Boris Johnson
Es un tipo raro este Johnson, no hay más que verlo con la pelambrera disparada, caminando un paso por detrás de su barriga. El preferirá que le llamen atípico y original, pero una sigue pensando que es raro. Tiene un ojo de cada color, como Bowie. Nunca he estado a un palmo de sus narices, pero juraría que un ojo es azul y otro tirando a marrón. Una rareza como otra cualquiera. Boris Johnson es inglés, pero nació en New York y fue enviado a formarse en colegios exquisitos de Gran Bretaña: Eton y Saint Andrews, donde también estudiaron Willy y Kate, los “Cambridge”. Boris no salió tan pijo, pero sí peor hablado.
De niño era sordo y sufrió muchas cirugías. Tenía una obsesión: ser el rey del mambo. Perdón, del mundo. El plan no le salió como le hubiera gustado, aunque en el fondo tuvo suerte, pues conservó sus aires de grandeza. A los 13 años entró en el colegio Eton, el sancta santorun de la aristocracia británica. Ya entonces Johnson tenía fama de indómito, pendenciero y mal encarado.
Andando el tiempo se hizo periodista y escritor, colaboró en Vogue y The Spectator. También en The Times, aunque al poco tiempo saldría por la misma puerta que antes se le había abierto. Finalmente, después de triunfar como presentador de televisión, entró en política.
En la política, como en el periodismo, Boris Johnson demostró ser un culo inquieto. Ocupó la alcaldía de Londres durante dos mandatos consecutivos, fue elegido diputado por el partido de los torys y en 2016 lo elevaron a Secretario de Estado para las Relaciones Exteriores y la Mancomunidad en el Gabinete de Teresa May, la lideresa de los zapatitos de oro.
En aquella época el sentimiento anticomunitario se extendió por el Reino Unido como una mancha de aceite. David Cameron convocó un referéndum sobre el 'brexit' y lo perdió. En 2019, Johnson ganó por mayoría abrumadora las elecciones y aceleró la salida de la UE. Ahora ya está todo el pescado vendido. El día 31 termina el periodo transitorio y el Reino Unido abandona la UE por la puerta trasera. Mientras, tocan la gaita en señal de alegría, pero antes de que pase mucho tiempo su cabreo será mayestático.
Raphael
Desde hace un puñado de años, Raphael celebra un concierto navideño que convierte las canciones revival en explosion de éxito y felicidad. Raphael excita recuerdos de los años 60 y 70 cuando hace exhibiciones de gestualidad cantando Yo soy aquel con las puertas de los pulmones abiertas. Pues sí. Raphael era aquel y lo sigue siendo concierto tras concierto. Este año, sin embargo, la cosa le ha salido un poco torcida al cantante, que ha sido criticado en foros y cenáculos, redes sociales, prensa y televisión, a cuenta de los dos conciertos que ha ofrecido en el Wizink Center de Madrid bajo el título “Raphael 6.0”.
La polémica ha llegado lejos. Casi cinco mil personas acudieron a cada uno de los conciertos, causando gran revuelo entre los partidarios de las estrictas normas
antipandemia. En principio, nada que objetar, si bien los organizadores sostienen que se duplicó el espacio entre butacas y las medidas de seguridad se cumplieron a rajatabla.
Compañeros del cantante alegaron que las exageraciones estaban servidas. Fue el caso de Coque Malla, que escribió en Twitter e Instagram: “Qué gustazo, después de tantos meses de incongruencias, con bares atestados de gente sin mascarilla, vagones de metro reventados, aviones, centros comerciales, etc, etc. Qué gustazo, decía, ver esta imagen en la que la gente, cumpliendo rigurosamente las medidas de seguridad, se reunía para ver cantar a Raphael”. No contento con eso, Coque Malla termina diciendo: “Toda mi admiración y mi respeto (y por qué no decirlo, mi envidia) a él y a todo su equipo".
Por otra parte, la actriz Toni Acosta, madre de dos de los nietos de Ráphael, ha dado la cara por el de Linares ante una puya que le lanzó Anabel Alonso. También se han escuchado críticas de políticos, periodistas y faranduleros varios. En resumidas cuentas: pudo ser su gran noche, pero al final reinó el Scándalo. Una exageración. Raphael no es precisamente un negacionista como Bosé.
Felipe VI
Hablemos del Rey Felipe VI, cuya vida guarde Dios muchos años. La monarquía parlamentaria existe desde hace 42 años, lo que equivale a otros tantos mensajes navideños. Los he visto todos o casi todos, y siempre me han parecido el mismo. El ámbito en el que se graban los mensajes del Rey también viene a ser el mismo: el salón de audiencias de Zarzuela, al que se le añade un árbol de Navidad, la bandera de España, la de la UE, un escueto belén colocado sobre un elegante mueble, un ejemplar de la Constitución colocado sobre otro, más elegante si cabe, y una o dos fotos enmarcadas. En esta ocasión, con lo que está cayendo, la foto también es escueta. Se trata del Rey y Princesa de Asturias en un homenaje a las víctimas de la Covid-19. Es un suponer, pero quienes organizan la escenografía no son muy arriesgados y se repiten año tras año.
Esta vez muchos españoles esperábamos una alusión al Rey Emérito, pero no una alusión velada, sino explícita, con el nombre (Juan Carlos I), para reivindicar el legado del padre. La idea es de Pedro J. El jefe no señala a nadie, pero yo me la apunto porque pertenezco al grupo de españoles que han echado en falta al Emérito esta Navidad. En otro pasaje, Pedro J. dice que “Felipe VI se autoproclama rey renovador, y entierra a su padre con ayuda de Sánchez”. Puede ser. De momento todo lo hace con ayuda de Sánchez.
No resulta agradable que en las monarquías actuales los padres y los hijos sean tan ariscos entre sí como antaño, cuando se dispensaban odios sarracenos y pócimas envenenadas con ayuda del chef encargado del menú real. Felipe VI dijo el día de Nochebuena que cuando accedió al trono se comprometió con los principios de ejemplaridad y transparencia. Ahora lo ha vuelto a decir, pero con palabras distintas y manteniendo los valores, que serán de obligado cumplimiento, caiga quien caiga.
Tamara
Comprar una revista del corazón o sumergirse en un suplemento de moda es casi una experiencia religiosa. Dias atrás pude comprobarlo haciendo una paradita en el kiosco. Ahora las revistas del colorín están de baja, como los periodicos de papel. Todos van a rastras de la televisión y la radio, que cronológicamente son los más madrugadores.
Esta semana, los madrugones me han servido para constatar que el ultimo grito (no en las pasarelas, sino en la calle) son los pañuelos/mascarilla. Para entendernos, la mascarilla de farmacia (ya sea del modelo quirurgico o el FFP2, más armado) se sustituye por un pañuelo de seda doblado a modo de triángulo anudado atrás como un caco el día de faena. No hace falta que rime con la blusa o el vestido.
Quienes se han hecho más eco de esta moda son las modelos cotizadas. En este sentido se lleva la palma Olivia Palermo, la modelo italoamericana que ha hecho de Manhatan su pasarela preferida. En este sentido, Olivia Palermo ha sido una pionera: arrasa en las plataformas digitales y en la calle. Olivia Palermo es nuestra Tamara Falcó, que atraviesa los máximos momentos de popularidad desde que ganó MasterChef despellejando conejos. Tanrto Tamara como Olivia son chicas de pelo castaño, risueñas y juveniles (no digo que no se tiñan, pero en caso de hacerlo, eligen su propio color, que es el único que no canta).
Olivia es una modelo de calle. Cambia de ropa como de mascarilla, y allá donde va no deslumbra, pero es un icono de clase, como Miranda (la de Julio) y como Tamara. Son chicas que huelen a colonia sin pachuli y a rostro sin maquillar, a sandalias planas y a colores frescos. Completan el equipo “Siempe así” Eugenia Silva, Fiona Ferrer, Preysler y otras divinas de la muerte.