Ha habido un accidente en el Metro. Nos dicen que el vagón deja de circular. Vengo literalmente corriendo a casa de Antonio Resines. Llego quince minutos tarde. Voy con el mismo apuro que él cuando le tocó correr en pelotas por la calle Princesa. Porque Resines anda con mil proyectos y me ha hecho un hueco de puñetero milagro.

Yo no daba un duro por esta entrevista, igual que su médico no daba un duro por él cuando lo tenía entubado en la UCI. Y encima que me la da, llego tarde. Tengo miedo. A Resines, me dicen, le repatea la impuntualidad.

Entro, al fin, por el portal. El ascensor es precioso, uno de esos camarotes de madera rodeado por puertas de un metal oscuro. Aprieto el botón. No baja. Sigo apretando. Nada.

Corro por las escaleras. Es un sexto piso. Me abre la puerta Resines con la misma cara que ponía en aquella serie cuando amenazaba a los chavales con la escobilla del váter. Pero esta vez es de verdad. Intento disculparme; es peor: tartamudeo y me ahogo.

Muro de pago

Resines, ahora, podría estamparme en la cabeza el Goya que veo al fondo, sobre la estantería. No le costaría esconder el cadáver. Parece ésta una casa muy grande.

Entrevista a Antonio Resines Sara Fernández

El Goya está sobre una biblioteca de películas. No son las suyas. Pero supongo que habrá otro lugar donde las tenga todas juntas. Resines es uno de los actores más prolíficos y de más talento del cine español. Yo lo pienso de corazón y quiero decírselo: "Antonio, perdóname, ¡soy resinista!". Pero no puedo, porque parecería la entrevista de un vendido.

Hemos venido a ver a Antonio porque podemos escribir con él un remedo contemporáneo y castizo del Cuento de Navidad de Dickens. Cuando empezó el año, Antonio estaba a punto de morir. Al acabarlo, está embarcado en decenas de proyectos.

La de su recuperación ha sido una de las historias que más felices nos ha hecho este 2022. Todo esto lo pienso mientras Antonio me mira. Yo miro al suelo. Nos sentamos en unas butacas granates. Muy antiguas, aunque no tanto como él. 

–¿Son de teatro? –intento romper el hielo. 

–No, de cine.

–Jode, no doy una.

–De un viejo cine de León. Además, creo que son muy buenas. Me dijeron que son de madera de castaño.

–¿De verdad son tan buenas? Encima de que llego tarde, a ver si rompo la butaca sin querer...

–Como rompas la butaca te parto la cabeza inmediatamente. Con lo cual, el reportaje quedaría mucho mejor. Imagínate las visitas que tendría [primera carcajada de Resines].

Es éste un salón un tanto fetichista. Está la infancia de Antonio en las figuras de Tintín, en muchas figuras del TBO. Hay retratos, fotos. Los libros que le hicieron feliz. Recuerdos de viejos amigos. También unas mantas que llevan bordadas sus iniciales y las de su mujer, Ana Pérez-Lorente. Ella fue quien, tras largas conversaciones, escribió la primera parte de Memorias de un calvo: pa’ habernos matao (Aguilar, 2017).

Resines lleva una americana azul marino y pantalones oscuros. La camisa, celeste, a juego con un cuadro enorme donde está el mar. Quizá sea Suances, aquella playa donde pasaba los veranos de chaval. Porque Antonio, aunque su familia ya vivía en Madrid, nació en Cantabria. Nacer en verano era nacer en el mar. No preguntamos por el cuadro porque no está la cosa como para preguntar. 

Había en Torrelavega un hombre al que llamaban "El felpudo"... porque saludaba a todo el mundo diciéndole "póngame a los pies de su señora". Antonio cuenta esas historias como nadie.

Un amigo me ha dicho: “Si haces bien tu trabajo, acabará llamándote anormal. Si lo dice, se habrá generado la química”. Pero ahora lo de “anormal” me lo vas a decir en serio y con razón, yo estoy acojonado.

No te he llamado anormal todavía, pero te he amenazado con romperte la cabeza. Es un poco menos cariñoso, pero tampoco está mal.

Miguel Rellán suele decir: “Resines es el tío que mejor insulta de España”.

No, no es así… Bueno, sí es así, para qué nos vamos a engañar. Es que me he dado cuenta de que a la gente mis insultos le hacen gracia. Nunca los digo con afán de ofender. Yo, por ejemplo, digo “anormal” a quienes no parecéis muy normales. Hombre, lo digo cuando hay cierta confianza. No voy por la calle y le llamo “anormal” a un tío así de primeras. 

Si lo haces tú, al ser Resines, igual le gusta.

Pues sí, tienes razón. A veces, voy a un programa de la tele, [creemos que se refiere a La Resistencia] les llamo “asquerosos” y se parten de risa.

[Vamos respirando. A partir de aquí, todos los insultos de Resines pueden y deben leerse con cariño. Antonio tiene ahora algo de ese padre que trata de reconducir al hijo. Como él dirá luego, su mal genio es más de fachada. Acaba yendo a todos los sitios que le piden, acaba participando en todos los actos a los que le invitan… y acaba concediendo entrevistas jugosísimas a los anormales que llegan tarde.

Resines es el hombre corriente por excelencia. El marido, el exmarido, el padre, el amante, el policía, el empresario, el doctor. Tanto lo hemos visto, tanto lo queremos, que desarrollamos ante él una familiaridad injustificada. Lo tratamos como si lo conociéramos de toda la vida. Y él, que no nos conoce de nada, acepta pacientísimamente ese clima.]

“El viejo Marley estaba tan muerto como el clavo de una puerta”. Así empieza Dickens 'Cuento de Navidad' y así estabas tú al empezar el año.

Sí. No me enteré, no sabía que estuve tan mal, pero luego, al recuperarme, me enteré de que… Creo que estuve en coma veintiséis días. Y cuando estás en coma ni sientes ni padeces. No sueñas ni alucinas.

Mis alucinaciones debieron de producirse en esos momentos en que me sacaban del coma y estaba otra vez a punto de dormirme. Pero soñé tantas cosas que no me salen las cuentas.

Estuvimos todos con el alma en vilo. Tu médico te dijo que tuviste entre un 95% y un 97% de posibilidades de morir. No es tanto, ¿no?

El jefe de servicio de la UCI me dio ese porcentaje. Estuve a punto de palmarla. Pero tenía un lío en la cabeza y estaba físicamente tan mal… Perdí mucha masa muscular. He intentado no pensar mucho en todo esto, pero me reclamaron para un montón de entrevistas. Fui a actos de apoyo a la sanidad pública.

Fíjate: no he leído todavía, ¡y eso que ha pasado un año!, todos los mensajes de apoyo que recibí. Ana, mi mujer, los guardó y fue contestando a todo el mundo.

Ana estuvo muy pendiente de nosotros, los periodistas.

Dábamos información para que la gente supiera qué estaba pasando. Hubo dos momentos muy malos porque recaí. Me entubaron, me desentubaron…

Ese 3% de probabilidades de sobrevivir era más o menos el mismo porcentaje de probabilidad que tenías de ser actor. Te pusiste porque no había otro. 

Es que ni siquiera eso. Muchos no se lo creen, pero jamás tuve la voluntad de ser actor. Cuando éramos chavales y empezábamos nuestros proyectos, no había otro y me decían que me pusiese. Yo quería trabajar en el mundo del cine, era socio de una productora, pero estaba en la parte organizativa. Al final acababa haciendo de actor. 

Teníamos 23 o 24 años. Éramos muy inconscientes. Muchos no teníamos conciencia de lo que hacíamos, y aquí estoy. Hombre, luego ya me fui preocupando de hacerlo lo mejor posible. Pero al principio nos parecía una tontería. No nos creíamos que fuéramos como los actores que veíamos en las películas. Creo que, al pensar así, teníamos más éxito. Se nos sentía de manera muy cercana.

[Antonio está hablando de aquellos años setenta que desembocaron en el estreno de Ópera Prima, aquella película de su compañero de universidad Fernando Trueba que acabó siendo un pelotazo. La pusieron en el cine y no iba nadie, pero un día vieron que se formaba una cola. Así continuamente. El boca-oreja. Arrasaron.

Ocurrió con Ópera Prima lo que con la Democracia. Decía Adolfo Suárez: “Hay que hacer normal en las instituciones lo que ya es normal en la calle”. Eso fue exactamente la película: de pronto, en la pantalla, los chavales hablaban igual que en sus fiestas].

Antonio, con el cómic "sargento Resines", dedicado a sus últimas peripecias de súper héroe. Laura Mateo

¿Te has planteado ser guionista? Tus alucinaciones fueron tremendas. Tú eras el “Macho Camacho” y tenías que conseguir un montón de dinero para que no mataran a tu familia.

Ha habido gente que ha dejado por escrito sus alucinaciones. He hablado con un par de personas que estuvieron en situaciones parecidas a la mía: Jordi Sánchez, actor; y Óscar Aibar, director. Les pasó exactamente lo mismo. La diferencia está en el contenido del sueño, pero había pautas comunes: familia, amigos, lecturas, películas…

En mi delirio, me enterraban en Madrid, en la Puerta de Alcalá. Lo negociaba con el alcalde. Sufría mucho, porque en todo momento me estaba ahogando. Pedía que me mataran.

Pero pedías que te mataran en la realidad. Lo estabas pasando tan mal que se lo dijiste a los médicos. 

Sí, creo que fue al final. Estaba consciente, pero a la vez en un sitio rarísimo. Me arranqué el tubo. Un desastre. Les pedí que me matasen. Les decía que había hablado con mi mujer y también con un notario para que no tuvieran miedo a las represalias. No me mataron. Gracias a eso, aquí estamos, y El Español va a ver enormemente incrementada su audiencia.

"En mi sueño, trataba de tú a Hitler, Mussolini y Franco, pero con Churchill no me atrevía"

Paralelamente, negociabas con Mussolini y Hitler para frenar el estallido de la guerra. En tu sueño, los llamabas “Benito y Adolfo”. A ellos no te atreviste a llamarles “anormales”, ¿eh?

Tampoco te creas que era porque me causaran una fuerte impresión. Con Benito, con Adolfo y con Paco, porque también estaba Paco, hablaba de tú a tú. Con el que no nos atrevíamos ninguno era con Winston. Me refiero a Churchill, por si no te habías dado cuenta, que no sé cómo andas de cultura. Nosotros éramos unos segundones. Estábamos al borde de la invasión de Checoslovaquia.

Es decir: justo cuando iba a estallar la Segunda Guerra Mundial. 

Sí, pero era raro. Porque al mismo tiempo estaba el tema de Ucrania. Era una mezcla de pasado y presente. Es que cuando yo entré en el hospital, ya se había filtrado que los Estados Unidos daban por hecho que los rusos iban a invadir Ucrania. Se me debió de quedar en el subconsciente.

En ese cúmulo de alucinaciones, acabaste componiendo una letra para el himno de España. ¿Te acuerdas de cómo era? Fernando Trueba, en el prólogo a tus memorias, dice: “Antonio es español, muy español y mucho español”. Si lo medimos con el parámetro de la actualidad, un auténtico fascista, vamos. 

Ahí sí estaba consciente. Se me ocurrió porque suena el himno en cualquier parte y nos quedamos como pasmarotes. Hombre, hay veces que la gente le echa un poco de emoción. Pero no puedes ir más allá del chunda-chunda. Vi que Iñaki Gabilondo compuso una letra muy buena con las comidas de España, pero ya hubo gente que lo criticaba porque decía que no salía tal plato de su tierra.

No tenemos remedio.

Hacer una letra para el himno de España es casi imposible, pero se nos ocurrió un camino. Arrancaba con Asturias patria querida, convertido en “España patria querida”. Fuimos alfabéticamente, comunidad por comunidad, cogiendo estrofas de los himnos de cada una. Incluso añadimos versos en las distintas lenguas: catalán, gallego, euskera…

Era inapelable.

Sí, sí, una cosa muy trabajada. Tuvimos en cuenta hasta el número de población de los territorios por el tema de la proporcionalidad. Una enfermera simpatiquísima, de Sevilla, lo que tuvo que aguantar… Estaba yo con lo del himno. Se fue al ordenador y me iba sacando la información que le pedía de los himnos regionales. Qué pena, no he podido volver a verla, aprovecho para darle las gracias.

Antonio Resines, durante un momento de la entrevista. Laura Mateo

Siempre has tenido una relación muy estrecha con la muerte. Has estado a punto de palmarla un montón de veces. Esa gente es la que luego nunca se muere. Para haberte cosido la lengua un veterinario cuando eras niño, quedaste bastante bien. 

Quedé bastante apañado. De lengua, sí. Es cierto. Poco después de aquello me caí por un acantilado en Asturias. Luego he tenido accidentes gordos. Bueno, el cáncer me dijeron que estaba controlado por su ubicación. He estado varias veces a punto de palmarla. Por accidentes y por su tratamiento.

¡Incluso sufriste una transfusión de sangre equivocada!

Eso pasa más de lo que la gente cree. Hombre, no es que ocurra todos los días. Pero es que en mi caso fueron cuatro litros equivocados. No sé si tenemos cinco o seis en el cuerpo, así que imagínate. También lo superé, me generó una anemia brutal, pero se dieron cuenta. 

Tendón de Aquiles, tibia, peroné, prótesis en la rodilla, cadera, fémur, un stent en el corazón, el colon operado por el cáncer. Te has hecho un montón de retoques y sin pasar por una clínica dermoestética. Siempre por lo público. Nos estás costando caro, Antonio. Cada vez que saques una película, deberían invitar al cine a todos los españoles. 

¡Por lo público y por lo privado! Cotizas y pagas la Seguridad Social, pero si puedes y tienes posibles, tienes un seguro y lo utilizas a conveniencia. Si pagas, eliges. Es una cosa de primero de EGB. Lo explico por las tonterías que dice la gente. Pero para ser justos: lo grave siempre ha sido por lo público.

Oye, ha habido mucho lío este final de año con las manifestaciones en favor de la sanidad pública y también con las bajadas de impuestos en varias comunidades autónomas. Seguro que de esto quieres decir algo. 

Hay conflictos en Madrid, por ejemplo. Puedo hablar de lo que he vivido. La sanidad pública tiene un problema gravísimo de presupuesto, de falta de dinero. ¿Cómo se saca ese dinero? Eso es cuestión de los dirigentes políticos. Pero falta dinero e infraestructura.

En el caso de la atención primaria es muy evidente la falta de medios. Pongo un ejemplo reciente: a una persona la han citado para una colonoscopia cuatro meses después de la sospecha que les ha llevado a recomendarle que se la haga. Algo falla. Si tienes algo en el colon y se va desarrollando… Pongamos solución.

Hay gente que, tras una experiencia tan cercana a la muerte, sale muy cambiada. Creo que no es tu caso. Sigues sin creer en Dios. Te gusta la vida tanto como antes. No has experimentado alteraciones espirituales.

No, nada, estoy exactamente igual. Mi objetivo cuando estaba allí era salir. Cuando lo conseguí, el objetivo pasó a ser quedarme en las mejores condiciones. Sé qué pasa si no puedes andar, porque me he roto de todo. Quería tener un mínimo de forma para vivir como vivía antes y poder seguir trabajando.

Yendo a tu pregunta: no ha habido un cambio sustancial. Hice propósitos de enmienda, pero no he cumplido nada. Me fui más tiempo de supuestas vacaciones para descansar, pero tampoco.

"La sanidad pública tiene un problema gravísimo de presupuesto, sobre todo en la atención primaria"

Estás trabajando como un loco (acaba de concluir el rodaje de la segunda temporada de 'Sentimos las molestias', se ha estrenado 'El test', está grabando 'Matusalén' y prepara el personaje de 'Antonio Serrines').

Todo esto ha tenido una consecuencia buena para mí: te llaman más porque estás expuesto mediáticamente y la gente se acuerda más de ti. Te plantean más historias. Lo que tenía previsto hacer es lo que estoy haciendo, pero parece que estoy en más sitios porque se han juntado más cosas. Estoy bastante liado hasta el verano. 

Hay algo en lo que creo que sí has cambiado: eres más brusco que antes. No pierdes el tiempo con compromisos ni cosas que te aburren. Decía Baroja: “La cortesía es una obligación desagradable”.

Sí, eso dije, pero también ha resultado ser mentira. Lo dije, pero no lo he cumplido. Siempre me acaban liando.

De hecho, estás aquí, esta mañana, haciendo un hueco a un anormal que ha llegado tarde.

Sí, exactamente. Es una pena, digo que sí a todo. Voy a los sitios, pero me lo acabo pasando bien. Hombre, si pudiera escoger no ir un finde a no sé dónde… pero luego me lo paso bien.

La entrevista tuvo lugar en el salón de casa de Antonio Resines. Laura Mateo

Hay una escena que se repetía mucho cuando eras niño: todos los hermanos comprabais en el barrio de Ibiza, en Madrid, un polo. Los demás se lo comían a toda prisa y tú lo disfrutabas muy poco a poco. Cuando se lo terminaban, querían el tuyo, pero tú no se lo dabas. Así te llegó el éxito, sin ansiedad, sin la ambición de ser actor, pero cuando lo hizo, no lo soltaste. 

Lo del polo probablemente sea mentira. 

Qué cabrón, yo creía que era verdad y me había montado esta película de la metáfora de tu vida.

Será verdad, no sé, pero no me acuerdo bien. Esa tranquilidad que no sé de dónde me viene ha sido fantástica. Desde el principio he tenido trabajo.

Mi hijo me ha mandado unas cosas antiguas y salía yo diciendo que estaba en el paro. No lo recuerdo. No he parado. Creo que nunca he pedido el paro y podía haberlo hecho en algún periodo difícil. Está mal decirlo, pero en cuarenta y tantos años he parado muy pocas veces. Y siempre tenía alguna otra cosa, aunque no fuera de actor.

[Lo que sí es verdad seguro, porque lo sabemos, es que la infancia de Antonio transcurrió aquí debajo, en El Retiro. Vemos por la ventana el recorrido que hacía con sus cuatro hermanos. Llevaban al pequeño en un carrito. Y a los demás, incluido Antonio, atados al carrito con una especie de arnés.

Era distinto aquel Retiro. Estaba la Casa de Fieras. Pero la Casa de Fieras de verdad. Antonio y sus hermanos corrían a ver a los monos, que representaban las escenas que luego a él tanto le costaron en el cine].

Pese a tu ausencia de religión, quizá no sea esta una entrevista navideña equivocada. Has tenido una relación muy estrecha con la hostia. 

Con qué hostia, ¡pero qué dices!

Las hostias. De niño, continuamente a hostias. En casa con tus hermanos, en los parques con el grupo de enfrente, en el colegio te las daban los curas.

Con las hostias, sí. Siempre. Pero también tuve una época muy religiosa. Mira, te lo voy a contar. Hoy, qué casualidad, he estado hablando con el profesor que era de los Scout Católicos Españoles, de los que yo formaba parte.

Nos levantábamos a las ocho de la mañana y le ayudábamos. Me ha dicho quiénes íbamos en el coche y había gente conocida. No, no te voy a decir los nombres. Pero luego se nos pasó el rollo religioso. Pero viene bien decirlo en estas fechas, así la gente sabe que he tenido mis momentos místicos.

"En el colegio, tuvimos profesores desquiciados y violentos, pero también había algunos muy buenos que nos inculcaron las ganas de leer"

Debía de ser tremendo lo del profesorado de entonces. No has olvidado el bofetón que te dieron por fallar en una tabla de multiplicar. Aunque aquellos curas violentos coincidían con otros de los que tampoco ya quedan: esos hombres cultos, de vastísima cultura, que se lo habían leído todo. 

Hablando de esto, me encontré hace poco en Guadalajara a un profesor que tuvimos. Falleció en enero. Era uno de los máximos expertos en Cela en España: Paco García Marquina. Teníamos gente muy buena que nos inculcó las ganas de leer, de ir al cine. Y luego había otros que eran unos auténticos desquiciados. Mira, esos sí que eran anormales de verdad. 

Gracias por lo de “de verdad”.

Sí, lo eran de verdad, no como tú.

¿Qué te parece la educación de hoy? Hemos pasado, quizá por un efecto pendular, al extremo contrario. De los bofetones a poder pasar de curso con no sé cuántos suspensos.

Te voy a ser sincero: no tengo ni puñetera idea. Mi hijo tiene más de cuarenta años. Se me ha olvidado todo eso. Tampoco me acuerdo de cómo eduqué a mi hijo porque estaba siempre trabajando. Lo educamos a trozos, entre toda la familia. No tengo ni la más remota idea. Probablemente tengas razón y quizá haya una proximidad excesiva, pero yo qué sé. No sigo de cerca la educación porque no me toca.

En defensa de mi generación frente a la tuya… 

Pero tú de qué año eres.

Del 92.

Eso es una puñetera vergüenza. Eres un puto crío, coño. Eso me coge… No tengo ni sobrinos de esa edad.

Nosotros robamos mucho menos de lo que lo hacíais vosotros. ¡Menudos palos pegabais! En las librerías, en los bares. Para grabar aquellos cortos.

Porque hoy hay cámaras, no te jode. Si no, habríais robado tanto como nosotros. Si las hubiera habido en mi época, no hubiésemos pegado esos palos. Y, oye, lo hacíamos porque estábamos muy en forma. ¡Cómo corríamos! No es que fuéramos una banda de atracadores, eran cosas pequeñas. Aunque todavía hay alguno que me ve y dice: “Nos robasteis tal cosa”. Robábamos cultura, eso es muy importante decirlo. Y comida. Si teníamos hambre, arramplábamos con lo que fuese.

No teníamos un duro. En algunas librerías hemos hecho nuestras cosas, tiendas de deporte… Bueno, también trabajábamos mucho en el extranjero. Antes de la entrada en Europa, ya habíamos robado algo por allí.

Lo hacíais bien.

Porque corríamos. Hacíamos simpas. Una vez, uno me persiguió más de medio kilómetro corriendo a toda hostia. No me pilló, pero cómo corría el cabrón. Era una mezcla de gamberrada, emoción y ausencia de pelas. En familias de cinco hermanos, te daban una paga que no te alcanzaba para casi nada. Te buscabas la vida. Hemos vendido cosas que encontrábamos en casa, en el rastro… 

Lo de la vespino refleja bien esa época: te la robaban y tú se la robabas a otro. 

Era habitual eso. No éramos muy conscientes, nos parecía como “vamos a coger esto que no tenemos”. Incluso nos creíamos que tenía una justificación moral: “Por qué este sí y yo no”. Oye, teníamos 16 o 17 años, ¿eh?.

[Hay una anécdota muy divertida. Una vez, hicieron un simpa en un bar de un tipo que se lo había cedido para grabar un corto. Les preguntó: "Oye, el otro día comisteis allí, ¿no?". Contestaron que sí. "¿Qué os pareció la comida?". Respondieron que estaba muy buena. "¿Por qué no pagasteis, hijos de puta?"].

Quizá también bebamos menos que vosotros. Lo de La Movida debió de ser tremendo.

¿Cómo que “bebíamos”? Bebemos, en presente. Lo que pasa es que vosotros sois gentuza que no tiene ni puñetera idea. Había de todo, pero lo del alcohol sí era muy normal. Luego estaban las drogas duras, pero no me pareció tan habitual, pese a que algunos se quedaron en el camino.

Antonio Resines, a contraluz. Laura Mateo

¿Tenemos más miedo a la libertad que vosotros? ¿Eres de los que dice que se están poniendo muchos límites a la creación? Hablo del auge de lo políticamente correcto.

Eso, evidentemente, está pasando. En nuestra época nadie se lo planteaba. Franco había muerto en 1975, el régimen languidecía desde los setenta, pero había represión, ¿eh? El que sacaba los pies del tiesto cobraba.

Nosotros llevábamos un rollo ácrata. Estábamos en contra de todo, incluso de los partidos prohibidos. Íbamos a un mitin clandestino y también lo reventábamos. Pensábamos que todo estaba mal y nos creíamos que lo que hacíamos servía de mucho, pero no valía para nada. 

Lo raro es que hoy, teniendo más libertad que nunca, surjan esos discursos de contención. 

Pero es más o menos normal. Han aparecido colectivos que existían, pero que no tenían voz. Y la gente tiene más cuidado con no faltar al respeto a gente que lo ha pasado muy mal. Todo esto no me parece un problema demasiado complicado de resolver, es cuestión de sentido común.

En nuestra época, había tantos problemas que nadie estaba pendiente de si decíamos o no decíamos. Ibas haciendo, por eso gamberreábamos, con la comedia era más fácil que la gente tragara.

Por ejemplo, tú eres un gran reivindicador de Torrente. Hoy se montaría una terrible si se estrenara una película como aquella.

Tendría problemas, sí. Pero creo que lo que ha cambiado es que todo el mundo sabe qué opina todo el mundo. Antes te podías encontrar con tres que te decían: “Joder, es asqueroso”. Pero eran tres. Ahora todo el mundo tiene acceso, opina. Antes hablaban los críticos y nada más.

¿Tienes la sensación de que vives en un mundo que ya no es el tuyo? ¿Esto te hace ser un conservador? No sé si en un sentido político, pero sí en un sentido social. 

Lo curioso es que sigo participando en todos esos mundos nuevos. Me llaman y voy.

Como un turista del pasado en el presente.

Sí. Pero en el fondo es todo muy parecido: un pódcast es un programa de radio consumido de otra manera. Las redes sociales es lo que más ha cambiado, no existía eso. Estoy un poco fuera de todo, pero como colaboro con todo el mundo, pues ahí estoy, me voy adaptando. 

Eres el último español que folla en camiseta interior.

Sí, pero eso es mentira también. Tampoco me meto en la cama con zapatos, pero en la ficción lo hacía porque el frío era tremendo en los platós, así estaba más calentito. No entremos en detalles. Oye, habéis tapado un busto mío que tengo ahí. Esto ya me parece acojonante.

No hemos sido nosotros, Antonio.

¿Seguro?

Seguro. Tú siempre has pasado mucha vergüenza con las escenas de sexo. Está lo de tus orejas rojas cuando tenías que besar a Ana Belén. No te convence lo del “controlador de intimidad en las películas”. Una vez fuiste tú ese controlador para Ana Obregón, que estaba desnuda en la cama contigo. Planeasteis un modo de que ella saliera sin que se le viera y fue peor el remedio que la enfermedad.

No salió bien. Salió, de hecho, muy mal. Me lo pidió ella, “tápame un poco por aquí”. Fue un desastre, salió todo al revés. Las escenas de sexo… a la gran mayoría no le gusta hacerlas. Pero si eres actor, y estás haciendo de otra persona, tienes que aparentar que estás en esa circunstancia y que te apetece. 

Los detalles se discuten antes de empezar la película: si tú aceptas por contrato que puedes salir en la cama follando, hay que hacerlo lo más realista posible. No realista, ojo, pero sí lo más realista posible. Yo creo que esa figura no hace falta, me parece excesivo. Si la ponen, pues tampoco pasa nada. Yo ya no acepto ni siquiera quitarme la camiseta.

Antonio Resines se metió en todas las casas con el personaje de Diego Serrano. Laura Mateo

Hablemos de cuando pudiste ser comunista. Cuéntame tu participación en aquella asamblea de la Liga Comunista Revolucionaria. 

No era de la Liga, pero fui allí a ver qué tal. Estábamos hablando de la Tercera República y yo levanté la mano para preguntar si, cuando esa república llegara, se podría seguir yendo a misa. Pensaron que era subnormal profundo, no anormal. Subnormal, que es distinto. Dejaron de hablar conmigo, pero por otro lado, como en las manifestaciones había que darse de hostias y yo lo hacía, no les parecía tan mal.

Para que la gente entienda: sales de un colegio religioso y, aunque no seas practicante, te queda una educación. Estaba preocupado por mis padres, temía que no podían seguir yendo a misa.

Éramos esa izquierda que quería que todo el mundo viviera mejor. De raíz cristiana. De ahí viene muchísima gente. Llegas a la facultad, entré allí en Derecho con 17. Quieres ayudar. Yo formaba parte de los tontos útiles. Lo explico: todos teníamos las mismas aspiraciones, pero yo no sabía que había gente organizada, que tenía otras intenciones.

Aunque ya se te había pasado lo de querer ser comunista, en Yugoslavia te tuviste que hacer pasar por uno de ellos: “We are of the party”. Y os pegaron una paliza tremenda.

Sí, fuimos al grito de “somos comunistas” para que no nos diesen de hostias. Ahí ya éramos más mayores, no éramos tontos del todo. Es que los policías yugoslavos… ríete tú de los grises. Entraban en el tren y te acojonabas, eran unos bigardos tremendos. Luego nos fuimos a Grecia y nos pilló el golpe de los coroneles.

Luego quisiste ser revolucionario, pero te salió todavía peor. Intentaste secuestrar un autobús y…

Fue todo a la vez. En una protesta por la subida del pan. Estaba en la Autónoma de Madrid, que se acababa de inaugurar. Se convocó una protesta en Plaza de Castilla. No teníamos coche. Fíjate nuestro nivel, cantábamos: “Rector, bastardo, te has vendido al Pardo”. Un nivel bajo de cojones. 

Nos metimos en el autobús para que nos llevase a Plaza de Castilla sin paradas. La Policía, que se lo temía, se había metido dentro. Cuando iniciamos el secuestro, sacaron la placa, cerraron las puertas y nos llevaron a la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol. A mí no me dieron de hostias, a otros sí.

Tu nivel era realmente bajo, entonces.

Sí, sí, pero te diré una cosa: la gran mayoría era como yo. Gente que no sabía muy bien lo que estaba haciendo. Eso me gusta de esa época: protestábamos activamente cuando no nos gustaba algo. Y eso tenía riesgo. Hoy no lo tiene. Si te cogían haciendo algo, te daban pero bien. Es que daban hostias hasta en el carné de identidad. Esta entrevista habría sido impensable, vamos. Te daban de hostias hasta por ir con barba, es que a la gente se le ha olvidado.

"Con Franco, te daban de hostias hasta por ir con barba"

Un día saltaste con un periodista que te preguntó si con Franco se vivía mejor. “Mis cojones”, le dijiste. 

Claro, es que no tiene comparación, y eso que nosotros sólo vivimos los últimos coletazos. Era el régimen de las hostias como panes.

Se te dio la oportunidad desde la extrema izquierda y desde la extrema derecha, aunque no te convenció ninguno de los dos radicalismos. Muy poca gente sabe que hiciste la mili a las órdenes de Milans del Bosch y de Pardo Zancada, dos militares implicados en el 23-F. Tampoco funcionó.

Sí, fue así, pero con la diferencia de que nunca se me pasó por la cabeza ser como ellos. Acabé la mili en el 76. En el 81, dieron el golpe. La mili era brutal, en los regimientos pasaba de todo. Porque, claro, todos teníamos antecedentes penales. Una época apasionante. Ves, en la mili había todavía más hostias.

[Cuando Antonio hacía la mili, los sargentos repartían de lo lindo. Uno de ellos se pasó tres pueblos. Los que recibieron, aun así, le dijeron: "Sargento, sargento, vamos a hacernos una foto. Es para presumir ante las chicas". Llevaron la foto del sargento al bar donde iba a ir por la noche. Le pegaron una paliza de espanto. El lunes siguiente: "Sargento, ¿qué tal el fin de semana?"].

Tú que fuiste antifranquista, ¿cómo ves hoy lo del antifranquismo sin Franco?

Alguna gente, sin conocer el régimen de Franco, se declara franquista y dice que le parece bien. No tienen ni puta idea de lo que fue. Hay partidos, digámoslo de manera fina, muy conservadores que, sin saber de qué va la historia, porque por edad no lo han vivido, dicen que con Franco se estaba mejor. 

Estamos bastante bien como estamos. No jodamos con estos enfrentamientos absurdos y estas historias. No es de recibo que volvamos a esos pasados y se monten cristos porque sacan a Franco del Valle de los Caídos, que no tuvo que estar ahí dentro en su puta vida. Que lo saquen y ya está. Han tardado, sí, pero ya está. Hay cosas lógicas y razonables. Que haya gente que añore el régimen de Franco sin haberlo vivido es una gilipollez. Ahí tienes un buen titular. 

Por aquel entonces, ETA asesinó a Carrero Blanco. Dices en tus memorias que parte de la izquierda lo celebró porque consideraba a los terroristas como “luchadores por la democracia”. Es un mito que te toca mucho las narices. 

Sí, ese fue el error de muchos. Creímos en un primer momento que quien luchaba con las armas contra el régimen estaba haciendo un servicio por la libertad de todos los demás. Luego vimos que eran asesinos de la peor ralea. En un principio mucha gente lo entendió así. Oye, lo de la Iglesia, que refugió a terroristas, fue descarado. 

Se tardó mucho en cambiar el chip por completo. Al principio, sólo atacaban a fuerzas armadas, pero luego empezaron a matar a gente en general. Hubo un retroceso de apoyo popular. También influyó el miedo cerval a las delaciones, a las muertes. Ahí está Patria. Muy buen libro y muy buena serie. 

Otra de las cosas que dices en tu libro, con sorpresa, es: “Todavía hay hoy gente que vota a partidos relacionados con ETA”. Ese terror te tocó casi en primera persona, cuando el que era tu suegro, Fernando de Mateo, juez de la Audiencia Nacional, sufrió un atentado.

Fue un disparate, una cosa terrible. Recibió un paquete bomba en casa y lo reventaron. Tardó mucho en recuperarse y no quedó bien del todo. Perdió las manos. Asombrosamente, los que estábamos radicalmente en contra de ETA no teníamos un miedo paralizante. Seguíamos haciendo nuestra vida. Se llegó a aceptar con cierta normalidad que eso pasaba. Cuando cambiaron y empezaron a matar políticos, la gente empezó a moverse. Pero tampoco había tantas manifestaciones, ¿eh? 

Una vez te manifestaste junto a Savater y otros tantos frente a Ajuria Enea, la sede del Gobierno vasco. Ibarretxe dijo: “Unos cuantos actores y Resines se manifestaron en la puerta de mi casa”. ¡Vaya gancho te lanzó Ibarretxe!

Estuvimos Santiago Ramos, Marisa Paredes, Savater… La gente se preguntaba: “Pero, ¿qué hace Resines ahí?”. Iba porque me parecía repugnante la impunidad social de la que gozaban los asesinos. Ha cambiado radicalmente todo. No tanto como piensan algunos, pero sí ha cambiado mucho.

Pero en defensa de Ibarretxe diré que tuvo lo que hay que tener para venir al Parlamento a exponer su plan. Era un disparate porque no cumplía las condiciones. Pero nuestra Constitución permite ser independentista. Perdió la votación. Luego apareció al lado de Torra mucho tiempo después. En fin, nadie es perfecto. No digo que sea admirable Ibarretxe, pero…

No fue lo de Cataluña en 2017.

Eso. Es que aquello fue una tomadura de pelo.

Para “no ser actor”, llevas varias décadas en esto y has trabajado con los mejores. Hace tiempo que no aceptas uno de esos papeles dramáticos, profundos, de textos complejos. ¿Tienes intención de volver a hacerlo?

No me los han ofrecido.

Pensaba que era porque habías pasado esa página.

Hombre, me gusta más hacer comedia, pero si me mandan una buena historia y que esté bien escrita, me lo pienso. He hecho más comedia. En realidad, comedia dramática. Ya sabes lo de Woody Allen: “La tragedia es comedia, más paso del tiempo”.

¿Y el teatro? Es curioso: con toda tu experiencia, nunca te ha generado nerviosismo ponerte delante de una cámara, pero sí te produjo un ataque de pánico actuar sobre un escenario. 

Le dije a uno, ya con la obra empezada: “Apunta el número de mi madre y llámala porque me va a dar un infarto”. Es una cosa un poco rara, sí. Antes, por ejemplo, estaba más tenso leyendo un cuento a unos niños en un colegio que en un auditorio con cinco mil personas. Lo que me pasaba en el teatro era algo parecido en relación al cine.

Yo empecé en el cine, entonces el teatro me cogió mayor. Lo hice porque tenía que hacerlo y me lo pasé muy bien. Para mí, el teatro tiene una parte buenísima: ensayar hasta el estreno, lo bonito del proceso. Pero para mí, el problema es la repetición: hacer lo mismo todos los días me pone de los nervios. Fernán Gómez decía: “Me molesta que me miren cuando trabajo”. Hombre, eso ya me parece una pasada. No me prodigo mucho en el teatro, aunque últimamente estamos hablando de alguna cosa… 

Ya que has vuelto a nacer, diles algo a los que te recriminan que no actúas, a los que dicen que siempre haces de Antonio Resines. Te habrás dado cuenta de que yo, aparte de anormal, soy resinista. 

Sí, bueno, bueno… Podría decir: “Comedme…”. Pero no creo que sea adecuado. Miro a esa cámara: “Queridos niños. Sí actúo. ¿No veis cómo estoy actuando? ¿Os creéis que lo que he dicho en esta entrevista es verdad? Todo forma parte de un guion previo que me ha pasado este señor que ya no recuerdo cómo se llama, pero es una persona interesante. Sí actúo. Si no, me callaría porque no me pagarían. ¿No os dais cuenta? ¡Idiotas! Que no, que es broma, hombre”. 

Feliz Navidad, Antonio.

Feliz Navidad para ti, para El Español, para los españoles, para todo el mundo.

No ha estado mal la entrevista, si hubiera llegado puntual ya sería la hostia.

Me voy a cagar en tu padre.

Finalmente, la entrevista llegó a buen puerto. Laura Mateo