Honestamente, nunca creímos que fuéramos a conseguir esta entrevista. Llegar a La Habana, visitar a Silvio Rodríguez (San Antonio de los Baños, 1946), verle sentado en su estudio de grabación, preguntarle por sus padres, averiguar sus primeros amores, viajar con él a su pueblo, desmigar su vocación, transitar el desierto que separa el comunismo del capitalismo, intentar arrimarle a las contradicciones de la Revolución. Todo era un ojalá. Dábamos vueltas en un coche que nunca llegaba.
La "luz cegadora" era de veras así, proyectada por un sol dictador, y nos obligaba a cerrar los ojos a bordo de un taxi amarillo cuya marca no existe en España. Por eso, hasta que no tomamos asiento y dimos un trago a la botella de agua, pensamos que Silvio sólo existía a través de los auriculares, como ese trovador que viene escribiendo la biografía sentimental de miles de españoles desde hace medio siglo.
–Disculpen, ¿podrían repetirme la dirección? –insistía el conductor.
–Es la calle tal con la calle cual, a la altura de paracual –por el bien de los cubanos, si cae la Revolución, esperemos que no cambien los nombres de las avenidas, porque debió de costar más de un siglo aprenderlas.
–Pero, ¿qué buscan ustedes?
–Unos estudios de grabación. Los Estudios Ojalá.
Cuando escucha ojalá, ya sabe que buscamos a Silvio. Pregunta a una vecina, que indica con la mano una casa blanca, sombreada por una pequeña valla verde, a unos metros de donde estamos.
"Ojalá" está escrito con una letra curva y corrida, como si fuera árabe. En la puerta, una especie de mosaico azul y marrón. Dos casitas blancas. Por el tejado, los cables de la electricidad. En la parte inferior de la pared, una banda azul mar. Suele decir Silvio –en La Habana nadie habla de Rodríguez– que el isleño vive, en cierto modo, obsesionado con saber qué hay al otro lado del mar.
Él tuvo la oportunidad de marcharse, pero se quedó. Fue en 1969 –tenía 23 años– y había atracado en Canarias con el barco pesquero donde se enroló tras haber sido despedido de la televisión por el régimen. Había hablado bien de los Beatles... y aquello era intolerable.
Intolerable y paradójico. Porque Silvio era revolucionario. Cantaba a Fidel Castro y a los guerrilleros de Sierra Maestra. Silvio regresó a La Habana. Escribió más de sesenta canciones en aquel barco. Y ahora está sentado en un sillón, esperando pacientemente, envuelto en un polo gris de cuello Mao –no hay indirecta en esto, quienes saben de moda lo llaman así–. Todavía "mitad trovador, mitad soldado", seis décadas después. Fiel a Fidel, al Che, a Camilo Cienfuegos y a los susurros de aquella Radio Rebelde que escuchaba a escondidas cuando niño.
Nos sentamos. Esto no iba a ser una entrevista, ni siquiera lo supimos estando ya alrededor de la mesa. Habíamos venido a recoger una sorpresa para una madre. Pero la cosa se puso muy interesante cuando Silvio nos preguntó qué nos había parecido Cuba. Le hablamos de los edificios derruidos, de las colas del hambre, de la alegría de su gente a pesar de los pesares.
Él coincidió en diagnosticar "graves problemas económicos", pero los atribuyó en gran parte al "bloqueo de los Estados Unidos". En una crítica desde dentro, habló de quitarle a la Revolución su R y dejarla en evolución. Esbozó, o eso nos pareció, la necesidad de cierta apertura. Pero una apertura medida, controlada.
–¿Qué le parecería si hiciéramos una entrevista?
No había tiempo, así que completamos la conversación por escrito. Eso tiene una gran ventaja: pensar bien las preguntas. Pero también entraña una fuerte desventaja: extraviar la posibilidad de la repregunta, de la discusión.
Cuba, en realidad como siempre, atraviesa un momento histórico. Silvio acaba de escribir en su blog: "Me preocupa que la revolución, o lo que usa su nombre, acabe siendo contrarrevolucionaria y que lo que se le enfrente parezca o acabe siendo revolucionario". Y eso, viniendo de él, es mucho decir. Se lo hemos escuchado en la calle a una profesora universitaria, que lo ha recitado de memoria.
Ahí va Silvio. En todos los segundos, en todas las visiones. La familia, la propiedad privada y el amor. De eso va esto.
Usted me ha recibido porque le conté que mi madre, guitarrista, nos ponía de niños sus canciones. Desde entonces, Silvio Rodríguez ha formado parte de mi biografía sentimental, igual que la de miles de españoles. Hábleme de su madre.
Cierto que le recibí por lo que me contó de su mamá, a quien, antes de continuar, envío un saludo afectuoso y agradecido. Mi madre, Argelia Domínguez León, es hija de una familia de trabajadores del tabaco. Las mujeres eran despalilladoras y los hombres torcedores.
Fueron once hermanos que, tan pronto podían empezar a trabajar, lo hacían para ayudar a la familia. A ella le gustaba mucho la escuela, pero tuvo que dejarla en segundo grado. Era una persona de muy buen humor. Amaba la música, la poesía, la canción trovadoresca.
Le cantaba mucho.
Sí. A los quince años tuvo un dúo con su hermana Orquídea. Con el tiempo se hizo peluquera para sobrevivir, y muchas veces le tocó la responsabilidad de mantenernos. Pero nunca dejaba de cantar, pasara lo que pasase. Murió el año pasado, cuando iba a cumplir 96.
Lo siento de veras. Si su madre le acercó a la música, su padre le empujó a la literatura. ¿Cómo fueron esas primeras lecturas? Imagino que no concibe un camino sin el otro. Son sendas que se cruzan.
Mi padre, Dagoberto Rodríguez Ortega, tuvo que doblarse sobre un surco a los seis años, pero de mayor fue un lector infatigable. Siempre, después del almuerzo, se acostaba a leer al menos una hora.
¿Qué era lo que más le gustaba?
Especialmente la poesía y el teatro. Por él conocí a José Martí, a Juan de Dios Peza, a Rubén Darío, a Nicolás Guillén, a Rabindranath Tagore... Mi padre era un autodidacta total; aun así escribía sainetes ocasionales.
Durante la segunda guerra, junto a su hermano Ángel y otros jóvenes, pulió diamantes para la industria bélica en la base aérea de mi pueblo. Después se dedicó a la construcción de muebles y se hizo ebanista. Un oficio que le gustaba mucho porque, según él, "tenía de arte".
¿Cómo era su pueblo, San Antonio de los Baños, en los años cincuenta? 26 kilómetros de La Habana, entonces y todavía hoy, más que una distancia es un mundo.
San Antonio era un pueblo alegre, con más conciencia obrera que agraria, gracias a las tabaquerías, donde existía el oficio de Lector, que era un empleado que empezaba el día leyendo el periódico mientras los trabajadores realizaban su faena, y luego continuaba con los clásicos de la literatura.
La fábrica de levadura más grande de Cuba, la Fleishmann, estaba en San Antonio. Las mujeres tenían los despalillos y la Fábrica de Camisas. Mi pueblo tiene en su haber un récord nacional de revistas y publicaciones, sobre todo humorísticas.
¿Había música?
El pueblo tenía dos cines, varias Sociedades y había bailes todos los fines de semana, con las orquestas más populares del momento. Era un pueblo próspero, lleno de actividad, y para colmo atravesado por un río que, después de cruzar densos bosques, escondía una misteriosa cueva.
El analfabetismo, antes de la Revolución, era muy amplio. A usted, ¿cómo le enseñaron a leer y escribir?
El analfabetismo en Cuba, antes de la Revolución, era de aproximadamente un 30% de la población, sobre todo de las zonas rurales. Mis primeras nociones de lectura y escritura las recibí en mi casa, de mis padres, y luego terminé de aprender en la Escuela Pública nº5 de mi pueblo, donde cursé preescolar y primer grado.
Pocos años más tarde, participó precisamente en una campaña de alfabetización rural. ¿Cómo lo recuerda? ¿Cómo enseñó usted a leer y escribir a aquellos niños?
No eran niños los que enseñé a leer y a escribir. Eran los hombres del batallón de milicias 339, de Cienfuegos, que acababan de perder a 42 familiares y amigos en las arenas de Playa Girón. Estaban muy tristes.
Después continué en la Ciénaga Oriental de Zapata, en casa de un campesino carbonero. La comida era escasa. Tenían varios hijos y ninguno sabía leer ni escribir. Estando allí nació el último. Mi farol de alfabetizador sirvió para alumbrar el parto.
Le impactó mucho El Principito con el mítico "lo esencial es invisible a los ojos". Es una lectura estrechamente relacionada con la utopía. Ahí ya se cocinaba algo dentro de usted.
No es casual que El Principito haya tocado el corazón de sucesivas generaciones. Es un libro bellamente escrito. Desde la ternura, sobre la comprensión al otro, por raro que parezca. Por eso sigue siendo necesario.
"El hombre tiene la buena costumbre de nombrar las cosas, aunque algunos nombres, cuando se usan para el comercio, encierran las cosas en un gueto"
Antes de saberlo en carne propia, por aquella época, siendo muy pequeño, aprendió las luces y las sombras del amor. Porque sus padres se separaron, regresaron, se volvieron a separar… Después llegarían sus propios amores. El amor es clave en sus canciones. De hecho, cuando llegó lo de la canción protesta, algunos trovadores decían entre risas: "¡Pero si yo no tengo ninguna canción protesta!".
El término protest song fue acuñado en los Estados Unidos en los años sesenta, una época de auge de los movimientos integracionistas y antiguerreristas, que reunieron a mucho pueblo norteamericano y a sus más audaces cantores en una lucha memorable.
Aunque no dudo que también lo etiquetaran así para venderlo. El hombre tiene la buena costumbre de nombrar las cosas, aunque algunos nombres, cuando se usan para el comercio, parecen encerrar las cosas en una especie de gueto.
Lo cierto es que la canción, de forma natural, ha ido haciendo el cuento de la vida. Desde Homero se sabe, pero seguramente fue desde antes. Véanse las canciones en la Biblia. El canto siempre ha narrado el amor, el desamor, las guerras, las ambiciones, la naturaleza, los ideales; en la canción caben todos los asuntos humanos. Por eso me reía cuando querían clasificarnos.
Y sus primeros amores, esos "primeros asuntos humanos", ¿cómo fueron?
Como los de todo el mundo: utópicos primero y luego cada vez más manifiestos y tangibles, hasta que me puse a cantarlos, que es también una forma de prolongarlos y tratar de entenderlos.
Cuando llegó la Revolución, usted tenía doce o trece años. ¿Cuáles son sus primeros recuerdos?
Cuando triunfó la Revolución, hacía un mes que había cumplido doce. En aquella Cuba había una complicidad generalizada contra la tiranía. Cuando los niños jugábamos a los soldaditos, los malos eran los del ejército y los buenos eran los barbudos de la Sierra Maestra.
Conocíamos personas que estaban huyendo y, en las noches, escuchábamos Radio Rebelde por la onda corta, muy bajito. El primero de enero de 1959 fue un día muy esperado y, claro, como dice el poema de Jesús Orta Ruiz...
¿Cómo dice el poema?
¡Primero de enero! /
Luminosamente surge la mañana. /
¡Las sombras se han ido! Fulgura el lucero /
de la redimida bandera cubana. /
El aire se llena de alegres clamores. /
Se cruzan las almas, saludos y besos, /
y en todas las tumbas de nobles caídos /
revientan las flores y cantan los huesos.
Usted, aunque esto, imagino, exigiría una respuesta muy amplia, ¿por qué se hizo revolucionario?
No sé qué entenderá usted por revolucionario. Yo creo que pude ser revolucionario si mis canciones pudieron aportar algo propio, personal, a la tradición de la inmensa trova cubana. En ese sentido quizá pude ser revolucionario en algún momento, el tiempo lo dirá.
En el otro sentido, en el político, sólo me siento seguidor de nuestra historia, ya que somos un país ambicionado por otro mucho más grande, cosa que viene declarando desde los tiempos en que pertenecíamos a España.
Por eso se metieron en la guerra, en 1898, cuando el ejército colonial ya estaba desgastado y en retirada; por eso se adjudicaron la victoria que había conquistado nuestro pueblo en una guerra por etapas que duró treinta años; por eso firmaron en París, a espaldas nuestras; por eso nos impusieron la Enmienda Platt, que los autorizaba a intervenir en Cuba cada vez que lo consideraran apropiado.
Por eso ahora nos crucifican con la extraterritorial ley Helms-Burton, que sólo levantarán cuando haya un gobierno moderado por ellos y de su total aprobación. Para estar contra eso no hay que ser revolucionario. Sólo hay que ser cubano y tener vergüenza.
"Empecé a cantar profesionalmente cuando estaba recién salido del servicio militar; mis únicos zapatos eran las botas del ejército"
En aquella época, dijo haber alcanzado el convencimiento de que la guitarra era algo así como un fusil y que un cubano era siempre mitad soldado, mitad algo. En su caso, a tenor de sus respuestas, mitad trovador, mitad soldado.
Estaba aludiendo a la realidad de nuestra historia como pueblo. Lo cierto es que empecé a cantar profesionalmente cuando estaba recién salido del servicio militar; los únicos zapatos que tenía eran las botas del ejército.
Aún estábamos muy cerca de la invasión por Playa Girón [los sucesos de la Bahía de Cochinos]. Unos pocos meses atrás todavía había bandas armadas por la CIA en las tres cordilleras de nuestra geografía. Era normal que pensáramos en aquellos términos de lucha, de defensa.
Aprendió a tocar la guitarra durante el servicio militar. Una vez contó que, durante esos años, advirtió una poderosa virtud en el Ejército: un grupo de personas, coordinadas, con vocación de hacer algo. En España, el Ejército tiene muy mala prensa entre los partidos de izquierdas. ¿Por qué?
El ejército cubano empezó a formarse a partir del Ejército Rebelde, que había luchado en la Sierra Maestra contra la tiranía. Para los jóvenes de 1964, cuando empezó la ley de Servicio Militar, no era conflictivo cumplir con la defensa de la patria. Así se veía, así lo vi yo, por más incómodo y latoso que resultara: aquello me impidió seguir estudiando lo que me interesaba y también me perdí de ir a la Universidad.
Pero en las fuerzas armadas, o al menos en las que a mí me tocaron, también se aprendían cosas de las relaciones humanas, mucho más si se entraba a los 17, como fue mi caso, y se salía a los 20. Yo tuve mucho tiempo, noches enteras, para leer y para aprender a tocar la guitarra. A eso me dediqué, cada vez que podía.
Hemos hablado de una parte luminosa de la Revolución: la alfabetización. Pero, ¿cuándo y cómo comenzó a conocer la parte amarga que entraña toda revolución? La separación o el distanciamiento de amigos y familias, el exilio, la represión.
Ninguna revolución es un camino de rosas. Estas mismas palabras se las dije a periodistas españoles a fines de los setenta, cuando visité su país por primera vez. Cierto que es duro ver partir a familiares y amigos, pero es una elección que no sólo sucede en las revoluciones: pasa en todas partes, sobre todo en países en conflicto o con problemas económicos.
¿España no ha sido un pueblo de migrantes? ¿No tienen problemas migratorios en el sur, con África, y con países del Medio Oriente? A veces me asombra que en países con recursos, donde hay problemas e inconformidades con sus gobiernos, se hable tan mal del nuestro, que siempre ha vivido acorralado por colosales fuerzas externas y, aún así, ha resistido un bloqueo de más de sesenta años.
La revolución ha traído, en ese sentido, la fractura entre los intelectuales. Me vienen a la cabeza los nombres de algunos músicos que se instalaron fuera de Cuba como Celia Cruz o Pablo Milanés. ¿Cómo lo ha vivido?
He vivido algunas de nuestras disidencias con el mismo pesar que usted o sus ancestros podrán haber vivido la de intelectuales y artistas extraordinarios como Antonio Machado, León Felipe, Rafael Alberti o Antonio Gades. A los dos últimos tuve el gusto de conocerles. De Gades fui muy amigo; sus restos, por su voluntad, yacen en nuestra Sierra Maestra.
"Dentro de los estúpidos prejuicios que había en Cuba con los homosexuales, estaba el de que no trabajaban, o que vivían una vida fácil"
Hace no mucho tiempo, usted criticó la represión por parte de la policía de una marcha del colectivo LGTBI en las calles de La Habana. Ya antes, con su canción Acerca de los padres, abordó con valentía un tema que era tabú para el régimen. Lo sucedido con los homosexuales en Cuba a partir de la Revolución fue terrible, muchos de ellos enviados a campos de concentración. ¿Cómo explica algo así?
Lo cierto es que el Gobierno Revolucionario tuvo que cargar con todos los prejuicios que arrastraba nuestra sociedad desde tiempos de la colonia; entre ellos un machismo patriarcal y homofóbico. Sin embargo, conocí a miembros del Ejército Rebelde que eran homosexuales. Por supuesto, esto era de total conocimiento de la Dirección de la Revolución.
Las Unidades Militares de Ayuda a la Producción fueron creadas para castigar indisciplinas de miembros del Ejército Rebelde. Después, algunos inconscientes pensaron que podían ser usadas para castigar a quienes no trabajaban, “gente de la dulce vida”, se les decía.
Dentro de los estúpidos prejuicios que había con los homosexuales, estaba el de que no trabajaban, o que vivían una vida fácil. Fue un error espantoso y cuando lo que estaba pasando llegó a la jefatura revolucionaria, mandaron a cerrar aquellas unidades. Esto sucedió a fines de 1966 o principios de 1967. Conocí oficiales que tuvieron que ver con la clausura de aquellas prácticas.
En 1989 se fundó en Cuba el Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex), que educa, investiga, apoya abiertamente y hasta desfila cada año a favor de los derechos de las personas LGTBIQ+.
Solía decir José Agustín Goytisolo que las revoluciones son brillantes por fuera, pero muy frágiles por dentro. Cuando leí aquello, me acordé de su canción: "Martí me habló de la amistad y creo en él cada día. Aunque la cruda economía, ha dado luz a otra verdad". ¿Esa verdad es la pobreza que hoy puede palparse en las calles de Cuba?
No sé cuántas revoluciones conoció José Agustín, a quien tuve el gusto de conocer cuando fue jurado del premio literario Casa de las Américas. Pero me consta que aquí sí estuvo. Por ahí hay una foto en que aparecemos, junto a Haydée Santa María y otros amigos.
Los versos míos que usted cita quieren decir que las diferencias económicas crean distancias y pueden enemistar a la gente, cosa que sucede en todos los países donde he estado.
Parte de la pobreza que se palpa en las calles de Cuba tiene apellido: Made in USA. El bloqueo es para eso, para crear pobreza y para que el pueblo se vire contra el gobierno. No lo digo yo. Lo dicen ellos con toda claridad.
Le leo un verso suyo que siempre me ha causado curiosidad: "Tener no es signo de malvado y no tener tampoco es prueba de que acompañe la virtud". Podría interpretarse como una enmienda a algunos aspectos de la Revolución cubana y de partidos que actualmente en España tienen como primera estrategia enfrentar a "la gente" con "la casta".
La Revolución cubana no inventó la lucha de clases. Tampoco la inventó España. Eso existía desde mucho antes; está en la Historia de las relaciones económicas y sus consecuencias sociales. Por otra parte, puede que sean singularidades, pero no siempre la clase social determina el valor humano de una persona. Lo digo porque lo he visto.
Antes de ser músico, trabajó en un semanario. Allí conoció a grandes escritores. Me viene a la cabeza el “dentro de la revolución, todo; fuera de la revolución, nada” entonado por Fidel Castro. ¿Concibe la censura como un mal necesario para que prospere la Revolución? A mí, un joven nacido en democracia, me ha chocado mucho, en las calles de La Habana, no encontrar periódicos libres, sólo los controlados por el partido.
En el semanario Mella no sólo conocí a grandes escritores; también a grandes dibujantes y a grandes fotógrafos. Las llamadas Palabras a los intelectuales las pronunció Fidel a unos meses de la invasión por Playa Girón.
No creo que lo dijera como una orden, como una ley. Lo dijo en un contexto específico. Lo que pasa es que después la burocracia ideológica consideró que era mejor mientras menos se discutiera. Las nuevas tecnologías acabaron con esa comodidad ingenua. Puede usted leer el discurso completo de Fidel.
Pero, ¿qué piensa de la censura?
Estoy contra la censura. Me he pronunciado contra ella dentro y fuera de Cuba, porque censura existe en todas partes. Conozco países muy desarrollados donde actores y cantores han sido procesados y presos por decir “inconveniencias”. También hay países donde se calla la opinión ajena a balazos. Nada de eso ha pasado en Cuba.
Me han contado un problema que tuvo usted por hablar bien de los Beatles. ¿Qué pasó exactamente?
En mis inicios me preguntaron qué me parecían y dije que eran una vanguardia musical. Me botaron de la televisión por eso, a principios de 1968. Sin embargo, hace unos años, tuve el gusto de pronunciar el discurso de defensa del Honoris Causa para Sir George Martin en el Instituto Superior de Arte de La Habana.
"La ideología comunista no puede seguir siendo como se prefiguró en sus inicios"
Por cierto, ¿cómo era Fidel Castro? ¡Me daba miedo! Igual que Franco. Los hombres providenciales que dirigen los futuros de las naciones siempre me han dado miedo.
Fidel fue un revolucionario que conectó mucho con su pueblo. Quiso que fuéramos un país soberano, viviendo a noventa millas del imperio más grande de la historia, que siempre quiso dominar a Cuba. Por eso se ganó el más terrible de los odios. Es público que la CIA fraguó contra él más de seiscientos asesinatos.
Fidel también fue un intelectual, un hombre estudioso, con vocación de maestro. Podía pasar horas explicando un tema. Sabía escuchar a sus interlocutores con mucha paciencia. Personalmente era un hombre atento y amable.
Castro fue muy amigo del Rey Juan Carlos I, que ahora vive en los Emiratos Árabes tras algunos escándalos de corrupción. ¿Está al tanto de la política española? ¿Qué piensa un republicano como usted de la monarquía española?
Que es un asunto de los españoles.
Hace un tiempo conoció a Pablo Iglesias, que fue vicepresidente del Gobierno. Su sucesora, Yolanda Díaz, es afiliada del Partido Comunista. ¿Cree que la ideología comunista tiene futuro en la sociedad española?
Conozco desde hace años a Pablo y admiro su lucha, su resistencia. Lamenté mucho el cerco que le hicieron sus enemigos políticos fuera de su casa, durante años. Algo insólito, inhumano. Aquí diez personas cercan por un rato la casa de un disidente, ponen un poco de música, pegan un cartel pintado a mano y sale en todos los diarios del mundo como los horrendos mítines de repudio del comunismo castrista.
Pienso que la ideología comunista no puede seguir siendo como se prefiguró en sus inicios, porque vivimos en un mundo muy diferente, más complejo y con nuevas contradicciones.
Yo nunca he pertenecido a un partido político. Pero simpatizo con la idea de la igualdad de derechos que promueve el socialismo. No creo en el igualitarismo, que considero una desviación dañina.
¿Y respecto a España?
Serán los españoles los que decidan su futuro.
Las relaciones entre España y América atraviesan un momento delicado. En algunos países se están derribando, por ejemplo, las estatuas de Cristóbal Colón. ¿Cuál es su opinión acerca de la conquista de América?
Porque usted me lo pregunta y, con mucho respeto, me atrevo a decir en voz alta que quizá España deba revisar algunas premisas de sus relaciones con Latinoamérica. Impregnarse del espíritu solidario y fraterno de muchos españoles, expresados en diversas organizaciones no-gubernamentales como MediCuba y otras asociaciones de amistad con diversos países latinoamericanos.
La llamada “conquista de América” fue lo que siempre han hecho los que más pueden con los que pueden menos. Es la parte brutal y triste de los seres humanos.
Teniendo en cuenta la estrecha relación de Cuba con Rusia, me gustaría preguntarle: ¿le parece justificada la actuación de Putin en Ucrania?
Estoy contra las guerras, mucho más las de supremacía, incluyendo por supuesto la guerra de Ucrania. Pero aclaro que no soy antirruso, como he visto que incita a ser la propaganda en muchos periódicos de occidente.
"Estar descontento con un gobierno no es lo mismo que no creer en los principios que defiende"
Entrados los setenta, marchó a la guerra de Angola. Allí, ya adulto, vio de cerca lo que era dar la vida por una idea. Gabriel Celaya decía que la "poesía no podía ser un lujo de los neutrales". Pasado el tiempo, ¿usted entregaría su vida por una idea?
Decir "una idea" parece reducir a algo ínfimo un asunto que puede tener proporciones históricas y puede abarcar a más que todo un pueblo, porque implica una esencia de la mismísima condición humana: el derecho a la soberanía, a la libre determinación de los pueblos.
¿Pensamos o no que todos tenemos derecho a ser libres? ¿Creemos de verdad en el mejoramiento humano? Espero que sí y que seamos capaces de ser consecuentes con eso.
A lo largo de mis quince días en Cuba, he conversado con muchas personas. He percibido un gran descontento con el gobierno. Hay quien se está marchando a través de Nicaragua, otros no pueden porque no tienen dinero. ¿Se está generando el caldo de cultivo para que otra revolución acabe con la revolución?
La fuga de jóvenes es nuestro drama más amargo. Pero el descontento es un derecho universal y, por fortuna, también una práctica incensurable. Sin embargo, estar descontento con un gobierno no es lo mismo que no creer en los principios que defiende. Hay coyunturas económicas, a veces impuestas, que pueden provocar reacciones puntuales.
Yo pienso que las revoluciones ocurren cuando las contradiciones sólo pueden ser resueltas a través de la violencia revolucionaria. Después de eso, en adelante, le toca actuar a Evolución. Cuidado con los que le nieguen el cauce que precisa. Lo he dicho cantando en algo que llamé Sea señora, y perdone que me cite:
Sea señora la que fue doncella. Hágase libre lo que fue deber. Profundícese el surco de la huella; reverdézcanse sol, luna y estrellas en esta tierra que me vio nacer.
A desencanto, opóngase deseo. Superen la erre de revolución. Restauren lo decrépito que veo, pero déjenme el brazo de Maceo y, para conducirlo, su razón.
Seguimos aspirantes de lo mismo que todo niño quiere atesorar: una mano apretada en el abismo, la vida como único extremismo y una pequeña luz para soñar. Las fronteras son ansias sin coraje. Quiero que conste de una vez aquí. Cuando las alas se vuelven herrajes, es hora de volver a hacer el viaje a la semilla de José Martí.
¿Cree que habrá otros trovadores que como usted entonces tomarán la guitarra contra esas injusticias? Usted escribió el otro día: “Me preocupa que la revolución, o lo que usa su nombre, acabe siendo contrarrevolucionaria y que lo que se le enfrente parezca o acabe siendo revolucionario”.
Son lecturas que hago de mi realidad, porque la vivo, y porque canto lo que me parece vivir; siempre lo hice así. Es como entiendo mi oficio; como me parece que ha sido la trova desde que surgió. Hoy hay muchos trovadores bastante más jóvenes que abordan nuestra realidad con compromiso y sin complacencia.
¿Cómo vivió las protestas y la reacción del Gobierno a las manifestaciones del 11 de julio?
Hubo representantes del gobierno que dialogaron. Aplaudí eso. No puede haber sociedad sin diálogos. Mucho menos con las zonas inquietas de la juventud. Ese es el socialismo en el que creo.
En sus canciones se percibe una tensión entre ley y justicia, que cristaliza en este otro verso, una pregunta que usted se hace: "¿Hasta dónde debemos practicar las verdades?". Las respuestas erróneas a esa pregunta han desatado las mayores crisis sociales de la Historia.
Es que nunca ha habido una sociedad sin contradicciones, mucho menos hoy, en un mundo tan comunicado y a la vez diverso, tan complejo que a veces parece muy nuevo pero en el fondo también es muy viejo.
Cuando, muy joven, hizo una larga travesía en el Playa Girón, atracó en Canarias. En el prólogo de Canciones del mar cuenta que, por la calle, se dio cuenta de que tenía la posibilidad de no regresar a Cuba. Pero regresó. ¿Alguna vez ha pensado en marcharse?
Pensar, lo que es pensar, he pensado en muchas cosas posibles y posiblemente en algunos imposibles. Pero ¿se sabe de alguien que sólo pensó en algo predeterminado?... Pensar es importante; pero más importante es lo que hacemos después de pensar.
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