Mala a contraluz
Qué cerca queda todo de Rodalquilar, Cortijo del Fraile, Almería, España. Qué seco todo y cuánto llovía cuando ocurrió lo que ocurrió; llovía un poco menos que ahora y menos que mañana. Hasta el esparto cogió verdina en un marzo que llovió como si le fuera la vida en ello. Llovió días enteros, llovieron guardias civiles, llovieron lágrimas, llovía una reportera que fue mi algo y que se fogueó en directo con un Range Rover de alquiler y un chubasquero que transpiraba. Llovía. Las torrenteras ponían la muerte donde Lorca, en el palmito almeriense. Año y pico de cuando entonces.
Podría pasar ahora Quezada por una santera cubana, toda vestida de blanco como una novia juanramoniana, pero no tendrá perdón ni en mil vidas que viviera. Enfrentar la pura maldad a la Ley -el juicio de marras- es ese paso burocrático y necesario que nos fortalece.
Ana Julia Quezada es Anglés, es Queipo de Llano, es Stalin, y sería un error disculparla o tratar de entenderla por esa cosa de los celos o los quereres. Acaso porque la venganza es un arte que requiere empatía y lo de matar a un chiquillo -y encender la lavadora mientras el pececito expiraba- es la degradación del ser humano. Aquí mismo. Y ayer mismo.
En los papeles cuentan que Ana Julia quiso cobrar el rescate que se ofrecía por el chavea: tal es el desecho que se juzga en Almería con Ana Rosa al tanto.
En el relato verídico de los hechos se sabe que apareció una camiseta seca del zagal aquellos días en los que el Cielo se derramó en el desierto de Sergio Leone: un truco de la Quezada, mala como un escorpión de Pulpí, para enmierdar a los picoletos mal pagados.
También sé que hay exquisitos que vinieron a decirnos que si juicio paralelo, pero sé -por aquella novia- que la Guardia Civil caminera vomitó de rabia y de impotencia cuando el desenlace fue el que fue, con ese final forense que se sobrepone a la patulea biempensante y a todos esos que quieren relativizar a un bicho.
Hay en el cielo de Almería, en la mente del pueblo, en los cantares de ciego, esa prosa no escrita del pequeño Gabriel: no tragaba a la novia del padre porque los críos ven el futuro como nadie. Gabriel vio ese mal en Quezada con esa anticipación de los ángeles caídos.
Las fotografías a contraluz de la Guardia Civil impactan en aquellas zonas del alma sobre las que creo que teorizó Susan Sontag. Hay una macabra poesía en el coche y en el maletero, en el pelo alborotado de la Quezada la noche del santo traslado. Su teoría del crimen perfecto nos costó 200.000 euros. Pero qué poco importa eso.
Todo es tan Lorca que, como nos cuenta Andros, ni Ana Julia osó mirar a la cara de una perra. Lo cierto es que llovió como si se acabara el mundo porque se acabó el mundo.
Qué solos se quedan los muertos, qué muertos se quedan los niños. Lo dramático es que habrá más Ana Julias, y habrá más Gabrieles. Y viviremos con miedo o con inopia...