A José Luis Leal se lo habían chivado, pero él no se lo terminaba de creer. Le habían contado que, esa tarde, Adolfo Suárez iba a llamarle a La Moncloa para hacerle ministro de Economía. Tenía un problema: la jura del cargo era al día siguiente y a esos saraos convenía ir con traje oscuro. Y don José Luis, que todavía era José Luis, sólo tenía trajes claros.
Enfrentó el dilema. Lo cuenta en las memorias que acaba de publicar –Hacia la libertad (Turner)–: si se compraba el traje antes de que le llamara Suárez y luego no lo hacían ministro, iba a sentirse terriblemente ridículo. Si no lo compraba, al regresar de Moncloa, encontraría las tiendas cerradas.
Optó por lo segundo. Suárez llamó. José Luis volvió a Madrid y sólo halló un sitio abierto. Se probó lo que había. Le venía pequeño, pero le dio igual. Compró, juró y se convirtió en el cerebro económico del Gobierno. Afrontó –y solventó– una crisis inflacionaria mucho más gorda que la de hoy. Diseñó los Pactos de la Moncloa.
De todo esto hablamos, tropecientos años después, un jueves cualquiera, en la sede de Acción contra el Hambre, entidad de la que es presidente. Ha venido don José Luis vestido como en la Transición, por meterse en el papel. Una gorra de marino, un chaleco de lana cuello en pico, una corbata granate. Un rostro clavado al de Alfonso XIII. Eso decían en el Congreso los periodistas de entonces.
Hijo de un amigo de don Juan, José Luis Leal pudo estudiar con el grupo selecto de chavales entre los que se encontraba "Juanito", Juan Carlos I. Sellaron una amistad para siempre. Hace poco se han visto en Abu Dabi.
Leal, muy joven, abandonó el franquismo y se hizo monárquico opositor. Así llegó a la clandestinidad. Luego se metió en el FELIPE (Frente de Liberación Popular) y acabó exiliado en Yugoslavia al amparo de la Liga de Comunistas. Por el camino vivió el Mayo francés en París y se sacó un doctorado en Economía. Compaginó, como pocos, la militancia con el cultivo de las artes, la Historia y, sobre todo, los números.
Tras dejar el poder, José Luis Leal fue consejero de grandes bancos y del grupo Prisa. Pero parece haberle ocurrido lo mismo que cuando fue niño en el colegio del Rey: su procedencia poco aristocrática le mantiene a salvo de la soberbia. "Nunca serás uno de los suyos", le decía su abuelo.
A sus 84 años, parece el mismo que se quedó asombrado cuando, recién nombrado ministro, escuchó el taconazo de un guardia civil al verle. "¡Pasa otra vez! ¡Es increíble! A ver si vuelve a hacerlo", le decían sus amigos del exilio. Habla con calma, muy largo, con larguísimos gestos.
Nosotros, no vamos a esconderlo, taconeamos como aquel guardia cuando escuchamos el relato de don José Luis, que no es otra cosa que un llamamiento a los acuerdos... trufado de jugosos secretos de aquel tiempo.
Primero joven convencido del nacionalcatolicismo, luego monárquico antifranquista, después revolucionario comunista, finalmente ministro de UCD. Usted, don José Luis, es como un hombre creado en un laboratorio para encerrar la Historia de España.
¡Muchas gracias, hombre! Es una trayectoria un poco peculiar, pero no tan distinta, por lo menos en su origen, de la de tantos amigos que acabaron en UCD. Veníamos del mundo tradicional, del de los vencedores, pero algunos nos apuntamos a la oposición. Incluso a la revolución.
Es cierto que la mayoría de líderes de UCD viajó del franquismo a la Democracia, pero usted pasó por la revolución. Cosa que no fue tan frecuente. Pienso en Adolfo Suárez, en Calvo-Sotelo, en Gutiérrez Mellado… Ellos no tuvieron una etapa revolucionaria.
¿Sabe? Me impactó mucho ver lo que ocurría en el Cerro del Tío Pío. Era terrible. De lo más terrible que he visto en mi vida. Tomé conciencia de toda esa pobreza, de la importancia de la realidad social. Así viajé a la revolución. Luego, usted mismo lo decía, aposté por la reforma democrática y me convertí en liberal. Ese ha sido mi camino.
Usted tenía una ventaja sobre los perfiles similares al de Suárez. Había visto lo peor de ambos extremos.
Oiga, no lo había pensado, ¡pero tiene usted toda la razón! Fue así.
Ha abandonado esas turbulencias ideológicas, supongo.
Ha pasado tanto tiempo… Creo que tengo una visión del mundo liberal y tolerante. Pero ya desde hace muchísimos años.
Su padre y el de Juan Carlos I habían sido amigos. Gracias a esa influencia, pese a no pertenecer su familia a la clase alta, pudo usted estudiar con el entonces Príncipe. Uno de sus abuelos, ante la duda que se generó en la familia sobre la conveniencia de ir a ese colegio, decía: “Así hará contactos”. ¿Tuvo razón? ¿Habría llegado a ser ministro con Adolfo Suárez si no hubiese sido amigo del Rey?
Mi padre era marino de guerra. Coincidió con don Juan en la Escuela Naval, que estaba en San Fernando. Se hicieron muy amigos. Fueron de la misma promoción. Pienso que esa circunstancia no influyó en que yo fuera ministro. A mí me llamó Enrique Fuentes Quintana, un catedrático de Economía. El Rey no tuvo nada que ver. Mis dos abuelos tenían parte de razón en el debate que se abrió en casa ante la posibilidad de estudiar con aquel grupo.
¿Cuáles eran las dos posturas?
Uno decía: “Bueno, esto le servirá para conocer mundo, para estar cerca de determinada gente”. El otro respondía: “Cuidado, se va a sentir siempre a medio camino, en tierra de nadie. Nunca será uno de los suyos".
Y así sucedió: usted, en cierto modo, nunca se sintió uno más entre aquellos hijos de la aristocracia.
Es verdad. Como le digo, ambos tenían parte de razón.
Quizá por haber estudiado con la nobleza le influyera tanto lo que vio en el Cerro del Tío Pío. Los contrastes resultan muy efectivos.
Claro. También estuve ayudando en el Pozo del Tío Raimundo. Pero había una diferencia fundamental: en el Pozo ayudábamos a construir casas para los trabajadores, aquel mundo estaba estructurado; había un cierto porvenir. En el Cerro, todo eran cuevas, chabolas y oscuridad.
Como ha pasado tanto tiempo, permítame compartir con usted una confidencia. Mis colegas más veteranos me han contado que, en el Congreso, se rumoreaba que usted era hijo de un bastardo de Alfonso XIII. Incluso se percibía un parecido entre usted y aquel rey. ¿Lo había oído?
¡Eso que usted me dice es una locura! [suelta una carcajada] Nunca lo había oído, pero ahora que lo pienso… Es cierto que mi cara alargada puede tener cierto aire a la de Alfonso XIII. Lleva razón.
"Nunca había oído acerca de mi parecido con Alfonso XIII, pero ahora que usted lo dice... Lleva razón. Mi cara se da un aire a la suya"
Hablemos de Juan Carlos I. Usted conoce profundamente su psicología porque coincidió con él durante esos años en que se forma el carácter. ¿Cómo es don Juan Carlos?
Era siempre muy solidario con sus compañeros. Con un fuerte sentido de la amistad. Hemos conservado siempre el afecto que nos tenemos. Muy decidido, valiente. Eso, de chavales. Luego, más mayores, descubrimos que tenía un poderoso instinto político. Siempre sabía cuál era el paso que había que dar.
Cuenta en sus memorias que hace poco tuvo la oportunidad de verlo en Abu Dabi. ¿Cómo fue? ¿Qué le dijo? Imagino que le preguntó por qué no vuelve a España.
Jamás he revelado mis conversaciones con el Rey. Fue un almuerzo, había alguna otra persona. Vive en una especie de isla. En una casa que podría ser la de un ejecutivo medio. Da a la playa. Creo que se va a mudar a un lugar un poco más grande.
¿Está acompañado? Porque su salud ha empeorado en el último tiempo.
Siempre va con él un ayudante. Le pregunté precisamente por eso, por la infraestructura médica. Me dijo que había varios hospitales y buenos médicos. Si tiene cualquier urgencia, estará bien atendido, seguro.
Abu Dabi tiene un sabor amargo. Juan Carlos I pilotó la Transición de una dictadura a una democracia. Que se haya instalado en un lugar tan poco democrático… Simbólicamente resulta terrible.
Creo que lo que él quería era, fundamentalmente, privacidad. Eso no lo habría tenido en París o en Lisboa. Pensé que se instalaría en Portugal, pero creo que su razonamiento fue ese.
Está seguro de que “la Historia hará justicia a su figura”.
Ha habido una campaña muy clara en su contra por razones políticas, y no por otras. Hubo errores, pero yo me quedo con la otra parte: su máxima contribución a la democracia de nuestro país.
Una cosa es su vida privada –puede hacer lo que quiera, igual que cualquier español. La moral es cosa de sacerdotes o profesores de ética– y otra su conducta pública. Tal y como publicó El Español, Juan Carlos I creó una sociedad en Suiza para ocultar dinero a Hacienda en plena crisis económica. No es un “error” baladí.
Es un error, evidentemente. Pero se ha hablado tanto de eso… Se ha hecho una pirámide sobre eso. Mi piedrecita la pongo en el otro lado.
Se me ocurrió una maldad leyendo sus memorias. Hay una escena que, a ojos de los jóvenes, resulta muy divertida. Cuando aquel sacerdote, en el colegio, les dijo: “Habéis mordido la manzana que el diablo os tendía. Desde ahora, todo será diferente para vosotros”. Ese día, según cuenta, no estuvo don Juan Carlos en clase. Ahora lo entiendo todo.
[No se puede contener la risa] Fue así: ese día él no vino. Dejó de asistir una temporada a clase porque se volvió a Portugal debido a un empeoramiento de la relación entre Franco y su padre.
Usted pasó de la “represión sexual” del franquismo a la “represión sexual” de las organizaciones comunistas. La primera es de sobra conocida, pero ¿cómo era la segunda? Cuénteme alguna anécdota, porque habla de eso en sus memorias.
¡Es que, en el fondo, éramos los mismos! Los que militábamos en las organizaciones revolucionarias también habíamos crecido en esa sociedad tan represiva. En Madrid, en mi tiempo en la organización, creo que no conocí a una sola chica. Cuando escuchabas que una se había convertido a la causa, oías hablar de ella como toda una musa.
Lo que me parece admirable es que ustedes, siendo tan jóvenes, consiguieran reprimirse sexualmente por respeto a un ideal político. Hablo ya de la clandestinidad y la revolución. Lo de antes fue imposición.
Navegábamos en ese mundo tan represivo. No era ni siquiera un voto de castidad. Habíamos crecido y vivido así. Cuando salí fuera, me di cuenta de que las cosas eran distintas.
Como aquel revolucionario africano que conoció en Belgrado: sabía que las mujeres que se le acercaban eran espías, pero alternaba con ellas porque… “¡había que aprovechar!”.
No sé qué fue de él, pero debo decir que era un auténtico líder. Tenía un gran carisma. Organizaba mítines en torno a un perolo de arroz. Los suyos le seguían con adoración.
"No conocí una sola mujer en las organizaciones comunistas revolucionarias. Cuando escuchabas que una se había convertido a la causa, oías hablar de ella como una auténtica musa"
Vivió Mayo del 68 en París. ¿Lo hemos mitificado o resultó tan importante? ¿Qué avances se lograron?
No creo que se haya sobrestimado. Me refiero, en concreto, a Francia. Fue un movimiento muy importante. Introdujo elementos nuevos en la sociedad francesa. En el aspecto intelectual, supuso un abandono general del marxismo, que venía dominando con fuerza la universidad. Se generaron otros movimientos.
Pero fue más importante todavía al ensanchar lo que podemos entender como libertad individual. El Mayo del 68 quebró las barreras de una sociedad excesivamente estructurada. Fue un punto de inflexión, hubo una ruptura clara.
En su exilio de Yugoslavia, acogido por la Liga de los Comunistas, tuvo como encargo aprender la “planificación socialista”. ¿Qué aprendió verdaderamente?
Fui allí para redactar unos folletos y supervisar su impresión. Porque los imprimíamos en Yugoslavia. De paso, me propuse aprender la “autogestión”. La peculiaridad de aquel régimen, frente al resto de los países comunistas, era la autogestión. Un fenómeno interesante.
Quise hablar con los economistas. Encontré a un chico joven. Me respondió: “La mejor forma es el libre mercado”. No estaba tan mal la autogestión, tenía sus puntos buenos, mucho peores eran los sistemas soviéticos.
Empezó su desengaño revolucionario.
Eso por supuesto. Vi claramente que la sociedad yugoslava era más pobre que la española. Eso significó un choque: “¿Qué pasa aquí?”. No vi tanta miseria como en el Cerro del Tío Pío, pero sí percibía estrecheces en la vida diaria. Fue una experiencia con situaciones interesantes.
Conocí a muchos brigadistas internacionales que habían combatido en España. Eran ya mayores. Habían luchado por un ideal y vivían conforme a él. Por eso nos ayudaban. Eran personas entrañables. El modelo político yugoslavo era tan totalitario como el español, pero su modelo económico era más pobre.
¿De eso se puede concluir que la clase media vive mejor en las dictaduras de derechas que en las de izquierdas o le parece una generalización absurda?
Las dictaduras acaban volviéndose siempre contra los ciudadanos. La prueba la tiene usted en Argentina. El populismo de Perón acabó con uno de los países más ricos del mundo. Podría decirse que fue una dictadura de derechas y acabó con el país. Da igual de izquierdas que de derechas: las dictaduras acaban con los países.
¿Es cierto que sus compañeros de organización le dijeron que en Yugoslavia no se podía llevar paraguas porque era cosa de burgueses?
Sí, sí. Fue estando en Ginebra, antes de salir hacia Yugoslavia. Llevaba un paraguas y… “¡ni se te ocurra!”.
Pero está caricaturizando, ¿no?
¡Qué va! Me limito, como Stendhal, a poner un espejo en el camino. Me lo dijeron mis compañeros de organización para advertirme antes de que marchara a Yugoslavia. Luego allí, por supuesto, llovía y todo el mundo llevaba paraguas.
Otra de sus misiones en el Frente de Liberación Popular, el conocido como “Felipe”, fue investigar a las grandes familias de ricos en España para saber a quién expropiar llegado el momento. ¿Continúa existiendo hoy un núcleo de ricos poderosos en el que es difícil entrar por mérito y capacidad?
Creo que no. Además, hoy hay mucha más información que entonces. Un día accedimos al listado de accionistas del Banco de España. Pensamos: “Aquí están los que mandan”. Muchos pertenecían a congregaciones religiosas. Nos poníamos a investigar las memorias de las empresas. Quisimos saber cómo era el cogollo.
Pero, ¿ese cogollo es hoy más abierto?
Creo que sí. Sobre todo porque las empresas están obligadas a dar mucha información. Hombre, existe una élite, claro. Pero no es como antes.
"Antes de salir hacia Yugoslavia, mis compañeros de organización me dijeron que allí no podría llevar paraguas por considerarse una cosa burguesa"
Solían llevarles invitados ilustres al colegio. Fue a verles Millán-Astray. ¿Cómo fue?
Me quedó la imagen de un hombre con muchas heridas y cicatrices. Era impresionante. Había que verlo siendo niño, ¿eh? Yo tendría nueve o diez años. No recuerdo el contenido de la charla, como es lógico, pero sí tengo en la cabeza su rostro y su cuerpo. Aunque… me puedo imaginar lo que nos dijo.
¿Qué piensa de la Ley de Memoria aprobada por el Gobierno? Sostiene en su libro que el llamado “consenso básico” fue abortado por Zapatero en 2011.
La memoria hay que dejársela a los historiadores. Es muy peligroso que los políticos escriban la Historia. Mire, la solución política es sencilla: detectar y exhumar las fosas comunes. Eso debe ser cuestión de la colaboración entre las autoridades públicas y las familias. Pienso que debe haber un presupuesto para ello. El problema es real, está ahí. Pero, ¿una ley de reinterpretación de la Historia? Me parece muy peligroso.
Disculpe mi ingenuidad: ¿y cómo podemos recuperar el consenso básico?
Estamos muy lejos de eso, pero sería técnicamente muy fácil. Se lograría con un acuerdo entre los dos partidos nacionales mayoritarios. Una perspectiva razonable pasaría por reforzar de alguna manera la estabilidad de los gobiernos. En Grecia, el partido que gana tiene una prima de cincuenta diputados adicionales. A mí no me gusta ese camino, me parece poco democrático. Pero los politólogos deberían hacer una propuesta.
Nuestro sistema proporcional es muy democrático porque permite la representación y la influencia de las minorías. No obstante, cuando se alcanza una gran polarización, como es el caso de hoy, revierte en una enorme fragilidad.
Los sistemas mayoritarios, como el de Francia, pueden otorgar más estabilidad a los gobiernos, pero hay partidos, como pasaba con el de Le Pen, que tenían un 15% de votos y casi ningún representante en el Parlamento. Busquemos un equilibrio entre las dos fórmulas.
En 1977, tras quince años fuera de España, se incorpora a la estructura económica del gobierno de UCD. Leyendo sus memorias he aprendido que tenemos un poco idealizado aquel tiempo. Enrique Fuentes Quintana, el vicepresidente económico, explicaba los acuerdos “con voz de trueno”. Todos los ministros le decían que sí, que ya cumplirían y luego “hacían lo que querían”. Tampoco es tan distinto a lo de ahora, ¿no?
Con una diferencia: Enrique Fuentes Quintana no pertenecía a ningún partido, mientras que muchos de aquellos ministros eran barones territoriales. Y como barones, tenían que contestar a la base que los sostenía en el poder. El presidente Suárez apoyaba a Fuentes Quintana, pero no podía estar encima de todo lo que se hacía. Entonces…
Estaba empezando un sistema político diferente y había que saber manejarlo. Para aprender a hacerlo había que estar en un partido. El que sí supo manejarlo fue Fernando Abril, vicepresidente, al que conocí muy bien. Fuentes Quintana era un catedrático de universidad, un intelectual muy sólido, pero estaba fuera de su mundo.
Es muy divertida la dimisión de Fuentes Quintana.
¡Sí! Presentaba la dimisión muchísimas veces debido a esto de lo que estamos hablando. Entonces Suárez, que era magnético, lo acababa convenciendo para que se quedara. Hasta que un día, Fuentes Quintana presentó la dimisión y… ¡desapareció! ¡Se escondió para que Suárez no pudiera encontrarlo! Tenía miedo a que lo convenciera.
Como ministro de Economía, afrontó una crisis inflacionaria brutal, todavía peor que la actual. ¿Cuál es su receta para el momento presente?
Normalmente, la vía es un gran acuerdo entre los distintos actores sociales, principalmente empresas, gobierno y sindicatos. Hablo de un acuerdo de rentas que pase por aceptar una pérdida de poder adquisitivo. Con dos añadidos: una protección de las clases vulnerables y alguna contrapartida por parte de lo público, como puede ser una reforma fiscal.
Así, aunque el fenómeno que provoca la crisis sea a grandes rasgos externo, podremos cortar la espiral. Milton Friedman decía que la inflación es un fenómeno monetario. No es exactamente así, pero para que me entienda: hay que reducir el dinero en circulación. El BCE ya ha aumentado los tipos de interés precisamente para frenar la masa monetaria.
Al mismo tiempo, si se moderan los salarios, las empresas deben moderar los precios. Lo digo como efecto deseable; es decir: tiene que producirse sin una intervención pública. El Estado tiene instrumentos para empujar en esa dirección en el marco del libre-mercado.
Hablando de acción de Gobierno: ¿qué opinión tiene sobre la abolición del delito de sedición y la reforma del de la malversación?
Son errores absolutamente lamentables. La abolición de la sedición desprotege a la Constitución. Y es importante porque nuestra Constitución no se protege a sí misma como hacen las de otros países europeos [se refiere a que la Carta Magna española no obliga la militancia. Es decir: se puede presentar a las urnas, por ejemplo, un proyecto independentista, no así en Alemania].
En cuanto a la malversación… En Europa se han quedado impresionados: “¿Vamos a enviar decenas de miles de millones y ustedes reducen las penas por malversación?”. Que uno se aproveche personalmente o no es secundario.
Lo primero que estudié fue Derecho. Pronto aprendí que la ley debe ser general y no escribirse ad hominem. ¡Estas reformas se han hecho para cuatro políticos! Es totalmente rechazable.
¿Y la ley del sólo sí es sí?
Es una ley realizada con muy buena voluntad… y muy mal hecha. Siéntense y corrijan. Pero en lugar de hacerlo se reafirman en criticar a los magistrados. Resulta insólito y vulnera la separación de poderes. Los jueces aplican la ley tal cual es.
"Las críticas de parte del Gobierno a los jueces por la aplicación de la ley del sólo sí es sí vulneran la separación de poderes"
Cuando escucha cosas como que la “Constitución está en peligro” y que Sánchez “no respeta el Estado de Derecho”, ¿le parece una exageración o lo considera ajustado a la realidad?
Me parece que se están dando pasos peligrosos para el Estado de Derecho. Hay que respetar la separación de poderes. Es fundamental para mantener las libertades.
Las medidas que hemos comentado tienen que ver con las cesiones al independentismo catalán. Cuando usted fue elegido ministro, Fernando Abril, el vicepresidente, quiso imponerle la creación de una secretaría de Estado para mediar con “el mundo económico catalán”. Usted dijo que por encima de su cadáver, que dimitía si eso ocurría. Fue usted un visionario.
Me pareció increíble. Fue tal cual. Era peligroso. No había por qué mediar ni con los empresarios catalanes ni con otros. Ya existen otros canales y contextos para sus reivindicaciones ante el poder político. No hace falta crear una oficina especial de relación con empresarios catalanes. ¡A santo de qué!
Trace un retrato de Adolfo Suárez. Habla de su carisma, pero también cuenta que, de la biblioteca que había en Moncloa, dedujo que Suárez no leía. No era un intelectual, vamos.
Se veía que era una biblioteca hecha rápidamente y con poco criterio. Pero seamos cautos. Le pongo un ejemplo. Jean Monnet, padre de la Unión Europea, leía muy poco. Cuando se publicaba algo interesante, llamaba al autor, que iba y se lo explicaba. ¡No tenía tiempo para leer!
Pero vamos al meollo del asunto.
Suárez desprendía un claro magnetismo. No tratamos demasiado. Sentía mucho respeto por la economía. Recuerdo que, un día, fui a verle a su despacho y tenía en la mesa un manual de “Introducción a la Economía”. “Adolfo, no te pongas ahora con eso, hombre. Si tienes alguna duda, pregúntanos a alguno de nosotros”.
No era un intelectual, era un hombre de gran atractivo, sabía establecer relaciones muy cordiales con los distintos. Y, sobre todo: era un maestro de la táctica. Eso lo dominaba. No fue un hombre aferrado al poder. De hecho, esa facultad le permitió irse de aquella manera tan digna.
¿Y en cuanto a sus ideas?
A eso sí estaba aferrado. La fundación del CDS, que a mí me pareció un error, era un compendio de su pensamiento: la combinación de ideas fuerza de la izquierda, como la solidaridad social; con posturas económicas de libre mercado.
También tengo la sensación, tras leerle, de que hemos idealizado la UCD con el paso del tiempo. Los navajazos que se metían ustedes no tienen nada que envidiar a los líos internos de los partidos hoy.
Sí, pero también con una diferencia: eran conspiraciones educadas. No nos insultábamos. Es que ahora se oyen unas cosas… Primero, yo no era afiliado del partido, luego sí di el paso. Las peleas eran tremendas, tanto en la cúspide de la organización como en las agrupaciones pequeñas.
En un momento dado, dice que la UCD se desmembró porque reunía tantas sensibilidades políticas como partidos había en otros parlamentos europeos. Desde la muerte de aquel proyecto, todas las organizaciones de centro han fracasado. CDS, UPyD, Ciudadanos… ¿Es imposible?
Adolfo era, con su carácter y su magnetismo, quien logró aunar todas esas voluntades durante un tiempo. Creo que el centro no es imposible. Los gobiernos en España, si usted se fija, siempre han sido de “centro-derecha” y de “centro-izquierda”. Podemos concluir que el centro ha estado muchos años en el poder. Así fue mientras duró el consenso. Ahora ya no sucede.
Cosa distinta es el “centro liberal”. Eso sí es muy complicado en España. Celebro cuando los dos grandes partidos integran en su seno las ideas liberales. Nuestra sociedad se ha polarizado mucho, espero que volvamos a regresar al centro.
El PSOE ha dado pasos para alejarse del centro, fundamentalmente mediante su coalición con Podemos. El PP trata de alejares de Vox, pero está encontrando dificultades. Esa misión requiere muchos escaños.
Feijóo debería intentarlo. Dependerá del programa, de la campaña.
Como liberal, ¿le inquieta el auge de Vox?
Me inquieta todo lo que puede llevar al extremo. Cualquier marcha en esa dirección es peligrosa para la libertad.
"Me inquieta el auge de Vox porque me preocupa todo lo que pueda llevar al extremo. Cualquier marcha en esa dirección es peligrosa para la libertad"
El relato que hace sobre el PSOE también rompe algunos de los tópicos asumidos hoy. Tenemos interiorizado que Felipe González y los suyos fueron grandes adalides de la Transición, pero usted deja entrever que la pusieron en riesgo cuando, con tal de machacar a Suárez, lo acusaron de “continuar el franquismo sin Franco”.
Hasta las elecciones de 1977, fueron un partido testimonial. Sacaron muchos más escaños de los que pensaban. Entonces vieron la oportunidad de alcanzar el poder y comenzaron a transformarse en un partido de gobierno. Ese camino fue largo y complicado. Y ahí se enmarca eso que usted dice. El punto de llegada fue el abandono del marxismo.
También indica que el PSOE sólo se prestó a los Pactos de la Moncloa arrastrado por el Partido Comunista, para no quedar retratado ante la opinión pública.
Tuvimos la suerte de contar con un personaje como Santiago Carrillo. Le dimos un premio desde la fundación Fernando Abril. El premio de la concordia. No se lo dimos por Paracuellos, claro, sino por su papel en la Transición. Aun así hubo quienes nos lo recriminaron. Me llamaron para increparme.
Carrillo, a finales de los setenta, tenía los pies en la tierra. Sabía que si el experimento democrático fracasaba tan pronto, el peligro de involución era enorme. Por eso colaboró con los Pactos de la Moncloa. El PSOE, retratado ante esa postura, se vio obligado a seguir sus pasos.
¿Cree que González y Guerra se han arrepentido de su campaña contra Suárez?
Seguro que sí, pero no puedo asegurarlo. Tendrá que preguntárselo a ellos.
¿Qué es hoy el PSOE? ¿Cree que cambiará mucho cuando Sánchez no esté?
No sé qué es hoy el PSOE. No sé si sus bases comulgan con las tesis de Pedro Sánchez. Lo digo de veras: no lo sé. Por eso tengo dudas de lo que ocurrirá. Lo que sí puedo decirle es la añoranza que tengo del PSOE de González. Me refiero al PSOE de González ya en el Gobierno, no al anterior. Aunque yo no formo parte de la organización socialista. Cualquier militante, al leer esto, puede decirme con razón: “Oiga, pero eso tendremos que decidirlo nosotros”.
Cuando comenzó a instalarse en la política la importancia de la imagen, trataron ustedes de explicárselo a Fernando Abril. Le decían que se fijara en las cámaras y todo eso. Él no hacía ni puñetero caso y advertía de los riesgos de que la idea quedara diluida en el envoltorio. Hoy estamos en eso. Es una epidemia. ¿Los políticos de hoy son realmente peores que los de hace treinta o cuarenta años?
Los políticos de hoy son muy distintos. Cuando desapareció el franquismo, desapareció también la clase política existente. Algunos de sus restos, los más liberales, se integraron en la democracia. Apareció otra gente. No éramos políticos. Médicos, economistas, abogados… Profesionales de distintos campos que quisimos echar una mano. Estuvimos unos años, no muchos.
Con la consolidación de la democracia, se creó una nueva clase política. Y se creó como una carrera. Coja a cualquiera de los de hoy. La carrera empieza en las Juventudes. Si destaca, se va de concejal a un Ayuntamiento grande. Luego salta al Parlamento autonómico. Después, al Congreso.
Como han patrimonializado el Estado, si su partido está en el Gobierno, esa persona puede pasar a una subsecretaría, después a una secretaría de Estado… Al final, ministro. O candidato a la presidencia. Es toda una carrera.
En definitiva, muchos de los políticos de ahora no han cotizado a la Seguridad Social. ¡No conocen el mundo real! Y una cosa que me preocupa mucho: no hacen política en relación a los hechos; interpretan la realidad única y exclusivamente con el marco de su ideología. Por no hablar de las listas cerradas y bloqueadas…
Hable, hable.
Se diseñaron así para facilitar las cosas en la Transición. Hubo que haberlo cambiado. Es un sistema que da un poder enorme a la cúpula de los partidos. No existen los contrapesos. Eso ha desatado en los partidos un alejamiento de la realidad. Porque funcionan de una manera totalmente distinta a la del resto de la sociedad.
Tengo la sensación de que la Transición ha perdido su fuerza como relato épico entre los jóvenes. Y fue toda una aventura épica, así queda constatado en sus memorias. Cuénteselo a un chaval de dieciocho años.
Una vez el ser humano se garantiza la subsistencia, lo más importante es la libertad. La Transición fue una lucha por la libertad frente a un régimen que no la permitía. Esa lucha siempre es peligrosa. Porque el sistema autoritario en el poder dispone de instrumentos represivos para defenderse.
Hoy, en España, no existe esa necesidad. Los jóvenes se movilizan por otras causas. Es lógico y razonable. Es difícil trasladarles la importancia de ese legado porque no pueden imaginarse cómo es la vida sin libertad. Y no les culpo; es imposible si no se ha vivido.
Inténtelo, pongamos que está hablando con uno de ellos. ¿Qué le diría?
Imagínate que no puedes besar a quien quieres en la calle, imagínate que sólo está permitida una religión, imagínate que no puedes escribir lo que realmente piensas, imagínate que te pueden meter en la cárcel por no compartir la ideología dominante. Todo lo que hicimos fue para que eso no volviera a existir y sólo fuera… imaginación.
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