término medio de la mediocridad. Es un mito condenado, agarrado a la tristeza incurable de no sentirse reconocido. La rabia lo empujó a rematar ese balón. El gol engrasó el círculo vicioso de la ansiedad. “Hasta que aguantemos”. Ramos no tiene un problema con el club: quiere que le pongan su nombre a la Gran Vía.