Desmigar el currículum de Ignacio López-Goñi (Pamplona, 1962) resulta una tarea engorrosa. Podría resumirse así: es uno de los investigadores que más sabe de virus y bacterias en este país. Doctor en Biología por la Universidad de Navarra y fogueado en los mejores centros norteamericanos, trabaja arrimado a la divulgación.
Su blog, titulado “microBIO”, fue calificado como uno de los veinticinco mejores espacios del mundo donde informarse acerca de la virología. Pese a su constante aparición en los medios de comunicación, López-Goñi no se ha convertido en un “capitán a posteriori”. Relata de manera desacomplejada lo que sabía, ¡y lo que no!, en cada momento.
Acaba de publicar “Preparados para la próxima pandemia” (Destino, 2020). Esta conversación forma parte de ese entrenamiento. En la mesa, además de las mascarillas, dos cervezas. No vayan a ser todo malas bacterias. Practica -como era de prever en un primer espada del gremio- el sorbo del astronauta: se recoloca la mascarilla inmediatamente después de mojar los labios.
De verbo ágil y cristalino, se confiesa “cabreado”. Dice que la gestión política le da más miedo que el propio virus. Debe de ser difícil comprender, desde el epicentro de la ciencia, cómo las banderas y los partidos condicionan hasta el extremo el combate de una enfermedad que mata cada día a cientos de personas.
Usted suele explicar qué es un virus con un Ferrero Rocher. ¿Podría proceder? En Navidades, es un objeto que está muy a mano.
En realidad, lo hago desde hace años, pero ahora he adaptado la explicación al coronavirus. Si cortas un Ferrero por la mitad, puede atisbarse la estructura de un virus. La galleta sería la envoltura; las almendras, las licoprotéinas; el chocolate, la matriz del virus; y la avellana de dentro, la cápside donde se encuentra el genoma. Es un símil divertido, que te permite hablar de virus en una cena con los cuñados. No este año, porque no ha habido grandes reuniones.
A nadie se le escapa la magnitud de la tragedia, pero leyendo su libro podemos respirar hondo. La media de duración de las pandemias y su número de muertos es mucho mayor que la del coronavirus, ¿no? Alguna incluso mermó la población de Europa a la mitad.
Esta no es la peor pandemia, desde luego. Además, nunca habíamos estado tan preparados desde el punto de vista científico. Lo hemos visto con las vacunas. Hemos dispuesto de algunas tecnologías que hace años parecían impensables. En ese sentido, podemos ser optimistas.
Vendrán, entonces, pandemias peores.
Sí. Incluso esta podría haber sido mucho peor. Imaginemos que el coronavirus hubiera alcanzado la misma mortalidad en niños que en ancianos. Hubiese sido una carnicería absoluta. Probablemente, nos lo habríamos tomado más en serio desde el principio. No, el coronavirus no es el peor virus al que nos podemos enfrentar.
En calidad de microbiólogo: ¿qué es lo más importante que nos falta por saber de este virus?
El punto que hay que tocarle para que realmente pueda existir un antiviral que lo bloquee. Por el momento, no existe un tratamiento concreto. Los que se han aprobado no funcionan. Conocemos mejor la enfermedad. Sabemos que no es una neumonía. Tiene que ver con la inflamación y el sistema inmunitario.
Conocemos mejor la enfermedad y hemos activado métodos para paliar su gravedad, pero todavía no existe ningún tratamiento
Ese conocimiento se ha utilizado para optar por métodos que palian la gravedad de la enfermedad, pero no conocemos la diana donde hay que acertar para bloquear el coronavirus.
¿De qué depende encontrar esa diana? ¿Por qué es tan difícil hacerlo?
Los virus son piratas que se multiplican dentro de las células, y no fuera. Justo al contrario que las bacterias, contra las que es más fácil actuar.
Leo una frase de su texto: “Los gobiernos democráticos mienten frecuentemente; los autoritarios, siempre”. A continuación, reitera que no puede descartarse que China ocultara la existencia del virus durante meses.
Dado lo explosivo del virus en China, me cuesta creer que no tuvieran datos antes del 31 de diciembre de 2019, cuando anunciaron unos pocos casos de neumonía atípica de origen desconocido. También es difícil creer que cuadre su número de fallecimientos. Fíjate en Corea del Norte, donde oficialmente no hay casos de coronavirus. Dicho esto: para combatir una pandemia, lo más eficaz es un régimen totalitario.
Es más fácil restringir los movimientos y las aglomeraciones.
Claro. Si te mueves, garrotazo –bromea–.
¿Hasta qué punto debemos alarmarnos por la aparición de la cepa británica?
Antes, una aclaración: no es una cepa, sino una variante genética. El matiz es importante. Tú y tu hermano sois variantes genéticas. Tú y tu primo sois cepas distintas. En este momento, no existen cepas del coronavirus, sino variantes genéticas. El concepto de mutación no nos tiene que asustar.
¿Por qué?
Porque los virus están constantemente mutando. Ya hay miles de mutaciones del coronavirus. Lo que ocurre es que la variante británica parece más contagiosa. Todavía no hay ningún dato para afirmar que sea más virulenta o letal. Otras variantes a lo largo de estos meses no han tenido efectos biológicos. Debemos ocuparnos desde el punto de vista científico, pero no hay que alarmar a la población. Por lo que sabemos en este momento, la variante británica no tendrá efecto en las vacunas ni será más letal.
“Los virus viven mutando”. ¿Es factible una mutación que incremente, además de la velocidad de contagio, la letalidad del coronavirus?
Con los virus nunca se sabe. Todo es variación y selección natural. ¿Podría ocurrir? No se puede descartar. Desde el punto de vista teórico, para un patógeno no es bueno matar rápidamente a su hospedador. Porque acaba su ciclo y deja de transmitirse. De hecho, los patógenos más evolucionados son los que se adaptan al hospedador y, sin causarles lesiones muy fuertes, permanecen en el organismo. Es esperable que, con el tiempo, estas variantes genéticas del coronavirus se vayan adaptando al ser humano.
Como ocurrió con la gripe de 1918.
Efectivamente. Aquella gripe quedó convertida en un virus estacional. Es lo que cabría esperar, pero hay que ser muy prudentes porque la evolución trae sorpresas.
Habla de una posguerra brutal. También dice que el coronavirus va a condicionar nuestras vidas más de lo que lo hizo la caída del Muro de Berlín. Eso es decir mucho.
Sí, pero el 2020 ya es un año que ha pasado a la Historia de la humanidad. Un virus ha logrado bloquear el planeta como no lo había hecho antes ni el Muro ni el atentado de las Torres Gemelas. Ha sido un asunto planetario. El impacto ya es muy fuerte. En ese sentido, me da mucho más miedo la gestión política que el propio virus.
Porque las pandemias siempre pasan.
Claro, todas las pandemias terminan. La cuestión es cuánto de pobres salimos, con cuánta desigualdad. Me preocupa el efecto económico y social. Se habla mucho de volver a la normalidad, pero quizá no tengamos que regresar a esa normalidad. El coronavirus cuestiona nuestro estilo de vida.
Todas las pandemias terminan. La cuestión es cuánto de pobres salimos, con cuánta desigualdad
La anomalía más frecuente y cotidiana es el uso de la mascarilla, que se ha convertido en el termómetro más visible de la llamada “normalidad”. Teniendo en cuenta los precedentes pandémicos, ¿hasta cuándo calcula que la llevaremos?
2021 seguirá siendo un año de mascarilla. A partir de ahí, veremos. Cuando la pandemia vaya remitiendo, nos olvidaremos de ella, pero quizá sí quede esa cultura, que ya está en los países asiáticos, de usar la mascarilla en invierno, en temporada de gripe… Aquí, cuando veíamos a un asiático con mascarilla pensábamos…
“Menudo zumbado”.
Sí, pero es que igual no lo estaban tanto. Ellos han sufrido muchas más pandemias, padecieron la del SARS. Tienen esa cultura de protegerse. Ahora, en ambos hemisferios, se está reduciendo muchísimo el contagio de la gripe y otros virus respiratorios. Se asume que es por la mascarilla, la higiene y las distancias.
Con la gripe mueren miles de personas todos los años. Igual no hay que ir a trabajar con décimas, igual hay que ponerse la mascarilla para ir a visitar a un anciano… Todo esto nos está educando sanitariamente.
No es muy optimista con la vacuna que ya se está inyectando en España. Tiene la impresión de que las vacunas verdaderamente efectivas llegarán más tarde. ¿Por qué?
Bueno, matizo: tengo confianza en estas primeras vacunas que han salido. Es verdad que no esperaba una eficacia tan alta. Un 95% es muchísimo. Sorprendente. Por eso fue tan impactante la noticia. Hay que ver la efectividad real, que no es lo mismo que la eficacia en los ensayos. No por ser las primeras van a ser las mejores.
Hay que seguir investigando.
Sí, porque uno podría pensar: “Si ya tenemos dos vacunas, ¿para qué vamos a investigar más?”. Debemos hacerlo, ya que desconocemos cómo se van a comportar estas primeras vacunas en determinados colectivos. Necesitamos plan b, c y d. Tampoco sabemos cómo va a evolucionar el virus.
El 30 de enero, la OMS declaró la emergencia sanitaria internacional. El 31 de ese mismo mes, España acogió su primer caso de coronavirus. Pero “pensábamos que no había motivos para la alarma”. Usted se incluye y sabe la tira de esto, ¿qué pasó?
Soy muy poco crítico con esa ignorancia durante la primera ola. Siempre hay gente muy lista, pero la inmensa mayoría esperábamos una pandemia de gripe, no de coronavirus. Los coronavirus anteriores se habían detenido: el SARS y el MERS. No habían alcanzado un nivel pandémico. Después, al contemplar las medidas de China, que eran tan draconianas, pensamos que el virus no llegaría a Europa.
Por eso se le conocía comúnmente como “virus chino”.
Sí. Decíamos: “El confinamiento encerrará el virus allí y será un problema asiático”. El veintitantos de febrero, cuando uno miraba los datos, veía que el 98% de los casos estaba en China. Yo mismo, cuando se suspendió el Mobile, dije: “Esto es una exageración”. Empecé a preocuparme con el foco de Italia. Le presté atención.
Usted, en concreto, vio las orejas al lobo el 6 de marzo. ¿Qué pasó?
En el Channel Four de la cadena británica, un reputado epidemiólogo dijo: “Estamos ante un virus pandémico, esto es muy serio”. Me encendió las alarmas. Vi que se había escapado de las manos.
El 1 de marzo publicó un artículo titulado “Diez buenas noticias sobre el coronavirus”. Fue traducido a tropecientos idiomas. Tuvo millones y millones de lectores. Creo que, a posteriori, le criticaron mucho.
Esas diez buenas noticias sobre el coronavirus, realmente, se podrían volver a escribir ahora. En ese momento, había muchísima alarma social. Simplemente, me dije: “Vamos a intentar poner en un papel la botella medio llena”.
Sabíamos qué era el virus, teníamos el genoma, los test de diagnóstico; en China la curva descendía, había centenares de artículos científicos, se estaban ensayando tratamientos y se investigaban las vacunas… Ese artículo venía a decir que la ciencia y la cooperación es lo que nos va a sacar de esto. Estamos, como se ha visto, en el mejor momento para combatir esta pandemia.
Empecemos por lo más general: ¿por qué España ha sido uno de los países del mundo más golpeados por el coronavirus?
En el principio fue así. Pero, al final, nadie tiene la culpa de una pandemia. Son muy difíciles de controlar. Por eso son pandemias. Aunque España haya sufrido mucho; en este momento Alemania, Francia e Inglaterra están muy tocadas. Esto es mucho más complejo de lo que pensábamos. Muy pocos países pueden sacar pecho. Quizá Nueva Zelanda, Uruguay, Grecia, Portugal, los países nórdicos, Taiwán, Corea del Sur…
Muy pocos países pueden sacar pecho de su gestión de la pandemia. Quizá Nueva Zelanda, Uruguay, Portugal, Taiwán...
Volviendo a la pregunta: es un problema multifactorial. Se debe a la descoordinación política, la estructura de la sociedad y la cultura. Somos uno de los países que más bares tiene. Eso, por ejemplo, es fundamental.
Usted también es profesor: ¿qué nota le pone a la gestión del Gobierno? Además, está en época de corregir. Me dicen que sus alumnos acaban de hacer los exámenes.
Algunos alumnos me dicen: “He hecho todo lo que he podido”. Muy bien, pero el resultado es un suspenso. Agradezco su sinceridad y les apoyo, pero han suspendido. Eso es lo que ha pasado. El Gobierno ha suspendido el examen. Se habla mucho de la responsabilidad del ciudadano. Muy bien, vale. Pero, ¿y la responsabilidad de los gestores? No he visto autocrítica. Nadie ha dicho: “Lo siento, me he equivocado”.
Llaman continuamente a la responsabilidad del ciudadano, que hay que hacerlo, pero…
Se tiende a culpar al ciudadano. La crispación política que ha habido ha sido bestial. La ciudadanía debe reprochárselo a sus políticos. Por eso a veces digo: me da más miedo la gestión política que el virus. Las vacunas no son un éxito del Gobierno. Las han comprado en Europa, la tecnología también es extranjera. Y de empresas privadas, tanto que hablan de lo público.
¿Se sonrojó cuando las vio envueltas en el logo del Gobierno de España?
Bueno, este es un gobierno muy de marketing. Parece que la gestión se ha trasladado a las autonomías, es un sálvese quien pueda, pero el logro de la vacuna me lo apunto. Estamos en un país descentralizado, pero eso no obliga la descoordinación. Ha habido 17 navidades distintas. No veo razones epidemiológicas que lo justifiquen. No hay. El virus no entiende de fronteras. Nos ha faltado unidad de criterio. ¿Ha visto el chiste?
¿Cuál?
Examen de Historia en la Selectividad de dentro de varios años: “Explique las restricciones navideñas de 2020 por autonomías”. Y los alumnos responden: “¡Joder! ¡Han ido a pillar!”. Esto es un caos absoluto. Se ha politizado la pandemia.
Se han visto las costuras del Estado de las Autonomías. Hemos vivido meses de “mando único” y de “mando autonómico”. ¿Cuál de los dos es más eficaz para combatir el virus?
El problema no es el Estado Autonómico, porque, como decía antes, eso no obliga la descoordinación. El problema es que no ha habido visión de Estado, algo fundamental en una pandemia. No es un problema autonómico ni regional. Hemos visto cómo el virus alcanzaba todas las Comunidades. Cada uno ha ido a su banderita, a su partido.
No ha habido líderes. Los ciudadanos deberíamos exigir un gran pacto de Estado al menos en dos temas: sanidad y economía. Algunos han utilizado la pandemia para seguir con su revolución, otros para captar votantes. Por ejemplo, lo del ministro me parece…
He revisado su cuenta de Twitter. Deduzco que está muy cabreado con el desplazamiento de Salvador Illa a Cataluña. ¿Es prudente cambiar de ministro de Sanidad en plena pandemia?
A lo que iba: estamos en medio de una pandemia. Es verdad que hay una esperanza con las vacunas, pero 2021 va a ser duro. Cambiar el timón es como huir. No lo veo. Durante todo este tiempo, ¿las medidas que se toman son por el bien de los ciudadanos o debido a unas elecciones?
Si en una situación como esta han sido incapaces de ponerse de acuerdo... Es de una bajeza y de una inutilidad absoluta
Si en una situación como esta han sido incapaces de ponerse de acuerdo… Es de una bajeza y de una inutilidad absoluta. Me cabrea mucho que llamen a la responsabilidad de los ciudadanos. Y ustedes, ¿qué? A algunos políticos la pandemia les ha importado un bledo.
Usted es microbiólogo; Salvador Illa, filósofo. ¿Hasta qué punto eso ha podido ser determinante en la gestión?
No lo veo incompatible. En realidad, un ministro debe gestionar muy bien los equipos. Si tú tienes un equipo de fontaneros, el mejor fontanero no es el jefe. Es distinto. Ahí no veo un problema. Lo importante es saber rodearse de los mejores, independientemente de su ideología. Y ha habido mucha ideología.
Fernando Simón pertenece a su gremio. Ha dado muchos bandazos. El 8 de marzo restó importancia a las aglomeraciones. ¿Está amortizado?
Me parece muy buena persona y un gran profesional. Ha hecho lo que ha podido, pero creo que no ha sabido mantener esa independencia que requería su cargo. Ha acabado siendo un portavoz del Gobierno y eso es un problema. El que me parece fascinante es Fauci, el epidemiólogo americano, que se ha mantenido con seis o siete gobiernos en Estados Unidos. El asesoramiento científico tiene que ser público e independiente. El experto aconseja al político, pero quien asume la responsabilidad y decide es el político.
El Gobierno ha convertido a Simón en una especie de icono pop. Se ha orquestado su participación en programas de televisión que nada tenían que ver con su labor. ¿Acierto o error?
No lo sé, eso no lo he seguido mucho. En general, ha habido marketing alrededor de la pandemia por parte del Gobierno.
En su libro, menciona que el descubrimiento de la eficacia de las mascarillas data de hace cien años. ¿Cómo es posible que su uso no fuera obligatorio desde el principio?
En el caso de Fernando Simón, cuando lo desaconsejó, en ese momento no estaba recomendado siquiera por la OMS. No es un problema solo de Simón. Los primeros documentos americanos también lo ponían en duda. No se hablaba de la transmisión por aerosoles. Ese fue uno de los grandes errores. A la sociedad se le debió decir las cosas de verdad: “La mascarilla es necesaria, pero no hay para todos”. Quizá un sociólogo rebata: “Eso va a crear alarma social”. Pero el experto debe aconsejar así al político.
El Gobierno siempre justificó sus decisiones así: “Lo aconseja el Comité de Expertos”. Luego se dijo que ese Comité no había existido. Después, Transparencia obligó a revelar su composición. ¿Esto es normal en comparación con otros países europeos?
No sé, no tengo tantos datos de otros países. Pero insisto en la transparencia. Ese asesoramiento científico no puede ser un “lo que digan los expertos”. El político debe responsabilizarse de sus decisiones, pero lo que digan los expertos debe ser transparente y público. No lo ha sido.
¿Recomendaría, llegado el momento, una auditoría independiente de la gestión?
Eso ya lo ha recomendado muchísima gente, pero el problema es: todo está tan politizado que… ¿Cómo lograr una auditoría realmente independiente? Correría el riesgo de convertirse en un paripé político. Pero claro que sería lo ideal.
Sánchez e Iglesias parecen haber descartado ahondar en la colaboración público-privada. ¿Qué opina?
El dilema público o privado me parece casposo y del siglo XIX, hay que poner todo el músculo en acción. Es verdad que debe reforzarse el sistema público y que esta pandemia ha puesto sus debilidades de manifiesto, pero eso no significa que uno no deba apoyarse en la iniciativa privada.
Ningún gobierno, excepto el ruso y el chino, hubiese sacado adelante la vacuna sin la colaboración público-privada
Me hace gracia. Ningún gobierno, excepto el ruso y el chino, hubiese sacado adelante la vacuna sin esa colaboración. Pensar que sólo con lo público se puede salir adelante es de una ingenuidad absoluta.
Vivimos una batalla muy cruenta entre Pedro Sánchez e Isabel Díaz Ayuso. Hemos hablado de las actuaciones del primero, ¿qué le han parecido las de la segunda?
Hay una foto que lo resume todo, la de las banderitas. Quedará en la historia como la cosa más ridícula de nuestra pandemia, protagonizada por el Gobierno de España y el de la Comunidad de Madrid. Una reunión llena de banderitas, una colaboración que quedó dinamitada en cuarenta y ocho horas. ¿De quién es la culpa? No tengo ni puñetera idea, pero fue ridículo.
Su libro se titula “Preparados para la próxima pandemia”. ¡Y todavía no hemos salido de esta! ¿Llegará pronto?
No sabemos cuándo ni dónde, pero sí podemos comparar con los últimos ochenta años. En la etapa más reciente, aparecieron el sida, la gripe aviar, los brotes de ébola, el SARS, el MERS… Hay una aceleración en el flujo de patógenos que provienen del mundo animal. Cabe estimar que lo mismo que ha ocurrido con el coronavirus puede suceder dentro de cinco, diez, veinte o treinta años.
¿Debemos acostumbrarnos a convivir con realidades como la actual?
¡Y prepararnos! Debemos darnos cuenta de que vivimos en un mundo globalizado. El 75% de estos patógenos es de origen animal. Debemos fijarnos más en los animales. He echado de menos a los veterinarios en la gestión de la pandemia. La otra pata es la medioambiental. El cambio climático favorece el flujo de patógenos entre animales y seres humanos. Volver a la vieja normalidad no es lo más adecuado.