De Ernest Urtasun he leído tan buenas opiniones y visto tan precisas intervenciones como para intuir en él la última versión del guardiolismo. El flamante ministro de Cultura desprende la asepsia institucional perfecta, una moral actualizada y un currículo tan brillante y diáfano que lo fácil es quedar ante él como un bárbaro a poco que confronten un puñado de pasiones. Se trata del target más explorado por la dupla Sánchez/Díaz, reclutadores de expertos en sacar de quicio a sus flojos adversarios.
Pese a ser diplomático de carrera y el último de los burócratas importados de Bruselas para europeizar nuestra vida, un adjetivo destructivo se unió adiposamente a su nombre el lunes pasado, cuando se anunció su nombramiento. Urtasun es antitaurino. El principal rastro intelectual es una tribuna publicada en 2014 en elDiario.es y que, escrita a cuatro manos, apenas tiene cinco párrafos.
Habida cuenta de que las ayudas específicas de la Unión Europea a los toros no existen, no cabe sino la misericordia desde el titular (Acabemos con las subvenciones europeas a la tauromaquia). Los ganaderos de bravo reciben a través de la Política Agraria Común el mismo dinero que el resto del bovino extensivo europeo. Urtasun, simplemente, abogaba por marginar una actividad que detesta, y propone tratar a los toros como a los linces ibéricos, taxidermizándolos en vida, casi emparedándolos con el único fin de convertirlos en piezas de museo. Una aspiración supongo que legítima hacia los animales bobos, domésticos o con jersey.
El resto de los argumentos, incluidos dos párrafos (el 40% del zumo de dos cerebros) de pura envidia marxista contra Miguel Arias Cañete por estar casado con una señora Domecq, tan expropiable apellido, apenas pesan unos gramos.
Contestar a un tuit (un hilo, vale) publicado hace una década es en vano. Abordar los toros desde un punto de vista político es imposible. La afición está asediada por el estigma ideológico y lo más efectivo sería sujetar un ramillete de certezas que la justifiquen sin ahondar demasiado. Valen un par de aforismos de Lorca, tres ripios de Sabina, cuatro fotos en sepia de Manolete o unos versos de Machado para relegar el culto al torero hacia el arquetipo de aficionado/cliché propietario de redes sociales temáticas. O hacia una militancia pendenciera que, bajo el anonimato del nick, abandona ciertos códigos de cortesía con ánimo montaraz.
Aprovecharé su tendencia a los prejuicios (dice Arcadi que tenerlos es pura supervivencia, y tiene razón) para decir que su crianza en San Gervasi por un matrimonio del PSUC equivale a la impostura de un Tarzán amamantado en una jungla de sofisticaciones. Es normal, sucede a menudo, que los máximos animalistas sean aquellos cuyos animales salvajes de referencia son las palomas que juegan a espantar en El Retiro. Una cadena trófica que gira en torno a una fauna mansa.
No obstante, toros al margen, lo que llama la atención de Urtasun es su autoproclamación como el nuevo McCarthy. Me refiero a su anunciada intención de instaurar una nueva caza de brujas contra las manifestaciones culturales de la extrema derecha, como aquel senador americano hizo con los comunistas en la Guerra Fría. Ensamblar ambas fobias invita a pensar que el próximo Dalton Trumbo será Morante de la Puebla. La extrema derecha es el nuevo comunismo, y el comunismo (con dos ministras en el Gobierno) es el nuevo macartismo.
¿Cómo lo hará? Los pasos hasta alcanzar la sociedad perfecta serán paulatinos. Urtasun deberá encontrar a su propia Leni Riefenstahl, una genia que estandarice los nuevos cánones culturales conforme al BOE, el Summa Artis del sanchismo. La gala de los Goya deberá presentar la misma apariencia ideológica que el cine de Malditos bastardos, pero al contrario, sin tufo alguno a extrema derecha. La sensación en la izquierda es que hay que emular a los totalitarismos para combatirlos.
La actriz Silvia Abril ha sido la primera en comprar el discurso, casi palabra por palabra, del nuevo ministro. "El auge de la extrema derecha se combate con cultura, recordando de dónde venimos y las cosas que ya ha vivido el mundo", ha asegurado alguien perfectamente sincronizada con el poder. Lo único que le ha pedido a Urtasun es dinero para fabricar cultura ideológica en un mundo del espectáculo donde la simple diversión ya supone una frivolidad. ¿Para qué leer una novela de Raymond Chandler estando en algún lugar Maruja Torres?
La nueva estrategia entronca, además, con ese muro que quiere construir Sánchez. El objetivo es dejar al otro lado a los caminantes fachas que, como los pandilleros de Mad Max, avanzan loquísimos al ritmo melódico de Calamaro. Declarado melómano, Urtasun sabrá de lo que hablo. Sus seis artículos publicados en Rockdelux ligan sus filias a la militancia. Todo el mundo sabe que una buena canción exige una limpieza de sangre ideológica, vaya a ser que el batería asomara por Ferraz con una cacerola.
Lo único que habría que recordarle es en qué lado del Muro de Berlín sonaba la música.