Jordi y Marta
Hace tiempo que los Pujol no dan la cara ni queriendo. Antes de empezar la pandemia, la pareja se dejaba ver, ya fuera a comprar el pan o el Avui. Sin embargo, la arremetida del coronavirus los encerró en Queralbs (Girona) y aprovecharon para quitarse de en medio.
Los venerables yayos (él 90 y ella 85) han pasado una mala racha. Sobre todo Marta Ferrusola, que en verano sufrió un accidente que la mantuvo tres meses en cama. Aquejada de traumatismos múltiples, la señora Pujol no veía el momento de ponerse bien. Ahora, los Pujol están de vuelta en su casa de General Mitre, donde siguen aislados. Y es que hace unos días, dieron positivos en Covid-19. Los males nunca vienen solos. Pujol y Ferrusola son asintomáticos, y no salen a la calle ni reciben visitas. Hay que evitar contagios. En el caso de los Pujol, se les recomienda extremar el cuidado con los nietos. A ellos, ni olerlos.
No todos los pujolines son pipiolos. Precisamente dos de las nietas ocupan un papel importante en la gestión del patrimonio familiar. Una de ellas, Nuria Pujol Gironés, hija del primogénito, Jordi Pujol Ferrusola, participó en el desvío de capitales. Otra nieta, Laura, hija de Josep Pujol Ferrusola, es administradora única de una de las sociedades del entramado para el cobro de comisiones. La tercera nieta no les va a la zaga. Se trata de Merçé Pujol, hija mayor del primogénito y casada con Ignacio García de Quevedo (qué duro apellido para un indepe), hijo del presidente del Grupo México, una de las fortunas más importantes del país.
Mientras el dinero fluye, la pareja sigue en Barcelona con la Covid puesta. Los Pujol se han aislado para evitar cocerse en su propio virus.
Iker y Sara
De pronto hay noticias que nos dejan temblando. Gente que rompe sin esperarlo, como podría ser el caso de Sara Carbonero e Iker Casillas. No digo que lo sea, pero ahí está el rumor.
Desde el Mundial de Sudáfrica hasta hoy ha ocurrido de todo, especialmente infortunios. Primero fueron los problemas del futbolista con el club, luego su fichaje por el Oporto y el parón profesional de Sara, que abandonó la sección deportiva de Telecinco para dedicarse a la familia.
Cuando estaba en plena faena maternal vinieron los problemas de salud. El infarto de Iker y el tumor de Sara. Quién lo iba a decir, tan jóvenes y tan estupendos. La última vez que vimos a Iker fue el 28 de diciembre en televisión. Le gastaron una inocentada y él correspondió risueño y feliz, ajeno a todo. Días después, Sara era perseguida por un paparazzi mientras conducía camino de La Finca.
Las relaciones de la pareja han evolucionado de forma desigual, quizás por influencia de la familia del futbolista. Se trata de problemas habituales entre los deportistas de élite. Los chicos, cuando empiezan, son tutelados por los padres, que dirigen sus vidas y controlan sus finanzas. Luego llegan las novias y los padres dan un paso atrás, qué remedio. Entonces empiezan las tensiones.
Me recuerdan a Arantxa Sánchez Vicario y el novio que le salió rana. No sé si Iker y Sara finalmente tomarán caminos distintos, pero valdría la pena que ajustaran sus respectivos tiempos vitales para emprender un futuro en común. Merecen ser un modelo a seguir.
Bertín y Fabiola
Bertín no solo es Bertín, sino Bertín y Fabiola, otra pareja que se separa sin haber hecho apenas méritos para ello. Se separan y sonríen. Él es simpático, ella también. Él tiene el sex appeal a flor de piel, ella es apetecible como el dulce de leche. No es por nada, pero viéndolos hacer declaraciones a la prensa no parece que se vayan a separar, sino a casar de nuevo.
A la pareja les ha unido muchas cosas. La más importante fue el nacimiento de Kike, que vino al mundo con una lesión cerebral y les dio fuerza para quererse más. Fabiola y Bertín crearon una fundación que ha unido a muchas familias con problemas similares. Toneladas de “likes” en los buzones de la pareja. Amén.
Yo no he visto a nadie que se divorcie con la cara de felicidad que ponen Bertín y Fabiola. Claro que tampoco he visto a nadie que afronte los problemas con más moral y mejor humor que ellos.
Fabiola es risueña y luchadora. De ella me quedo con su papel en la fundación dedicada a los niños difíciles, inspirada en su hijo, Kike. Y de Bertín me quedo con sus rancheras, su simpatía, y sus programas con los críos. Dicen que es de Vox, pero no le pega. También dicen que le gustan las mujeres y eso sí le pega. Monta a caballo. No necesita guion para entrevistar. Y ejerce de amo del corrijo en el que vive.
Donald y Melania
En 2016, cuando hizo la campaña de las presidenciales con su marido, Melania tenía un rictus de temor en el rostro y temblaba como una hoja ante los gruñidos del marido, que la ponían en evidencia. A ella no le gustaba hablar en público.
Gustar, lo que se dice gustar, a Melania solo le gustaba cambiar de vestido. Donald Trump presumía de mujer elegante y estaba acostumbrado a invertir grandes cantidades en ella. Donald se prodigaba en obsequios carísimos, pero exigía empatía con sus seguidores. Qué menos que esa contraprestación: algún detalle, algunas palabras amables de la primera dama.
Al principio, Melania era muy tímida, pero hizo esfuerzos por superarse, y el público se lo agradeció.
Su mayor error lo comedió al final, en la televisada vuelta de la pareja a su mansión de Palm Beach. Llegaron en su pájaro de acero, sin hablarse. Donald iba delante.
Melania, detrás. Al pisar el suelo, la ex primera dama se dirigió a su coche ignorando a su marido, al que ni siquiera dedicó una mirada. Como un portazo sin ruido y sin puerta.
Fue el gesto más comentado del día. Una excolaboradora de Melania hizo un par de observaciones sobre el comportamiento de Lady Trump. “Ya todo le da igual”, comentó. Melania estaba contando los segundos que faltaban hasta la hora de pedir el divorcio. Quedaba en la atmósfera el vuelo envolvente de la túnica Gucci, el moño desmadejado y las gafas de sol. Como viuda en los funerales.
Lo dicho: una mina inagotable para los expertos en comunicación no verbal.