La necesidad de Pablo Casado de sentirse líder y la de Cayetana Álvarez de Toledo de serlo habían convertido la dirección colegial del Partido Popular en un gallinero. El presidente del PP no podía mirarse cada día en el espejo y ver el rostro de su portavoz parlamentaria. Los dos convirtieron su problema en una obsesión y utilizaron las mismas palabras que habían recibido de José María Aznar para matarse.
Dice el emperador Adriano en sus Memorias, por boca de Marguerite Yourcenar, que todo lo que pasa en el hoy del poder ya ha pasado, y que los personajes que aspiran a tenerlo repiten lo que hicieron los griegos hace varios milenios. Cayetana y Pablo hacen ese honor a la escritora francesa y en su lucha de hermanos fratricidas acaban matando al padre. Este se llama José María Aznar.
Tienen más ejemplos a los que acudir si quieren verse reflejados: pueden leer a Oscar Wilde y a Fiodor Dostoyevski, al británico para saber que el auténtico rostro del poder no está en el espejo y sí en el cuadro, y que asusta; al ruso para, una vez tomado partido entre Dimitri, Aliosha y Vania comprobar que los tres hermanos son tan culpables de la muerte del padre como el propio y déspota patriarca.
Casado consiguió la presidencia del PP gracias a las dos muertes anunciadas de Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal, los dos brazos que utilizaba Mariano Rajoy para "reinar" en la derecha española. Aquel 57% de los votos que logró en el Congreso de julio de 2018 le han traído hasta su auténtica prueba de liderazgo tras dos graves derrotas ante el socialista Pedro Sánchez.
Su tercera oportunidad ante las urnas -cuando toque- será la última. Lo sabe y cree y le hacen creer que con esperar la caída del actual presidente del Gobierno tiene bastante. Oposición blanda para que sea el adversario quien le entregue las llaves de La Moncloa. Su problema estaba y va a seguir estando en el interior del partido. Son muchos los que creen que bajo su dirección y con él como cartel electoral el socialismo que representa ese Jano bifronte que son Pedro y Pablo, liberalismo socialdemócrata de obligado cumplimiento y viejo marxismo con ritmo de tango, va a mantenerse en el poder hasta que Europa diga basta.
Al presidente del PP le estaban preparando una revuelta territorial, un paso previo y necesario para un Congreso extraordinario en el que decapitarle
Lo que ha ocurrido en el Partido Popular con el cambio en la "voz" parlamentaria, que pasa de Cayetana a Cuca Gamarra, y en la "voz" nacional que pasa de Pablo Montesinos a José Luis Martínez-Almeida, es el primero de los grandes pasos que va a dar Casado hacia el pacto político y económico que tiene que firmar con Pedro Sánchez. Sin ese acuerdo no habrá Presupuestos Generales que se manden dentro de un mes a Bruselas, y sin Presupuestos los famosos e insuficientes 140.000 millones de euros no legarán a las hoy vacías arcas del estado. No hay dinero y el otoño español se presenta tan cargado de material explosivo como los almacenes de Beirut.
Al presidente del PP le estaban preparando una revuelta territorial, un paso previo y necesario para un Congreso extraordinario en el que decapitarle. Se lo decía esa sombra que le persigue como si de un clon se tratara y que se llama Teodoro García Egea, el hombre que sueña con su propio imposible: ser el secretario general que fue Francisco Álvarez Cascos. Es una maldición que existe en todos los partidos. Siempre se intenta matar al líder, incluso cuando el líder es el único que puede salvar al partido, llevarle al poder y mantenerlo en él. Los ejemplos van de Adolfo Suárez a Felipe González, de José María Aznar a José Luís Rodríguez Zapatero, de Jordi Pujol a Artur Más, y de Carlos Garaicoechea a Iñigo Urkullu.
Pablo y Cayetana representan a la misma derecha española de toda la vida. Están en el mismo partido y no tienen la vocación o la necesidad que tuvo Santiago Abascal hace dos años. El Partido Popular es el único que puede derrotar al PSOE de Pedro Sánchez y gobernar. Hoy no existe otra alternativa. Lo saben dentro y fuera de España. Ambos presidentes esperan el mismo milagro procedente de Bruselas. El del Gobierno que vean que si nuestro país se hunde es toda la Unión Europea la que entraría en bancarrota; el del PP que apuesten por un cambio en la dirección de los asuntos públicos y le ayuden a expulsar del poder a la suma de socialismos radicales que nos gobiernan.
Se ve venir la gran tormenta mientras se toma el sol. Ningún líder está dispuesto a mostrar la verdad ante los atemorizados ciudadanos españoles
"Esto es lo que hay y no nos gusta", piensan en los despachos del gran dinero desde Madrid a Bruselas. Ni los unos, ni los otros. Todos de vacaciones, dejando que España esté a la cabeza de los males del resto de los países de la UE. Da igual que se miren los recobrados contagios de la pandemia, que los datos económicos y financieros de empresas y bancos. El Gobierno se autocomplace cada día en la foto fija del ministro Illa y del sempiterno escudero Simón; y la oposición se distrae con el juego que le ofrece ese mismo Gobierno cada minuto.
Se ve venir la gran tormenta mientras se toma el sol. Da lo mismo que sea en Lanzarote que en Asturias, en Madrid o en Barcelona. Ningún líder está dispuesto a mostrar la verdad ante los atemorizados ciudadanos españoles. La verdad del paro, de los impuestos, de las pensiones, de la Educación, de la Sanidad, de la Justicia, de la Monarquía. Abierta en canal esta España nuestra tiene una única table de salvación que se llama Europa. Si nos falla o nos la entregan muy pequeña para todo lo que se necesita, lo vamos a pasar muy mal. Y las peleas internas del PP, los cambios que haya en el PP importarán muy poco. Tan poco como las luchas por heredar los restos de aquella coalición que crearon Pujol y Duran Lleida que protagonizan Puigdemont, Torra y Más. Tan poco como la evidente descomposición del proyecto que nació del 15-M y que hoy recuerda la estéril lucha de siglas de las antiguas formaciones marxistas del inicio de la Transición.
*** Raúl Heras es periodista.