Paula, tsunami, Barcelona
Uno quisiera ser el Paseo de Gracia sólo por darle los buenos días a Paula. Uno sería honorable, burgués, acacia y balcón modernista con tal de que Paula, la catalana tranquila, posara su verbo mayéutico en nosotros. La televisión de las reinas entroniza o mata; lo mismo a Pilar Gutiérrez, la franquista de cabecera que se sacó Telecinco, que a Albert Castillón, purgado por la Griso por ser speaker cuando lo de la Plaza de Colón.
La televisión, a veces, nos da este milagro de Paula por las mañanas. A Paula la entrevistaron en lo de Ana Rosa, pero ella trascendió el pinganillo, la conexión en directo. Pasó que Paula dijo lo que no se dijo la mañana aquella de los balcones y de la Cataluña silenciada.
Su queja, sostenida y hermosa, es la queja que muchos no se atreven a dar porque no todos nacimos héroes. Y qué distinta Paula -dando la cara al CDR- de los escondrijos de Iceta o de los relajos de Marlaska en el garito donde lo consideran una estrella de Hollywood y donde, Válgame Dios, todo va de ver y de dejarse ver a treinta pasos de El Comunista.
El discurso de Paula hace palidecer al de Varguitas, al de Borrell en aquel otoño de los constitucionalistas orgullosos que perdieron el miedo. Y fue un speech con un kimono, una mañana de guerra en la que a la luz cruda del Mediterráneo vimos que en menos de una semana el Paseo de Gracia se podía convertir en la Sniper Alley de Sarajevo.
Paula perdió el miedo, el CDR le ponía una diana en la cabeza y media España respiró sabiendo que en el cogollo de la zona cero aún hay resistentes, aún hay somatenes de la dignidad. Paula es nuestro 155, y lo que más puede doler a Torra.
Paula nos contó, con la pronunciación perfecta de alumna probable de las ursulinas, que en Europa y en 2019 han levantado fronteras en el corazón de una de las democracias más avanzadas. Y que lo han hecho con la connivencia de la izquierda, que hace tiempo que en Iberia ni está ni se le espera. Paula nos habló del adoctrinamiento durante cuatro décadas, y el tiro de cámara se regodeaba en un cajero que hoy no escupirá más euros mientras ella enumeraba la enfermedad del catalanismo que se vició.
Frente a Paula, Valtonyc, con un temblor de exiliado barato que no es Juan Ramón y que apenas llega a la gramática básica. Frente a Paula, Torra en la autopista, con Ibarretxe en coyundita terrible de la peor España. Frente a Paula, Xavi, Guardiola y las tribus del desierto. Frente a todos, Paula. Y Paula que no se esconde, y Paula da el nombre y habla y pone las cosas en su sitio: esas cosas que están movidas -y mal- desde que Tarradellas bajó del avión.
Con Paula nace un lirio en el espanto. Paula no es un fenómeno televisivo, pues la caja tonta palidece ante esta Paula que silencia a la política, incluso a las heroicidades góticas de CAT frente a los estibadores indepes y rijosos.
Paula sólo podía llamarse Paula y sólo Paula podía haber nacido una mañana de octubre para recordarnos que no todo está perdido y que el Estado nos/les debe varias explicaciones de fuste. Paula es nuestra revolución de las sonrisas.