En un Galapagar de siesta y monte, en una Navata silenciada por los tricornios y los decretos, Pablo Manuel Iglesias Turrión, agitador de ladrillo visto, firma acuerdos laborales y blanquea a la purria.
Es la suya una juventud desmentida por los cesarismos y las traiciones, aunque aún guarda el puñal del godo que pende sobre el Consejo de Ministros, tiene al picoleto en la puerta y dice de traerle la paz social y la paguita a ese español con sabañones en junio.
Pablo Iglesias es vicepresidente y le molesta la bandera de España, que es la metáfora más perfecta de que Frankenstein existe en lodazal, que se levanta y que anda y que así nos tiene a todos acogotados. Iglesias fue refrendado el otro día por las bases búlgaras de Podemos en un CIS de autoafirmación que, sin embargo, ha pasado de tapadillo.
Iglesias engañó a muchos, pero no a tantos como Sánchez: la mayoría, a viejos sindicalistas que vieron que eso de la plaza y la asamblea quincemayesca era peronismo con rastas.
La destrucción y el amor es Pablo Iglesias con su hoja de servicio, su currículum amatorio, su pacto de los botellines y esa izquierda inane peinada con hacha.
A Iglesias y consorte la enseña nacional les contamina la vista, les tensiona la convivencia confinada y con criada. Una bandera en La Navata le empaña la vista berroqueña de Siete Picos, La Maliciosa, La Bola y hasta de Abantos, donde ya no queda sino el silencio dominico. Y por eso España empieza a estar prohibida en Galapagar.
Iglesias subió a los palacios, bajó a las cabañas, va en blindado a Vallecas y se quedó en un chalet de mal gusto, gemelo a los que los segundones de Sito Miñanco se hicieron entre los eucaliptos de la Ría viguesa. A Iglesias le escuece la Constitucional y le sublima la Ikurriña, que jamás un madrileño hizo tanto por la causa vasca.
El vicepresidente es lo que es y lo que puede llegar a ser. La foto que encabeza este texto es casual, pues en sus alivios, de cuarentena y otras cosas, Iglesias salía cabizbajo y con una escoliosis teatral y maniobrera.
La coalición y el insomnio son conceptos relativos, volátiles, que al politólogo le vienen resbalando desde que el mundo es mundo y desde la primera china de Escohotado. Los que viven fuera de la charca hispana ven a Iglesias como un buen entrevistador, y quizá lo fuera, pero nadie nos dio garantías jamás de que Jesús Quintero quisiera imponernos un soviet con Corona.
Iglesias ha convertido cada herrikotaberna en un despachito del INEM para que Otegi se saque el impuesto revolucionario del erario público, se disfraze de izquierdas y nos parezca hasta socialdemócrata.
Bildu no es ETA, pero Iglesias es más Bildu que una hucha y un pañuelico. Iglesias es lo que es. Y se crece en el lodo.