Diada, otro botellón consentido
Cuando otra época, cuando el mundo no era distópico ni existía el sanchismo; cuando la izquierda era Paco Frutos o Julio Anguita, en todo ese mundo, digo, la Diada era un poco la verbena solemne del fin del verano. Había flores, que, más que una ensoñación, el catalanismo siempre ha sido un juego floral que en cierto momento cambió a Espriu por las barricadas: y no hay más, por mucho que Torra quiera ahora que el Rey pida perdón por los catalanes que cayeron en Auschwitz o por la muerte de Manolete -o de Mario Cabré-.
La imagen que traemos hoy es la de los simpáticos CDR quemando cuadros reales, como un Goya/Velázquez inverso para que luego se meen en la cama con esa sensación tan patriótica de haber hecho país dando queroseno y fuego a un cartón con la foto de la Familia Real.
En todo eso -y en cortar el tren de Mataró o por ahí- está su valentía, su contagio, su liberación de la testosterona y de las pulsiones. Porque en la Diada el seny -que se nos fue- mutó a jindama por el virus, y Torra no pudo tener su último día de gloria antes de que lo inhabiliten y pase definitivamente al vertedero de la Historia (perdón por la mayúscula).
En el Maresme le han sacado brillo a la estelada, que llevaba ya polvo de meses. Y el día salió soleado para que el botellón indepe fuera a más, que no fue. Casanova se quedó más solo que nunca, impávido ante la Historia manipulada de Torra y las gaviotas que suben del mar y se vuelven cagonas sobre estatuas y los CDR -criaturitas de Dios-, que contagian por la baba que les cuelga de la máscara en ese odio infantilón al Estado.
Si volvemos a este retrato en combustión de la Familia Real, vemos a una joven con pantalones de balonmano. Yo le diría que el dorsal número doce merece un respeto y que salir con un short ceñido a quemar Borbones es, ciertamente, una grosería de la que no han avisado a la pobre. De la barbilla de Artur Mas hasta aquí se han perdido la formas, y eso no se puede tolerar.
Después del gamberrismo con foteros cayó la tarde, hubo la tomatina de siempre -pero menos- y todo fue un botellón consentido un día de bochorno en Barcelona y alrededores.