"Hagamos un templo tal que en el resto de la cristiandad se nos tome por locos", que dicen que dijeron antes de meterle picota y nervio y quimeras a la sombrita del alminar pregiraldillo.
Y así Sevilla entró en el gótico y las gárgolas empezaron a florearse de la morisma y de lo visigótico y de lo tartésico en esa ciudad que fue Nueva York para los extremeños con ansias.
Impresiona el silencio de Sevilla como impresiona también su carácter, trágico y vital, como si a la profundidad de Castilla se le diera en días alternos una primavera en el alma.
Sevilla bien vale una misa, un réquiem por los que dejó la pandemia y que ya, pasados los días, no pueden ser llorados más que en el recuerdo.
Solo la fe nos ha hecho salir medio cuerdos de la nueva normalidad y solo la fe nos puede consolar en estos tiempos de guerra mundial y de guerra civil.
Pedro Sánchez se tiñó las canas y se puso la corbata negra, gritó un "viva la muerte" que fue gritar un "viva el 8-M" en sede parlamentaria, la misma de los embustes de Marlaska. España no está para Milán-Astray pero quizá tampoco para Sánchez y con estos mimbres hay que levantarse, auxiliar a los enfermos y consolar a los afligidos.
En Sevilla el dolor es el mismo que en Mondoñedo, pero en su Catedral el silencio es más dramático porque acaso no se oiga el canto de los seises en un jueves de Corpus y la Puerta de los Palos guarde para la recuperación el clamor de tantos días de azahar.
Sevilla le tributó una misa a los difuntos de todas y de ninguna causa, y lo hizo como sólo Sevilla sabe. De alguna manera Sevilla, cuando Madrid está secuestrada por las miasmas del separatismo gobernante, sale a rescatar ese patriotismo sano, machadiano, que es la mejor manera de ser Hombre.
Era Sevilla, un año de Semana Santa bisiesta, hurtada la Feria. Y Sevilla tuvo a bien rogar por nosotros, pecadores y muertos, que afrontamos lo desconocido de aquella manera.
El luto y el respeto eran esto: una Catedral, un rezo y la Macarena otra vez de negro. Comparen el luto de Sevilla con la propaganda de Sánchez en las portadas y verán que la "nueva normalidad" de Iván Redondo trae lo que trae: la perfidia.
Y Sevilla, entretanto, en su sitio. Y Sevilla...