Óscar Camps ha sido el rey de la semana. Tiene la mirada de suficiencia de los que tratan a menudo con el agua, vi muchos así en el club de natación y en la empresa de socorrismo, y una barba perfilada, canosa, máscara del héroe pop, maduro, George Cloney de la izquierda comprometida, que recorre en su embarcación los mares buscando náufragos. Las personas escapan de África, obviamente, siguiendo el rastro del aroma a primer mundo que llega por el Mediterráneo. Los hambrientos tienen el olfato agudo: a miles de kilómetros de distancia sus rostros reciben el soplido de prosperidad. Europa enfría un pastel en el alféizar.
Camps les construye un puente de gasoil de costa a costa, aunque a veces las cosas se compliquen, como ahora, y estén obligados a pasar varios días a bordo, como un Gran Hermano en alta mar. Compartir deriva con desconocidos convierte el buque en el escenario de las pasiones, ya lo descubrió Endemol, con Óscar Camps haciendo de súper, capitán de sus vidas. En algún momento miró a sus desesperados pensando que de verdad les pertenecían.
Supongo que los gobiernos resisten el envite de la empatía porque a los políticos les gusta sólo la suya, la que pueden canjear por votos, el saldo de la democracia. Camps se ha viralizado transportando negros. Siempre hubo catalanes acarreando africanos. Los antepasados de Artur Mas fueron esclavistas a bordo de goletas, faluchos y cualquier bote lo suficientemente grande que les permitiera hacinar esclavos. Camps hereda esa tradición dirigiendo los sueños de un centenar de seres humanos, defendiéndolos de las burocracias que han construido leyes por encima del apetito. Un pirata que hace caminar a ministros por la tabla: abajo merodean los tiburones de la compasión.
Este William Kidd de las buenas intenciones es un emprendedor feroz que se ha buscado la vida recortándole el sueldo a sus socorristas. No sé qué tipo de conexión hay entre el empresario indolente y el negrero humanista. Cuando desembarcaron en Lampedusa, tradujo la celebración que se producía en cubierta. Los náufragos celebraban, por fin, pisar oportunidades. Camps dijo que no, que cantaban porque “cayó Salvini”, acordándose de lo que no tiene importancia en un momento así: el contexto. Dejó al puñado de hombres en tierra firme después de 19 días vagando por el Mediterráneo mandando callar a la grada. Alrededor de la miseria pululan algunas personas como las gaviotas sobre los vertederos. Óscar Camps, a los catalanes les llueven las tildes, tiene pinta, además, de presentarse como traveller o ciudadano del mundo.