Fue muy consecuente Pedro Sánchez el pasado miércoles, 3 de junio, cuando se presentó en el Congreso de los Diputados pegado a su corbata negra. En realidad, él no era consciente del acierto. No había mejor color para que fuera a juego con su catastrófico día en el Parlamento. Es muy común entre los mortales acertar cuando nos equivocamos, pero muy preocupante si se trata de un presidente del Gobierno que a diario toma decisiones cruciales para la vida de todo un país. Porque no siempre la suerte te acompaña.
La sesión parlamentaria del 3 de junio fue un escáner de precisión para conocer de pe a pa a nuestro presidente. Entró por el tubo y, sí, obtuvo la aprobación de la sexta declaración del estado de alarma. Pero, a la vez, se retrató de arriba abajo y se quedó al desnudo.
Cometió cuatro errores fatales que, incluso por separado, habrían colocado a cualquier presidente de países democráticos de nuestro entorno en una situación política imposible.
Vayamos por partes:
Pedro estuvo imperdonablemente cobarde al responsabilizar a las comunidades autónomas de algunos de los peores males de la crisis del coronavirus, como la contabilidad de los muertos. Y no mostró un atisbo de contrición por la equivocada gestión de su Gobierno. Así en la tierra como en el cielo, Pedro, donde han acabado miles de compatriotas.
Sánchez estuvo pinochescamente mentiroso y le creció la nariz al referirse a los muertos en España por el Covid. Mantuvo que habían fallecido 27.127 personas hasta ese día cuando, a esa misma hora, las 10.13 del miércoles 3 de junio, el Instituto Nacional de Estadística publicaba un informe demoledor.
El INE, sobre cuya fiabilidad se asientan los grandes números del Estado, decía que el exceso de muertos en los meses del coronavirus subía hasta los 43.000. Más aún: en la letra pequeña, el organismo dependiente de la vicepresidenta Calviño ponía el listón en 48.000.
Pérez estuvo tergiversador, oportunista y manipulador hasta un grado insoportable para un presidente de la nación al apuntarse a la teoría de la conspiración, de la existencia de una “policía patriótica”, así como si en España volviera a haber ruido de sables, estuviéramos en 23 de febrero de 1981 y no en 3 de junio de 2020, de tal manera que (esto no lo dijo Sánchez) Pérez de los Cobos es el teniente coronel Tejero redivivo y ascendido a coronel, sin bigote, sin pelo y mejor hablado.
Al agitar este fantasma, Sánchez, además de actuar de ventrílocuo de Pablo Iglesias, exhibió su debilidad y mostró hasta qué punto sabe que la crisis de los muertos por el coronavirus puede pasarle factura en las urnas. Ya veremos si en los juzgados.
Así como se saca un clavo con otro clavo, se intenta desde el Gobierno y sus partidos satélites hacer olvidar y pasar la página negra de esta crisis sanitaria aventando el temor a un golpe militar. Empezó Pablo Iglesias y le ha seguido su presidente: “Policía patriótica”. También hay mentecatos en partidos como Vox que coadyuvan a ello.
Garrafal “Viva el 8-M”
Pero Castejón (Pedro Sánchez Pérez-Castejón) cometió el error más garrafal de su carrera política en la mencionada sesión del pasado 3 de junio al gritar “Viva el 8-M”.
¿Viva el 8-M? Iván Redondo, el gurú de Sánchez, el ideador a sueldo, se llevaría las manos a la cabeza. Fue un ¡Viva el 8-M! pandémico que quedará para siempre en las actas del Congreso y que debería costar a Pedro Sánchez su carrera política, por más que vivamos en una sociedad narcotizada por el ´sapo venenoso´ del disparate diario que nos hace insensible a casi todo.
¿Viva el 8-M en una España que se despertó al día siguiente, 9 de marzo, con 28 muertos por coronavirus, de los cuales 16 se produjeron en Madrid, la capital donde se celebró una manifestación con 160.000 participantes? ¿Viva el 8-M en una provincia ya entonces con 1.003 enfermos del virus chino?
¿Viva este 8-M que condujo esa misma semana al estado de alarma y a la paralización de la economía de España, con millones de personas en el paro, colas en las calles de grandes ciudades como Madrid para poder comer y una pobreza que en muchos casos se convertirá en vitalicia?
¿Viva y adelante con un 8-M cuando el Ministerio de Sanidad reconocía dos días antes, en una nota pública, que la distancia social era clave para no caer infectado? Tras escuchar gritar a mi presidente del Gobierno “Viva el 8-M” me pellizqué la cara por si todo era una pesadilla, un montaje fake y virtual, por ejemplo de Vox, o que era yo mismo quien estaba en una UCI, en el cruce de caminos entre la vida y la muerte.
Porque este 8-M ni fue ni podía ser un 8-M para celebrar el Día Mundial de la Mujer. Recordemos que en Mercadona no había geles desinfectantes desde el 20 de febrero. Esa era la realidad de la calle, menos para el Gobierno de Sánchez. Al día siguiente, 9-M, se produjo, como todos sabemos, la nueva realidad sobrevenida y descubierta con cara de pandemia.
Todo esto siendo presidente de un país con el segundo mayor exceso de muertes registradas durante la pandemia en todo el mundo. Solo detrás de Perú. La cifra de España es la más alta de Europa, por delante de Reino Unido (40%), Bélgica (37%) e Italia (36%), según un informe de El País.
Admito que los “viva” y las banderas me ponen nervioso. Será un acto reflejo de quien vivió la infancia y parte de la adolescencia con Franco vivo, coleando y haciendo de las suyas. El Viva Franco y el Viva España, en aquella clave, significaban para nosotros un despreciable “Muera España” en una parte.
Por todo esto, gritar ¡Viva el 8-M! un 3 de junio, con 48.000 españoles muertos por el coronavirus en tres meses, y aunque fueran 27.000, nos pareció a muchos un supino acto de irresponsabilidad política, imperdonable siendo presidente del Gobierno. Más aún al suceder en el Congreso de los Diputados. En la cámara del pueblo.
República y Monarquía
Afirma Josep Pla, en uno de sus artículos recogidos en el libro La Segunda República, que “la primera finalidad de un Estado como organismo de la vida en común es evitar que se devoren mutuamente los ciudadanos”. Y, de entre todos, el máximo responsable en esta sagrada labor ha de ser el presidente del Gobierno.
¿Será verdad que la izquierda es más bella en tiempos de la derecha, como la República en tiempos de la Monarquía? Cualquier día los dos leones del Congreso de los Diputados desaparecen. No por robo, sino de susto. A la fuga por lo que escuchan. Porque este ¡Viva el 8-M! del presidente Sánchez responde más al cálculo político y populista que al automatismo de ese gen español que atribuía Metternich a los españoles, según el cual España sólo puede ser monárquica o radical.
Hay un hecho que desmiente al estadista austriaco del siglo XVIII: la España liberal y socialdemócrata en la que nuestro país prosperó durante la transición, tan denostada ahora por parte del Gobierno y por los separatistas.
Pablo Iglesias afirmó este sábado, mirando a una cámara instalada seguramente en su chalé burgués de Galapagar, que la oposición, refiriéndose al centro derecha, jamás volverá a tener mayoría en el Congreso de los Diputados. Una afirmación de psicólogo o de verificador democrático.
Pues nada: Vivan las caenas, Viva la muerte, Viva Franco, Viva España, Viva el 8-M con pandemia, Viva el estado de alarma, Viva el confinamiento, Vivan los muertos en los residencias, Vivan las Ucis sin respiradores, Viva la crisis sanitaria, Viva el ingreso mínimo vital, síntoma de la pobreza y la desigualdad.
España, un país construido con vivas y no vigas. Escribía esta semana Félix Ovejero en El Mundo un artículo titulado “Miénteme (con muchos números) y dime que me quieres”. Finalizaba así: “Sin duda, cuando el mundo va solo y prima la bonanza, las sociedades pueden permitir a los palabreros simular tareas de Gobierno. Otra cosa es cuando vienen mal dadas (…). En esas horas, casi peor que la ausencia de gestión es la ilusión de control (…) Y el cuento se viene abajo. Con la misma modestia epistémica de Aristóteles nos lo recordó Michael Tyson: todo el mundo tiene un plan hasta que te parten la cara”.
Sánchez, miéntenos con muchos “Viva”, pero explica a los españoles cuál es el plan.