Las herederas, Piqueras de Albacete, Petro 'el Rojo' y adiós a Balbín
Victoria de Suecia, Gustavo Petro, Pedro Piqueras y José Luis Balbín; la autora comenta lo más destacado de la semana a través de sus protagonistas.
Victoria de Suecia (entre otras)
Europa está sembrada de curiosidades. En algunos casos se trata de curiosidades turísticas (Eurodisney) y en otros, históricas (el Coliseo de Roma). Las casas reales, por ejemplo, están a mitad de camino entre la historia y el souvenir.
Muchas monarquías europeas pasean a sus príncipes azules y sus ricas herederas, chicas guapas con pinta de influencers: Victoria de Suecia, Ingrid Alexandra de Noruega, Isabel de Brabante, princesa Amelia de Países Bajos… Y Leonor, la heredera de España.
Estos días de atrás, Ingrid Alexandra, la heredera de Noruega, cumplió su mayoría de edad y todos los jóvenes (y jóvenas, con perdón) se citaron en Oslo para celebrarlo. Ni Leonor ni mamá Letizia asistieron a la gala en el palacio real de Oslo. En su lugar fue el rey Felipe VI del brazo de la princesa Amelia, primogénita de los reyes de Holanda.
Ingrid Alexandra es hija de Haakon y Mette-Marit y tiene seis padrinos, entre ellos Felipe VI, que no pudo asistir al bautizo por problemas de agenda. Prefirió reservarse para el cumple, celebrado hace un par de semanas.
Letizia de España no asistió al bautizo ni al cumple de Ingrid. Ella no es muy partidaria de alternar con los homólogos europeos de su marido. Tampoco asistió Leonor. Como tantas otras veces, su madre le recomendó quedarse en casa para evitar la contaminación del Gotha.
Las ausencias de la reina LZ siempre desatan especulaciones. En el caso de la gala celebrada con motivo de los 18 años de Ingrid Alexandra se han señalado dos razones de peso: la presencia, no deseada, de Marie Chantal Miller y la sospecha de que repentinamente pudiera aparecer Eva Sanum.
Gustavo Petro
Iván Duque ha sido el último presidente de Colombia. El penúltimo fue Santos, y el anterior, Uribe. No podemos decir quién era mejor y quién peor. Para mí que Duque fue mediocre, más o menos como Rodolfo Hernández, el populista de derechas que compitió hasta el último momento con el izquierdoso Gustavo Petro, el exguerrillero que acaba de ganar la carrera por la presidencia del país.
La historia no es igual de generosa con los candidatos presidenciales. Ni en Colombia ni en Moldavia, ni en Liberia ni en Panamá. Los candidatos suelen vivir enfrentados como gallitos de pelea. Es el caso de Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos. Los uribistas acumulaban bastantes partidarios, pero Juan Manuel Santos obtuvo el Premio Nobel de la Paz, que no es nada fácil.
Según ha escrito Héctor Abad Faciolince, Petro no es de fiar, del mismo modo que a mí no me lo parecía Uribe, a quien siempre le noté un irreprimible parecido con Aznar, el de los pies embetunados encima de la mesa.
[Petro, el exguerrillero que busca liderar el país más conservador de Latinoamérica]
Con todos mis respetos, yo no tengo nada que ver con Colombia, y aunque así fuera, habría votado por Juan Manuel Santos, el Nobel que impulsó los acuerdos de paz con las FARC.
Volvamos a Petro el Rojo. Sesenta y dos años, descendiente de italianos emigrados a Colombia en busca de futuro. Al fin lo encontraron ejerciendo de maestro y soñando una carrera para el hijo.
Petro dio los primeros pasos en el colegio La Salle. Los padres llevaron a su hijo al colegio La Salle, donde adquirió maneras de líder social. Creó un periódico estudiantil y se calzó el perfil de los idealistas de la época, que protestaban con el tras tras pum de la guitarra pidiendo la sociedad sin clases. Ya iba disparado hacia la política. Lo siguiente fue enrolarse en la guerrilla del M 19, ahora transformada en partido político.
Gustavo se formó en las mejores universidades. Fue alcalde de Bogotá y se cargó la plaza de toros de la ciudad. En el pasado, mostró su simpatía por Chávez, aunque confiesa que sus principales referentes son Correa y Lula da Silva. Su número dos es Francia Marquez, feminista, afro y líder social. La fórmula Petro-Marquez podría dar resultado, pero por si acaso, Colombia toca madera.
Pedro Piqueras
Acaba de recibir el premio al periodista del año con la mediación de Vanity Fair , que hace la ola a los premiados. Alberto Moreno, director de la publicación, se ofreció a entrevistar al albaceteño (ojo, que no es un torero) y exprimirle todo el jugo al gentilicio.
Así pasó la velada el periodista, rodeado de colegas y contando cuenticos, que decía García Márquez, pues eso es el periodismo a fin de cuentas: contar historias, cuenticos, trozos de vida.
A Pedro nunca se le pasó por la cabeza ser médico o registrador de la propiedad. Siempre quiso ser periodista. La vocación le vino de nacimiento, no necesitó forzarla y darle cuerpo. Era todavía un chaval cuando iba por los hoteles de Albacete en busca de clientes célebres a los que arrancarles alguna declaración jugosa: cantantes, escritores, y –ahora sí- toreros. Era un poco zascandil y golferas, aficionado a la música. Llevaba pelo largo y formaba parte de un grupo musical llamado Mester de Juglaría. Le pega mucho.
Su padre, que era alpargatero, lo mandó a Madrid a estudiar y Pedro se lanzó de cabeza al periodismo. Hoy se siente feliz por la elección y a modo de ejemplo nos ofrece una muestra de las historias en las que ha trabajado estos últimos años. El mundo bajo la pesadilla del Covid, la invasión de Ucrania y el volcán de La Palma con sus largos vómitos de lava.
Tengo la impresión de que Piqueras disfruta cuando llega la hora del telediario. Nada más empezar, su rostro dibuja un leve gesto de placer, como si fuera a contarnos las noticias en exclusiva. Y es cierto modo es así. Solo eso explica que el periodismo le guste tanto.
Los compañeros han venido en masa a arroparle. Muchos de ellos juegan en su mismo equipo, empezando por Paolo Vasile, consejero delegado de Mediaset. Además, asistieron la ministra portavoz, Isabel Rodríguez; Juan Pedro Valentín, director de Nius Diario; Montse Domínguez, directora de contenidos de la SER; Juan Luis Cebrián, exdirector de El País, David Cantero, Vicente Vallés y un largo etcétera de queridos compañeros y compañeras.
Natalia Figueroa y el cantante Raphael pusieron el broche. Qué menos.
José Luis Balbín
Ha muerto el creador de La Clave, el hombre de la pipa, que decíamos entonces. El periodista se ha ido sin rechistar, pues desde que salió de TVE o, en otras palabras, desde que el papá de la ministra Calviño lo puso en la calle, se encerró en casa y solo volvió a pronunciarse por la radio. Ahora es el momento de colgar su retrato en la memoria. Sobre todo por razón de edad, muchos de los que han leído su obituario no sabían quién era y es de justicia recordarlo hoy con unas negritas bien tintadas. Es lo mínimo.
[Obituario: José Luis Balbín, un periodista inmortal en un oficio efímero]
Seguramente José Luis evitaba cualquier rasgo de protagonismo para cederlo en favor de aquellos que aportaban su sabiduría en La Clave, un hallazgo televisivo de la Transición. Balbín hablaba lento y pausado, con la palabra manchada de humo. La pipa le daba señorío, y la palabra también. Era el hombre de la bonhomía, risueño y pacificador. También mullido. Como buen asturiano, zampaba más de la cuenta y tenía el abdomen desparramado.
Su mujer, Julia Mesonero, también colega, puso el grito en el cielo cuando RTVE decidió colgar los programas de Balbín en la página web del ente público sin contar con su creador, como titular de los derechos de propiedad intelectual. Julia y los abogados del difunto dijeron entonces (hace ahora cuatro años) que llevarían a los tribunales a RTVE y desconozco el desenlace del pleito, pero el rescate de aquellos programas inolvidables, en los que participaron todos los protagonistas del histórico salto de la dictadura a la democracia, es un servicio de la memoria nacional a las nuevas generaciones, no solo a las de periodistas.