Las víctimas del terrorismo se sienten siempre apoyadas y respetadas. Cuando ante la aparición de nuevos datos una de ellas pide la apertura de nuevas investigaciones, es respaldada. Con una excepción: cuando la víctima que reclama la verdad es del 11-M. Entonces se ve enseguida acosada, aislada, criticada e incluso insultada; es acusada de defender la autoría de ETA, de conspiranoica, de no querer admitir la verdad de una sentencia cerrada.
A este grupo de víctimas pertenecía desde hace 13 años Gabriel Moris, desde que, participando como perito en la pericial realizada durante el juicio, se atrevió a denunciar las irregularidades allí ocurridas. Y Gabriel Moris ha pagado muy caro esa ejemplar lucha.
El pasado 4 de marzo volví a ver a Gabriel Moris. Hacía tiempo que no lo veía. Me había pedido que interviniese en el acto conmemorativo del 16º aniversario del 11-M que ese día iba a celebrarse en el Palacio Arzobispal de Alcalá de Henares.
Lo vi tan animado como siempre en su silla de ruedas. Su denodada lucha por saber quién y por qué asesinó a su hijo el 11 de marzo de 2004 había sido tan intensa que hace años le había llevado a esa silla. A su lado, como siempre, estaba Pilar, su mujer, que con enorme entereza y vigor ha sido el indispensable apoyo, el sostén de Gabriel en su heroica lucha.
Nos volvimos a ver el pasado día 11, Todos los días 11 de cada mes, y desde hace 13 años, Gabriel protagonizaba la concentración que se celebraba en la plaza de Cervantes de Alcalá de Henares en recuerdo de las víctimas del 11-M y en solicitud de nuevas investigaciones. Ese día, ya se generalizaba el temor por la epidemia del coronavirus.
Las víctimas del terrorismo se sienten siempre apoyadas. Con una excepción: cuando la que reclama la verdad es del 11-M
Gabriel, sonriente en su silla, hacia gestos para que no nos acercáramos demasiado. “Soy una persona de riesgo”, nos decía. El acto se cerró, como de costumbre, con unas emocionadas palabras de Gabriel pidiendo, una vez más, la reapertura del caso. “No hay que olvidar lo inolvidable”, nos repetía con frecuencia.
Nos despedimos con toda cordialidad, como de costumbre, deseándonos todos mucho ánimo para superar la grave situación que vivimos. No podíamos imaginar que no nos volveríamos a ver.
Gabriel Moris era un heroico luchador por la verdad y la justicia. No obtenía respuesta alguna a sus demandas, pero él insistía e insistía.
Fue testigo directo de las irregularidades cometidas en la investigación del 11-M. No es que alguien se lo contase, es que él estuvo allí, en el corazón de la trama, en el laboratorio de la Policía Científica en el que se llevó a cabo la crucial pericial de explosivos durante el juicio presidido por el juez Bermúdez. Y estuvo como protagonista.
Él era uno de los peritos encargados de los análisis, y comprobó de primera mano las dudas que suscitaban las propias muestras. Y allí, junto con otros peritos, pidió insistentemente que se aportara la cadena de custodia de las muestras, denunció el lavado con agua y acetona que habían sufrido y la desaparición de esos líquidos, denunció el misterioso apagón ocurrido en el laboratorio, justo en la noche que siguió a la aparición de un componente químico inexistente en el explosivo oficialmente atribuido al atentado tras su aparición en una mochila que nadie vio en los trenes.
A todas esas demandas no obtuvo respuesta alguna. Y las extrañas maniobras ocurridas en esa esa pericial sirvieron para evitar que se pusiera de manifiesto lo que era evidente: que el explosivo de los trenes no era el mismo que el de la mochila de Vallecas.
Fue testigo de las irregularidades cometidas en la investigación del 11-M: estuvo en el laboratorio de la Policía Científica
Gabriel no cesó de clamar nunca contra una sentencia que él sabía viciada por las irregularidades de la pericial en la que él mismo había participado. Todo ello lo llevó a emprender una constante campaña de denuncia de las manipulaciones de las que fue testigo y de otras que fue conociendo.
Fueron constantes sus escritos de denuncia; protagonizó desde entonces los actos mensuales de Alcalá de Henares en los que pronunciaba emocionantes discursos reivindicativos de la verdad; se dirigió públicamente por escrito a los tres poderes del Estado, al Gobierno al Congreso de los Diputados y a la Audiencia Nacional, pidiendo una nueva investigación de los atentados. Todas esas cartas han tenido el silencio por respuesta.
Hace siete años, Gabriel lanzó una recogida de firmas para pedir la investigación del 11-M, y la ha mantenido viva hasta ahora.
Gabriel era un hombre bueno, cabal, íntegro, luchador sin desmayo por la verdad en el asesinato de su hijo y de otras 190 personas. Es un gran ejemplo para toda persona de bien. Se dejó la salud a chorros en el empeño y hasta se ha dejado en ello la vida.
Gran creyente, se habrá reencontrado ahora con su hijo en la casa del Padre. Y desde allí seguirán ahora luchando los dos juntos, pedirán por los que nos hemos quedado huérfanos sin él. Gabriel nos seguirá apoyando y dando ánimos para que sigamos su huella aquí en la tierra y para que ojalá algún día podamos encontrar y enviarle al cielo esa verdad que él, con tanto ahínco, buscó. Descansa en paz, amigo Gabriel.
*** Carlos Sánchez de Roda es ingeniero y autor del libro 'Los trenes del 11-M' (Última línea, 2015).