Europa ha ganado el debate lanzado desde Vox. Las sombras alargadas de Angela Merkel, Emmanuel Macron y Christine Lagarde sobrevolaron el hemiciclo del Congreso durante las dos jorndas de la moción de censura. Sus demandas a los dirigentes politicos, sobre todo a Pedro Sánchez y Pablo Casado, han aumentado de intensidad en las últimas semanas.
En la reunión de la CEDE celebrada en Valencia y con asistencia de la vicepresidenta Calviño, todos los dirigentes empresariales, con Isidre Fainé a la cabeza, insistieron en esa idea: los políticos tienen que cerrar acuerdos contra la doble crisis y dejar a un lado sus enfrentamientos partidistas y personales.
El presidente del PP realiza su mejor discurso político con Santiago Abascal como víctima. Directo, sin contemplaciones, atacando desde el primer minuto a su antiguo compañero de partido, Pablo Casado demostró que no le faltan adjetivos a la hora de defenderse de los ataques del líder de Vox.
Convertido en el mejor paladín del presidente del Gobierno, convirtió su no a la moción de censura en un anticipo de lo que puede producirse cuando haya que ir a las urnas, ya sea en la próxima primavera o dentro de tres años. Sin miedo a la ruptura de relaciones políticas que puedan afectar a los gobiernos de Andalucía, Madrid y Murcia, todos sostenidos desde el exterior por los votos y escaños conseguidos por Vox en las respectivas elecciones autonómicas, Casado cuenta con la ventaja de saber que cualquier cambio de opinión por parte de Abascal respecto a los apoyos que ha dado a los Ejecutivos del PP y Ciudadanos, llevaría a presentar a Vox como un aliado de la izquierda.
El propio Abascal mencionó esa posibilidad en una de sus réplicas al garantizar que las diferencias e incluso el mal tono y los improperios recibidos en el Hemiciclo del Congreso no influiría en sus posiciones en Autonomías y Ayuntamientos. Ya sabía lo que iba a pasar y la soledad de sus 52 parlamentarios frente a los 298 del resto de formaciones le permite mantener su discurso de oposición frontal al actual gobierno de Sánchez e Iglesias.
Los dirigentes de Vox, que no tienen hoy por hoy capacidad para ofrecer un programa de gobierno, algo que demostró Abascal en el inicio del debate, buscan reafirmar su estrategia de oposición. Sin salirse de la derecha, lo que quieren es mostrarse como una fuerza capaz de todo con tal de echar a la coalición del PSOE con Unidas Podemos del Gobierno. Una idea que tendrá que esperar a la cita con las urnas para mostrar si es acertada o un desastre.
Casado, por su parte, no entró a criticar a su gran rival, Pedro Sánchez. Podría haberlo hecho sin apoyar a Abascal. El no era compatible con atacar la gestión del actual Gabinete. Las razones para desatar su “furia dialéctica” contra Vox, en la misma línea que lo había hecho García Egea, pueden estar en el miedo del presidente del PP a la pérdida de votos que parece afectar a su formación.
Brillante como parlamentario, Casado recibió como recompensa a su trabajo de demolición de Abascal y la extrema derecha que representa, la oferta de Pedro Sánchez de retirar su plan de reforma del Poder Judicial y sentarse a negociar todos y cada uno de los cargos que están en funciones, desde el CGPJ al Constitucional, en un ejemplo de cooperación y entendimiento entre las dos grandes formaciones que han monopolizado la política española durante más de 30 años.
Sin quererlo o sin ver hasta dónde podían llegar los efectos de su moción de censura, Santiago Abascal ha conseguido que se abra una nueva etapa en las relaciones entre socialistas y populares. Si ambas partes llegan hasta el final en sus evidentes negociaciones por debajo de la mesa es más que posible que las sorpresas se sucedan en las próximas semanas, y que incluso se encuentre la forma de colaborar en la lucha contra el coronavirus y dar a Europa la imagen que desde Bruselas, Fráncfort y Berlín le vienen demandando a España.