Mario Vargas Llosa
El otro día tuve la suerte de oír a Vargas Llosa hablando de literatura. Más que suerte, lujo. Fue en la Casa de la Cultura de Majadahonda, con motivo de la concesión del premio Francisco Umbral al mejor libro del año: Tiempos Recios, lo último del Nobel. Tiene gracia: escribes una novela, ganas un premio y, en vez de un párrafo de gracias, das una lección magistral.
Presentó el acto Manu Llorente y lo bendijo Juan Cruz. Mario hizo el resto. Habló de Flaubert, Borges, Faulkner, Tolstoi y Javier Cercas. De Anatomía de un instante, el libro de Cercas, dijo que era vibrante, adictivo y necesario. Con Flaubert se despachó a gusto. Madame Bovary le impresionó. En realidad no utilizó el verbo impresionar sino deslumbrar. El escritor habla con frecuencia del deslumbramiento, consciente del efecto cegador que algunas obras literarias han ejercido sobre él. Con Flaubert descubrió el tipo de escritor que quería ser porque “perseguía la perfección”. Para probar la musicalidad de las frases repetía las palabras en voz alta una y otra vez. Y si sonaban bien, las hacía suyas.
El Nobel reconoce la influencia de Flaubert en su escritura, si bien precisa que en sus principios no fue un gran escritor. “Aunque eso no siempre es un inconveniente”. “Si no tienes gran talento, puedes creártelo”, dice.
Supimos que de joven Vargas Llosa simultaneó ocho trabajos, entre ellos el de escritor, que resultó ser el definitivo, pero no el primero. Otro consistió en identificar tumbas con el nombre medio borrado en el cementerio colonial de Lima. Le pagaban a tanto por muerto.
La charla termina. Me viene a la mente la frase de Eugenio D'Ors según la cual, en Madrid, a las ocho de la tarde, o das una conferencia o te la dan. En este caso ha sido una charla para escuchar “en estado de deslumbramiento”. El público no ha movido un pelo, los móviles no han sonado y Vargas Llosa ha reconocido que gracias a la pandemia, lee y escribe intensamente. Si fuera por él aguantaría hasta las doce de la noche hablando de literatura. Es una gozada. O un goce, que diría él.
Miquel Iceta
Desde el miércoles de esta última semana, Miquel Iceta es ministro de Política Territorial y de la Función Pública. Antes, cuando Rajoy, por ejemplo, se le llamaba Ministerio de Administraciones Públicas, o de los funcionarios; en cambio, ahora Sánchez lo dedica a la “cogobernanza”. Suena un poco a baile, y quizás por eso se lo ofreció a Iceta, que en su día barrió en las redes sociales con desenvueltos pasos de adolescente TikTok.
Iceta es un clásico del PSC. Mas de cuarenta años de socialista de toda la vida aguantando la hostilidad permanente de los indepes. Se llama Miquel de primer nombre, y de segundo Octavi, que es un nombre catalán de pura cepa, como Patrici, Terenci o Florenci. Un precursor. No en vano presume de Iceta profeta porque salió del armario antes de que existiera el armario, y hace diez años que vive con su pareja en el Gayxample de Barcelona. Así está dicho todo.
Tomó posesión de su cargo de ministro arropado por un grupo de coleguis, y como miembro de honor, su tieta María Rosa, que es el último miembro vivo de su familia. Iceta comentó: “La tía María Rosa vive en Madrid. Ni loca se habría perdido esto”
Es culto, educado, fiestero, habla idiomas, escribe haikus y se arranca por Rocío Jurado. Tiene un novio guaperas y una hermana llamada Nuria. En su día defendió a muerte el matrimonio homosexual, aunque no se casó con ninguno de las dos parejas que han pasado por su vida.
Quiso ser librero, pero le ganó la política. Ahora será el jefe de los delegados del Gobierno de las distintas Comunidades Autónomas. Que le vaya bonito.
Lorenzo Caprile
Los amigos le llaman Loren, pero él se autoproclama cose-cose, para quitarse importancia y bombo. Sin embargo, le llamen como le llamen, es el modista más importante de Madrid, el costurero por el que suspiran todas las novias de España, el hippy/bohemio por excelencia del barrio de Salamanca.
Siempre creí que los modistas (o los diseñadores), hacían virguerías con los bocetos pero no sabían coser un puto ojal. Mentira. Lorenzo Caprile lleva in pectore la doble personalidad de los grandes artistas y lo mismo convierte a Igartiburu en Venus de Botticelli que a la Virgen de Regla en Scarlett Johansson.
Caprile es figurinista de la compañía Nacional de Teatro, y sabe tanto de Historia como de vainicas. Además de culto, simpático, chisgarabís, y hombre de paladar fino, vive en un hotel y es el ilustre maestro que lleva la batuta en el programa/concurso Maestros de la costura, donde ejerce su autoridad junto a María Escoté y Alejandro Palomo (Palomo Spain para el mundo). Durante tres meses, presentado por Raquel Sánchez Silva, hombres y mujeres aprenden a coser y a cantar, a enfadarse y a sufrir para convertirse el día de mañana en gente de provecho.
Caprile, que lo mismo presume de doble nacionalidad que de doble personalidad, se formó en el Fashion Institute of Technology de Nueva York y luego en el Instituto Internacional de la Moda de Florencia, en cuya Universidad estudió además Lengua y Literatura española.
Viste con cierto desaliño indumentario, como Machado, arrastrando siempre una bandolera cargada de libros. Y eso le deja el cuerpo escorado, como un barco enamorado de las olas.
Isabel Pantoja
En este país siempre se han contado las folklóricas por arrobas. Desde Juana Reina a Paquita Rico, Lola Flores. Estrellita Castro y de ahí para arriba. Por supuesto, también Isabel Pantoja, que es la que nos ocupa. Fue la primera tonadillera que conocí. Me citó en Cantora, un cortijo que está donde da vuelta el aire. Como no me invitó a entrar me senté en una piedra y esperé.
He oído contar tantas barbaridades de los Pantoja que me puse en lo peor. Kiko Rivera, hermano de Fran y Cayetano Rivera por parte de padre, contaba hace unos días que Cantora es una especie de cuartel general donde se da asilo a todo el mundo, especialmente a los que llevan Pantoja en su ristra de apellidos, así como al club de fans de la cantante. Isabel pasa largas horas en su habitación dedicada a la indolencia.
Según KiKo, una de sus actividades preferidas, aparte de dormitar, era dar órdenes. Tal es su afán que en cuanto aparece por el horizonte un pequeño ejército de fans, les pone deberes. O sea, los pone a fregotear, a pintar la casa, a ir al supermercado o a sacar la basura. También el hermano Agustín, alias tito Agustín manifiesta parecidas debilidades. El propio Kiko cuenta que en cierta ocasión apareció por Cantora un colega suyo y tito Agustín soltó nada más verlo: “Tráeme un vaso de agua”. Kiko, ruborizado, le espetó al pariente: “Un respeto, tito, que es mi amigo”.
Este es solamente el lado pintoresco de Cantora. Atrás queda el lado sórdido, las deudas, los negocios, las cajas de caudales y la eterna mano larga de la folklórica. Como el culebrón se ha judicializado, o está a punto de judicializarse, mejor me abstengo hasta la próxima, por si acaso.