El Emilio Aragón (La Habana, 1959) más feliz es el que menos sale en la tele. Un tipo que hace malabares con el tiempo para aprender a tocar el Tres cubano, no faltar a sus clases de jazz y aprender alfarería. Le brillan los ojos cuando habla de la arcilla y el torno. Es el contador de historias que, pulsadas casi todas las disciplinas, quiere viajar a la génesis de cualquier proceso de creación: alumbrar con las manos.
Entre tanto, conjuga su talento más rentable -películas y series- con el compromiso. Ya son más de veinte años en Acción contra el Hambre y unos cuantos documentales de sensibilización acerca de países asolados por la pobreza. Por eso Fundación Mapfre acaba de premiarle con el galardón “a toda una vida”.
Aragón concibe que la humanidad nunca había dispuesto de tantos recursos materiales y tecnológicos para acabar con la desnutrición, una lacra que anula el “primer” derecho humano y, como cuando cae un dominó, “todos los demás”. En su optimismo, que ambienta con el Smile compuesto por Charles Chaplin, está la mirada risueña de Milikito, ese chaval que se coló en la tele de los setenta con pantalones de campana.
Su último alter ego es Bebo San Juan, que firma un disco de guarachas, merengue y boleros. Música cubana dedicada a su madre y a sus nietos. Entre todas sus facetas, Aragón confiesa que la música y su “poder nostálgico” le aportan algo que no le dan las demás.
En esta entrevista, habla de “toda una vida”, también de política, aunque prologa estas respuestas con un “uy” y una media sonrisa. Batido en mil ruedos, torea con una táctica que sabe infalible: una buena historia hace olvidar la respuesta que no se da. Y él es un narrador extraordinario. Quizá conmovido por la insistencia periodística, avanza una noticia: quiere lanzar una serie política en clave de comedia. “La actualidad nos brinda un gran material”.
Su padre, Miliki, le decía que todo el que silba por la calle está contento. ¿Usted puede silbar cuando mira por el retrovisor y recorre “toda una vida”?
El silbar, como metáfora, no es incompatible con el compromiso. Los retos más duros, los problemas que tanto pesan, también se pueden afrontar con gran alegría. Te pongo un ejemplo: Acción contra el Hambre. Hace ya veinte años que me enamoré de las personas que integran el proyecto: su actitud… esa energía con la que trabajan. ¡Claro que el hambre y la falta de agua son asuntos muy serios! Pero esas personas, con cara y ojos, nombre y apellido, contagian alegría.
¿Puede seguir silbando cuando lee los periódicos?
Uy… Intento silbar por encima del ruido que nos invade desde hace meses. Procuremos silbar muy fuerte para que ese ruido no nos contagie.
¿Consume muchas noticias o está un poco harto?
A pesar de todo, creo que estoy al día. No tengo tiempo para leer periódicos enteros, pero sí me hago una selección después de desayunar. Elijo dos o tres medios. Después, recabo unos cuantos asuntos y voy más allá de los titulares. Pero hay otros días que digo… “No, no quiero nada”. Me afecta a la hora de escribir, de componer…
Puede contaminar el proceso.
Eso es. A veces conviene marcar distancia. Otras, no. Por ejemplo, hace un par de años estábamos escribiendo Pulsaciones, una serie para Antena 3. Durante ese periodo, sí que necesitaba mucha información, mucho input. Pero para otros proyectos requiero la justa.
Usted presidió La Sexta. ¿A qué temas habría que dar más espacio en la tele y a cuáles menos?
Antes había muy pocos canales, dos o tres. Ahora, la fragmentación y las plataformas permiten que campos como el infantil o la ficción estén muy bien surtidos. Es un debate complejo. No quiero que esto suene a tópico, pero me gustaría que hubiera más contenido acerca del teatro, la danza o la literatura.
La política está copando muchísimas cadenas. Se programa los sábados por la noche y los domingos de sobremesa.
Egoístamente, lo digo como artista, músico o guionista, me gustaría ver más cosas relacionadas con la cultura. Sería fantástico un programa sobre literatura en el que pudiéramos involucrar a los jóvenes. Fíjate: ayer estuve en la Feria del Libro. Paré en la caseta de una editorial gallega, Kalandraka, que publica muchísimo contenido para niños. ¡Debería dar salida a eso! Existen plataformas y medios suficientes para dar voz a quienes no la tienen. Hagámoslo.
Podemos y Vox, por ejemplo, no habrían llegado a ser lo que son sin La Sexta. ¿Le preocupa el gran poder de los medios a la hora de configurar la opinión pública?
Creo que, en eso, no hemos cambiado tanto. Se dijo que, con el cine, desaparecería el teatro; que, con la tele, desaparecería el cine; que, con las series, desaparecería la tele… Y todos sobreviven, de una u otra manera. El otro día veía un documental en Netflix, Bobby Kennedy for president… Blanco y negro, años sesenta… Me sonaba muchísimo a lo que vivimos ahora.
La fama y el éxito casi siempre son sinónimos de dinero, pero usted ha contado que le produjeron grandes crisis de ansiedad. Si pudiera volver atrás, ¿renunciaría, por ejemplo, a ser Médico de Familia?
No. Repetiría desde el primer hasta el último minuto. Soy lo que soy gracias a mis éxitos y mis fracasos. Es un tema muy de sobremesa con los amigos: “¿A qué época te gustaría volver?”. Yo volvería a todas: los diez, los quince con granos, los veinte… Me he divertido muchísimo. Mis padres me dieron libertad. Hubo momentos, peores, claro, pero eso de que “del fracaso se aprende más que del éxito” es así. No me cabe la menor duda. Haces una serie y quieres que todo el mundo la vea y le guste. Funciona. Haces otra, exactamente igual que ayer, y de repente sucede lo contrario. Es fantástico. Todo eso va llenando la mochila y te pone el pelo blanco, como lo tengo ahora.
Acaba de sacar un disco de sones cubanos… Una de las grandes ventajas de la música es que se puede decir sin decir. ¿Se ha tenido que callar muchas cosas a lo largo de estos años?
No, no tengo esa sensación. Es que yo me he dedicado a contar historias. La música es fantástica para eso. También una serie o una peli. Pero ahora, con el disco que mencionas, he vuelto a la música. ¿Cómo era eso de John Lennon? “La vida es lo que te sucede mientras haces planes”. En uno de los temas nuevos, digo: “Aunque dé la vuelta al mundo, siempre acabo junto a ti; y, aunque te parezca absurdo, lo sabía antes de salir”. Se lo canto a mi madre, a mi mujer… pero también a la música.
Entre todas tus facetas parece que hay una preferida.
Es que la música siempre me ha esperado. Ha sido tabla de salvación en muchos momentos delicados. La considero terapéutica. Poder sentarme al piano una o dos horas al día y sólo estar concentrado en eso… ¡Una cuñada me insiste en que haga meditación!
¡El famoso Mindfulness!
Sí, sí, ¡eso! Incluso me manda aplicaciones. Lo voy a hacer, quiero probar. Pero ese poder que tiene la música de transportar… Cuando estás tocando, sólo te concentras en la armonía, en el sonido que quieres que salga. Cuando me siento frente al piano, estoy solo conmigo. La música es como el olor, comparten un poder nostálgico: te llevan a una amiga, a una ciudad, a una comida…
¿Qué canción le pega a la España de hoy?
Uy, uy… Creo que la mejor es la que compuso Chaplin: Smile. Si te duele el corazón, sonríe. Es una oda a la esperanza. Detrás de las nubes está el sol. La cantaba mucha gente conocida, pero muy pocos saben que la compuso Chaplin. Vaya fenómeno.
Usted dio sus primeros pasos en la tele durante la Transición. ¿Están en riesgo las libertades ganadas?
Creo que no. Somos una sociedad que ha sabido navegar todo tipo de aguas. Soy optimista. Los políticos son personas que desayunan, comen y cenan. Quiero pensar que, en todas estas escenas de los pactos, en algún momento se impondrá el sentido común. No me gusta hablar de política porque no entiendo demasiado, pero también porque no quiero que me contamine. Voto, ejerzo mi derecho, pero luego ya… Como ciudadanos, debemos implicarnos puntualmente, pero mi trabajo es contar una historia y el suyo dirigir el barco de la mejor manera posible.
Durante muchos años, produjo las series más vistas de la television. Entraba en las casas sin hacer ruido, pero ahí estaba, condicionando sobremesas, formas de estar, modas… Incluso tendencias políticas. ¿En algún momento notó esa influencia?
No lo llamaría influencia. Pulsaba el cariño de la gente de forma inmediata. Nos dimos cuenta del impacto que tenían las series. Te cuento una anécdota: en Médico de familia, Jaime Blanch hacía de maltratador, era el novio de Alicia, interpretada por Lydia Bosch. Tras una temporada, vino y nos dijo que no volvería. ¡No podía subirse a un autobús! Había quien le insultaba. La ficción desbordó la realidad. Éramos muy conscientes y cuidadosos al construir la trama, pero también valientes porque tocábamos todos los temas.
Por cierto, ahora que se lleva mucho lo de los independientes, ¿le han ofrecido entrar en política?
Alguna vez, pero no de forma directa u oficial. Me han insinuado… “¿Te gustaría?” Pero si hay una labor más lejana a lo que me dedico es la política. Y esto no es una pose. Sería como un elefante en una cacharrería. Aunque una idea me ronda la cabeza: una serie política, de comedia. Le estoy dando vueltas.
¿Qué escenas concretas le inspiran esa serie?
Hay muchas situaciones políticas que rozan el absurdo. No me gustaría referirme a una en concreto.
Desvele, aunque sea, una parte de la trama.
Estoy pensando en un personaje que no tiene ni idea de política, y de repente, es nombrado para un cargo importante. ¡Podrían ocurrirle tantas cosas!
¡Usted, entonces, encaja en ese personaje!
Sí, sí… -se ríe-. Saldrían tantas historias y capítulos…
No quiere contarme uno.
Mira, si cogemos ahora un periódico, se nos ocurriría una trama para cada noticia. Hay gente que me dice que no puedo ser apolítico. Me explico: el día sólo tiene veinticuatro horas. Estoy dando clases de improvisación de jazz, ya he hablado con una profesora para aprender alfarería… ¡No quiero morirme sin sacar del torno cosas bonitas! También pretendo dar la vuelta al mundo en un barco de vela, aunque no sé si voy a poder. Mi mujer ya me ha dicho que se apunta. ¡No he estado en China ni en la India! También estoy aprendiendo a tocar el Tres cubano, un instrumento maravilloso. Pero te despiertas, desayunas, haces algo, comes, te vas con los nietos… ¡No tengo tiempo!
Fundación Mapfre le premia, entre otras cosas, por su filantropía: participa en numerosos proyectos sociales. Las donaciones están siendo objeto de una agria polémica. Pablo Iglesias cargó contra Amancio Ortega y llegó a decir: “Una democracia digna no acepta limosnas de multimillonarios”. ¿Cómo vivió aquel episodio?
La pena es que se está politizando todo. Bañar estas cosas de uno u otro color, o utilizarlas como argumento partidista no está bien. Pido sentido común: pensemos en las familias afectadas por el cáncer. Es un tema muy delicado. Tanto que si digo algo, van a pensar que soy de un lado o del otro. Llamo a la sensibilidad de los políticos. Sé que son muchas horas de micrófono y de cámara, y que, al final, uno dice cosas que no quiere. No voy a entrar en esto porque no quiero hacer daño. Amancio Ortega es un hombre hecho a sí mismo, un ejemplo para todos.
Terminamos: cuando sus amigos estadounidenses le llaman y le preguntan por la cuestión catalana, el auge de Vox y todos esos imprevistos que han invadido la política, ¿cómo se lo explica?
¿Te acuerdas de cuando hicimos Siete vidas? El personaje principal entraba en coma y despertaba años después. Ese argumento funcionaría genial ahora. Si alguien se despertara hoy después de un tiempo… ¡Echo mucho de menos a Berlanga! Contaría unas historias magníficas. Le sacaría mucho jugo a todo esto. Haría obras de arte, tendría un gran material.