Tengo que dar la razón al feminismo de tercera ola o de cuarta o de la que sea que estemos, que yo ya ni lo sé. Es de justicia reconocer que una se equivoca si se da cuenta de ello. Lo contrario no sería honesto. Amigas, amigos, familiares, conocidos, desconocidos, señores de Murcia, integrantes de orquestas y comisiones de fiestas populares, guapas de lejos, ciudadanía en general…
Estamos muy lejos de la igualdad real. Esto es así y así lo cuento.
Verán, escribió hace unas semanas el escritor Juan Abreu un artículo sobre Melania Trump loando su belleza. Nada más leerlo me pareció divertido, maravilloso y libre, pero también carne de jauría tuitera. No me equivocaba. Faltó tiempo para que las tropas de "lo que está bien" se lanzaran a degüello.
Hace dos días publicó una oda a Isabel Díaz Ayuso y me alegró enormemente su impermeabilidad al grito histérico del ofendido constante, su tenacidad en el ejercicio de la libertad de expresión frente al activismo buenista y facilón del click comprometido.
También hace unos días escribí yo en redes (no lo hice aquí porque soy pudorosa) que me había enamorado locamente de un ex de Chenoa viendo una serie de narcos, donde a José Coronado le daba un alzheimerazo y eso era todo de lo que había sido capaz de enterarme porque no podía dejar de mirar al mozo esperando que se quitara la camiseta.
Dije cosas que le cosificaban, lo reconozco. Cosas horribles, desconsideradas y febriles, como que me daba igual si era listo o no porque tampoco es que quisiera yo mucha conversación. Qué bochorno. Que le ponía una mercería o un ministerio y le hacía emperador de Lavapiés, asesor de vicepresidencia y hasta director de periódico online.
Vamos, que mi prosa era mucho menos lírica que la de Abreu, dónde va a parar, porque no podría ni queriendo y porque yo amo groseramente, sin influencias de los clásicos, a cara perro. No comparé su desnudo con el Partenón ni con jarrones chinos. Si acaso, hablé de acero pa'los barcos y gloriosas proporciones.
Pero a mí no se me echó encima ninguna asociación de nuevas masculinidades (ni antiguas) a decirme que estaba sexualizando al muchacho (discúlpame por no saber tu nombre, objetodemideseo, yo es que me enamoro así, a puerta gayola, sin reparar en detalles y a lo mero macho).
Nadie me dijo que era inaceptable que en la misma frase apareciesen las palabras pectorales, miel y lengua (me sonrojo mientras lo cuento). Al revés: las mujeres se unieron a la conversación en alborozo corporativo; los hombres reconocían su belleza y apostura (unos) o señalaban que tampoco era para tanto (los menos), y así seguimos, para solaz y entretenimiento, cosificándole un rato.
Es más, en menos de quince minutos tenía en mi correo su contacto por tres vías de información diferentes. Que menos mal que tengo conocimiento, decoro y que odio hablar por teléfono, o ese pobre muchacho empieza febrero recibiendo una llamada demencial del tipo "hola, no me conoces de nada, pero te quiero", y yo prestando declaración en el cuartelillo.
Hasta una oferta de presentármelo de manera casual (un falso robado posado) recibí y decliné amablemente. Que lo que yo manifestaba, señores, era un amor platónico y efímero y no un deseo formulado a los Reyes Magos.
Hoy ya estoy amando al prota de una de detectives sueca y ayer quería sin conocimiento a Rodrigo Cortés. Tanta literalidad ya, tanta magia de internet. ¿Se imaginan a Abreu recibiendo por privado el teléfono de Ayuso, contestando a un "te la presento, tío", escribiendo tranquilamente de lo que le salga del rasca?
Es cierto que no hay igualdad real y hay que decirlo. Yo puedo cosificar a los hombres y publicar esta columna, porque soy mujer, y a un hombre le llueven los reproches incendiarios de aquellos a los que les parece inaceptable decir un piropo, pero absolutamente justificado y legítimo afrentar a quien lo haga.
“Bonitos ojos tienes”, no. “Machista de mierda, ojalá te mueras” sí. “Ayuso, su boca es un goloso remanso”, comentario ofensivo. “Ayuso eres tonta, inferior”, aceptable observación. “Abreu, machista cipotudo”, “Argudo, estamos contigo”. Y así las cosas.