En estas mismas líneas les señalamos a principios de agosto que una transición democrática en Venezuela mediante elecciones libres pasa por la renuncia de Nicolás Maduro a usurpar el poder, pero también por el paso a un lado de Juan Guaidó, a lo cual el presidente interino está dispuesto con tal de destrabar definitivamente la crisis venezolana.
Que ninguno de los dos asuma el poder en la transición previa a las elecciones libres y democráticas es la posición de Estados Unidos, según declaraciones esta semana de Elliot Abrams, enviado especial para Venezuela del Departamento de Estado. Las palabras de Washington en este caso importan en el mismo sentido que lo hacen las de Moscú. Al final del día, la aventura nacionalista de Hugo Chávez terminó en la pérdida de la soberanía venezolana.
América necesita como agua de mayo que Venezuela se regularice democráticamente tras veinte años de ser el foco de perturbación. ¿Qué hubiera sido de la región si se hubieran aprovechado en pro del desarrollo los espectaculares ingresos por el boom de las materias primas? Uno no puede, como latinoamericano, sino ver con envidia casos como los de Noruega o Emiratos Árabes Unidos, por nombrar un par. Pero el destino de nuestros pueblos, ligados intrínsecamente al populismo, quiso que esta etapa nos tocara con Chávez, Lula y Kirchner, entre otros, al mando. Esto no fue mala suerte. La ficha no cayó en la peor casilla de la ruleta por simple mal fario. Nos la buscamos por irresponsables.
América necesita como agua de mayo que Venezuela se regularice democráticamente tras veinte años de ser el foco de perturbación
Los malos pasos parecieron enderezarse con la llegada de Macri al poder en Argentina y la caída en desgracia del “lulismo” en Brasil. En Venezuela, el chavismo perdió su estrella con la paliza por la cual perdió el control del parlamento. De paso, en Colombia la guerrilla de las FARC pasaron a mejor vida.
Pero las cosas se hacen bien o no se hacen.
Macri apretó tanto el cinturón al pueblo argentino que estos empezaron a recordar con añoranza el dispendio irresponsable del kirchnerismo, Temer pavimentó la llegada al poder de la extrema derecha al mojarse los pies en las aguas pestilentes del Lava Jato y tanto la desunión como el radicalismo de la oposición venezolana enroscó a Maduro en el poder. Por no extirpar a tiempo y eficientemente al tumor central, conocido como “chavismo”, el cáncer vuelve a extenderse por todo el cuerpo. Hasta una célula de las FARC volvió a tomar las armas en Colombia con apoyo inobjetable del régimen en Caracas como resultado de un acuerdo de paz aprobado forzosamente por un Santos desesperado.
Desde el norte hasta el sur se extiende el aroma electoral. Ningún demócrata se puede dar el lujo de una resurrección del Socialismo del Siglo XXI pero tampoco pueden tomar la vía del uso de la fuerza para extirpar definitivamente el tumor. Es que las armas ya no son populares. La guerra contra el yihadismo hizo que George W. Bush ganara la reelección con altísima popularidad tras haber alcanzado la Casa Blanca por primera vez perdiendo el voto popular. Sin embargo, la debacle de esa guerra, con el enfrentamiento todavía activo tanto en Afganistán como en Irak, causó repulsión en los votantes.
Ningún demócrata se puede dar el lujo de una resurrección del Socialismo del Siglo XXI pero tampoco pueden tomar la vía del uso de la fuerza
Pero, entonces, ¿cómo se saca del poder a los regímenes criminales sin entromparlos con las armas? Venezuela está siendo el conejillo de indias de una nueva estrategia para estos casos que se fundamenta en el cerco internacional mediante sanciones personalizadas a los delincuentes atornillados en el poder. Estamos muy cerca de ver los resultados de este nuevo manual de acción. Ambas partes en conflicto han acordado que la salida pasa por unas elecciones presidenciales libres y justas que garanticen la regularización de la vida política del país.
Lo que quedan son los detalles, el escondite favorito del diablo, pero los principales escollos se han ido salvando. Habrá elecciones sin Guaidó ni Maduro como presidentes, lo cual no significa que no puedan ser candidatos; Diosdado Cabello se va entendiendo con Estados Unidos -también adelantado en estas líneas a principios de agosto- y el fundamentalismo árabe-chavista pagará los platos rotos.
Esas elecciones libres y justas serán posibles con la reactivación política total de la Asamblea Nacional, que seguiría llevando las riendas de la presidencia interina y a la cual se reincorporaría la bancada minoritaria del chavista PSUV. El parlamento podría, finalmente, garantizar una reinstitucionalización del país con nuevos poderes tanto electorales como judiciales que blinden el voto de los ciudadanos.
¿Es posible una salida pacífica a la crisis venezolana? América se la juega y, en buena parte, también Occidente.
*** Francisco Poleo es un analista especializado en Iberoamérica y Estados Unidos.