"Pude hacer la Transición porque no dimití por las penas de muerte": el último ministro de Franco
Fernando Suárez: "La Transición acabó con el franquismo, pero también lo legitimó" / "Estoy en contra de la amnistía de hoy y de la de 1977. ETA volvió a matar y la independencia no puede dejar de ser un delito" / "Sánchez es el presidente legítimo de España sin la menor duda" / "De la guerra iba a salir una dictadura ganara quien ganara. Era mejor que saliera una de derechas".
14 enero, 2024 03:10"No sé por qué he concedido esta entrevista".
Se lo dice Fernando Suárez (León, 1930) a los fotógrafos poco antes de empezar. Quizá lo haya hecho porque tenemos la misma edad que sus nietos. Acaba de escribirles a ellos una carta de casi un millar de páginas. Un libro que se llama Testigo presencial (Real del Catorce, 2023).
Es, literalmente, una vida narrada de principio a fin. Con papeles, documentación y correspondencia. Quizá una de las últimas biografías de papel. Todo son papeles. La tinta para sus nietos pretende explicar distintas contradicciones que, según insiste, tienen una explicación que las resuelve a su favor.
Suárez, este hombre que disimula los noventa años en su gran envergadura, nos recibe en el quicio de la puerta. Es el último ministro con vida de Franco. Encarnó la cartera de Trabajo y la vicepresidencia tercera. Luego diseñó en el equipo de Fernández-Miranda la Ley para la Reforma Política que puso en marcha la Democracia. Hay una lámpara de luz amarilla que nos coge de las solapas y nos lleva al tiempo que no conocimos.
Sólo él, último de su estirpe, puede acercarnos al régimen visto desde el ángulo del poder. Desde el cuarto más oscuro: su Consejo de Ministros. La distancia entre Suárez y Franco fue muy corta. Tanto como para que un día nuestro entrevistado se encargara de poner nuevas fundas en el colchón de la camilla que trasladó al dictador tras una de sus operaciones.
¿Cómo se puede estar radicalmente en contra de la pena de muerte y no dimitir de un régimen que las ejecuta? ¿Cómo se puede querer una Democracia y considerar que el franquismo es el mejor modo para conseguirla? ¿Cómo se puede sostener que la Transición acabó con el régimen pero al mismo tiempo lo legitimó? ¿Cómo se puede ser ministro de Franco y decir durante un viaje oficial en el extranjero que, de haber democracia en España, votaría socialdemócrata?
Todo eso es Fernando Suárez y está dispuesto a enfrentar ahora, esta noche cerrada, esas preguntas. Umbral lo describía como "un azul metido a demócrata, una cosa un poco rara, difícil de resolver". Tomamos asiento en el salón. Una chimenea, libros, fotos. Alguna con el rey, ninguna –por lo menos a la vista– con Franco.
A ratos, se producirá una paradoja divertida. Al defender parte del legado de la dictadura, lo hará con un talante democrático tan fuerte como para dejarnos bucear en sus dudas morales, en lo más profundo del abismo de su intimidad. Resbalar por esa pendiente es el privilegio del oficio... y un regalo de la biología.
Este catedrático de Derecho sólo va a levantar un muro. Será cuando lleguemos al día en que no logró impedir las penas capitales. Se llevará a la tumba la deliberación del Consejo de Ministros. Así lo juró. Pero sí va a desvelar conversaciones cruzadas entre dirigentes del régimen fuera de esa habitación. Broncas, gestiones, discusiones.
No dimitió tras los fusilamientos por "solidaridad" con sus compañeros. Reitera que tiene la conciencia tranquila. Y asegura que, de haberse marchado entonces, habría sido apartado de la política para siempre: "No habría podido hacer la Transición".
Pero... ¿cómo actuaría si pudiera volver atrás este cristiano que dice estar en contra de la pena capital incluso en el caso de los peores asesinos? Un momento, un momento. Empecemos por el principio.
[Vea aquí el vídeo de la entrevista completa]
Ha escrito un testamento vital de casi 900 páginas para explicar su trayectoria política a sus nietos. El texto transmite una ansiedad por contar. ¿Qué es lo que más le preocupa que ellos piensen de usted?
Tal y como están tratando de contar la Historia a través de la Ley de Memoria, lo que verdaderamente me preocupa es que el franquismo parezca un periodo mucho más negro de lo que fue. Quiero contar la verdad de lo que viví. Es verdad que he escrito para contar a mis nietos mi versión.
Escribe: “Corremos el riesgo de aparecer como colaboradores de una cruel dictadura que durante cuarenta años impidió a los españoles el disfrute de la libertad”. Usted luego diseñó en el equipo de Fernández-Miranda la Ley para la Reforma Política que hizo posible la Democracia. Ambas cosas son ciertas. “Colaboró con la cruel dictadura” y acto seguido contribuyó a acabar con ella. Lo primero es lo que aporta valor a lo segundo, ¿no?
No, no. Es que mi colaboración con la dictadura fue trabajar por los demás. El Ministerio de Trabajo era muy bonito: hicimos muchas cosas por la gente. Ambulatorios, el Salario Mínimo… Había falta de libertad, exactamente. Pero era más para los políticos que para los ciudadanos.
¿La libertad política no es sustancial?
Políticos y periodistas sufrieron la dictadura hasta el final, pero las cosas cambiaron mucho para los ciudadanos entre 1940 y 1974.
Sostiene que se cuenta el franquismo subrayando sus opresiones, sus represiones y sus aspectos más negativos. Tiene razón en que creció el índice de la alfabetización, se creó la Seguridad Social y se dejó atrás el hambre. Pero, ¿merece la pena hacerlo a costa de la libertad y de acabar con la otra mitad de España? Me ha asaltado esa pregunta en casi todas sus reflexiones.
Si se parte de la base de que la República era una democracia ideal... Da la impresión de que unos generales, unos obispos y unos terratenientes se levantaron contra la República. No es verdad. La Guerra Civil la provocó la izquierda tanto como la derecha. Hablo del PSOE de Largo Caballero, tan influido por el comunismo. Durante la guerra, en la Puerta de Alcalá había un retrato de Stalin. Los Nuevos Ministerios, vistos desde el aire, eran la hoz y el martillo.
¿Y si hubieran ganado la guerra los que la perdieron? ¿No habría habido represión? ¿Se habrían reconocido los Derechos Humanos inmediatamente? Eso es falso de toda falsedad. De la Guerra Civil habría salido una dictadura en todo caso. Desde mi punto de vista, naturalmente, era mejor que saliera una de derechas que una de izquierdas.
Permítame un matiz: es verdad que gran parte de la izquierda dibuja la República como una arcadia feliz. Pero aquella República, con todas sus imperfecciones, era una democracia en la que los ciudadanos elegían a sus gobernantes en las urnas. Eso era impensable en el franquismo.
Lo que hay que estudiar día a día es el tiempo que va de febrero a julio de 1936. En la primera parte de la República se empezaron a quemar conventos, aunque al fin y al cabo eran excesos. Cuando ganó la izquierda, se sublevó Sanjurjo (1932). Luego, cuando ganó la derecha, se sublevó Largo Caballero (1934).
Pero desde febrero, cuando triunfa el Frente Popular… Aquellos cuatro meses resultaron insufribles. Lea la prensa de entonces: asesinatos diarios, asaltos de iglesias, ataques a centros políticos… La lista de sucesos es tremenda. ¡Asesinaron al jefe de la oposición! Estuvieron implicados los escoltas del ministro de Obras Públicas. Llegó un momento en que Franco, que no quería sublevarse, se incorporó al Alzamiento. Todo eso, o se cuenta como fue, o se tergiversa.
¿Subrayar los aspectos más negativos de una dictadura no es una inversión a futuro? Nos da herramientas para que no vuelva a repetirse. Si me deja llevar el caso al extremo, también podría decirse que Hitler alcanzó el pleno empleo o que Mussolini cosechó importantes aciertos urbanísticos. Pero, ¿poner la catástrofe muy por encima de aquello no es lo que nos vacuna frente al totalitarismo?
No estoy de acuerdo con usted. Hitler no tenía nada que ver. Era totalitario y extendía su totalitarismo por toda la sociedad. Con Franco, la banca y el comercio eran libres. Había prohibiciones, pero no era un régimen que controlara la vida diaria de los españoles. No es verdad.
Siempre que “no entraran en política”. Siempre que los españoles no se expresaran con libertad.
Sí, se lo he dicho antes: no había libertad en la política ni en la prensa.
Hombre, es que eso también es totalitario, don Fernando...
Bueno, bien, si usted lo considera así…
Si la izquierda hoy impidiera que los periodistas nos expresáramos libremente, usted diría rápidamente que estamos en un régimen totalitario.
[Guarda silencio antes de contestar]. Si sólo fuera eso, no lo diría. Sería un régimen intolerable, pero no totalitario. El totalitarismo es controlar la vida del ciudadano desde que nace hasta que muere. Eso no se pretendió nunca en España.
Como cualquier otro, usted es un hombre lleno de contradicciones. Pero su caso reviste un enigma muy particular, eso suscitan sus memorias. De entre todos los políticos del final de la dictadura y del principio de la Transición, Umbral decía que usted era el más difícil de resolver.
Oiga, es que Umbral era un arbitrario. Era genial, un escritor fuera de serie, pero muy arbitrario y caprichoso. No se le puede tomar como referencia.
Voy con las contradicciones. Por ejemplo, usted dice sobre los dirigentes del franquismo: “Los hombres que han protagonizado estos años de paz esforzada y creadora merecen admiración, gratitud y respeto”. Pero también dice: “Había que entregar a las generaciones venideras una España moderna y plenamente democrática”.
Claro, ¡claro! ¿Por qué fracasó la República? Los españoles que la trajeron eran los mejores de su momento. Tenían un nivel impresionante. Ortega, Marañón, Pérez de Ayala, Azaña, Alcalá Zamora… Era gente de primera. Pero, ¿qué les pasó? No sabían que una Democracia necesita sobre todo clase media. En 1935, la diferencia entre un terrateniente y un campesino era insufrible. En la República, confundieron la libertad con hacer lo que a uno le diera la gana. Quemar iglesias, cosechas y matar alcaldes. “No es esto, no es esto”.
Oiga, usted sabe que está simplificando mucho.
No, no, perdone, en todo caso simplificó Ortega, que dijo que aquello no iba bien. El único régimen en España al que le sucedió una verdadera Democracia es el franquismo. ¡Es curioso y ustedes los jóvenes no se fijan en ello! Tiene usted razón en que cualquier dictadura es execrable y en que no debe volver a ocurrir y que…
¿La suya también?
Incluso. Por supuesto. Franco está en la Historia, pero merece un respeto. Porque consiguió poner a España en forma para que la Democracia fuera posible. Lo fue y lo está siendo. La Constitución española vigente tiene una cláusula que deroga las Leyes Fundamentales del régimen anterior. Por tanto, la propia Constitución reconoce la legitimidad del régimen anterior. La República no derogó nada. Se aceptó por todo el mundo con gran entusiasmo. No lo digo con reproche, todo el mundo la quería, pero no derogó la monarquía en su Constitución. Negar esto que yo le cuento es pueril.
Si he comprendido bien las memorias, su tesis es más o menos esta: había que lograr una Democracia, pero iba a hacerse desde el franquismo y gracias al franquismo. ¿Esto puede comprenderlo alguien que haya nacido en Democracia? O mejor: ¿esto puede comprenderlo alguien que no haya sido franquista antes que demócrata?
Lo tienen que comprender. Es un hecho. La Ley para la Reforma Política fue el momento clave de la Transición. Con ella empezó a nacer la Democracia. Si la Constitución tiene unos padres, nosotros, los que diseñamos aquella ley, somos sus abuelos. Sin esa ley, nunca habría habido elecciones libres.
"Cuando vio que venía una Democracia de verdad, el PSOE renunció a su esencia republicana"
El PSOE pidió la abstención en la votación de esa ley. No querían que la democracia fuera consecuencia del régimen de Franco. Ahí están los hechos. Cuando vieron que venía una democracia de verdad, se portaron bien. Renunciaron a su esencia republicana y aceptaron la continuidad.
Su primera gran duda moral llega cuando Franco le propone ser ministro. Usted ya aventuró que aceptar sería “una gran hipoteca” para el futuro. Otra contradicción aparente: siendo Franco tan mayor, y deseando usted “una democracia”, ¿por qué no esperó a que muriera el dictador?
¡Franco tenía ocho años menos que yo ahora! Haber rechazado el ministerio habría sido oportunista.
O coherente.
Hice todo lo posible por el aperturismo en las Cortes de Franco. Vi que era muy difícil porque estaban muy controladas por el régimen. Pensé que, desde el Gobierno, se podría hacer algo más. El espíritu del 12 de febrero de 1974 de Arias Navarro hoy se toma a broma, pero fue la primera vez en que el régimen reconocía que había que cambiar. Quise ayudar a Arias.
Fíjese si el régimen fue "totalitario" que tardaron casi cuatro décadas en darse cuenta de que había que cambiar.
Perdone, pero no es lo mismo ganar una guerra en 1939, luchar a vida o muerte… La militancia de 1940 no tiene nada que ver con la del final de la dictadura. Eso lo debe usted entender.
Sus nietos también le preguntarán por esto. Si es que es usted el primero que, aparte de los positivos, subraya los aspectos negativos del franquismo: cuenta anécdotas relacionadas con la represión y las torturas. Entonces…
Oiga.
Déjeme preguntarle.
Déjeme a mí responderle.
Pero si no le he hecho la pregunta.
A mí me echaron de la Universidad de Oviedo por subversivo. ¡A mí! Me prohibió una conferencia el gobernador civil de Alicante tres meses antes de que me nombraran director general. Cuento lo que pasaba. Cuando Franco estaba ya en La Paz, llegó en coma al hospital un chaval al que la policía había maltratado. ¿Cómo lo voy a negar? Pero todo eso no era lo sintomático.
Entiéndame, yo no viví aquello, pero escuchándole y leyéndole esas cosas, me sorprende que aceptara usted ser ministro de Franco.
Porque valoré más la oportunidad de influir en la política para traer la apertura. Lo otro eran desgracias diarias que siguen pasando ahora. ¿O no hay bofetadas en una comisaría? No tanto como entonces, pero…
Don Fernando, hay una distancia sideral entre el presente y aquel tiempo.
Ya, ya, que me va a contar [lo dice como rectificando el ejemplo que ha puesto].
A Juan Carlos de Borbón le pasaba algo parecido con esa duda moral. Usted revela que él le dijo algo que, visto hoy, tiene gran valor histórico: le confesó que le incomodaba mucho que le reprocharan “estar siempre como un borrego al lado de Franco”.
Las cosas son mucho más complejas de como se presentan, requieren pincel y no brocha. Don Juan Carlos era nieto del último rey y su padre estaba excluido de la sucesión. Su padre cometió el error de impulsar el Manifiesto de Lausana, pidiendo a los aliados que intervinieran en España para quitar a Franco y ponerle a él. Franco dijo: “Te vas a enterar”. Y lo borró.
Pero Franco creía que lo mejor para España era una monarquía. Y lo nombró sucesor. Don Juan Carlos, por un lado, juró las Leyes Fundamentales del régimen. Pero heredó de su padre la convicción de que debía ser el rey de todos los españoles, y no sólo de los que ganaron la guerra. Jurando aquellas leyes, también estaba jurando, como le decía don Torcuato, la posibilidad de modificarlas.
El plan salió adelante.
Don Juan Carlos, el rey, lo hizo admirablemente. Es una pena que Juan Carlos, el hombre, haya cometido los errores que se le conocen y que yo lamento. Pero el rey fue irreprochable, no merece estar en los Emiratos.
¿Y el hombre lo merece? Es que no se puede deslindar al hombre del rey.
No, no, usted ya me ha entendido.
Por seguir cierto orden cronológico, el momento más interesante de sus memorias es el de las penas de muerte que firmó el Consejo de Ministros del que usted formaba parte.
No es verdad, no es verdad. El Consejo de Ministros no firmó nada.
“Se dio por enterado”. Utilizaba “firmar” como la expresión de que ese Consejo de Ministros suscribió aquello.
Es que se dice que yo firmé penas de muerte.
“Se dio usted por enterado”.
Franco firmaba los indultos. Las penas de muerte las firmaban los tribunales.
Lo que pasa es que en una dictadura no hay separación de poderes.
Hombre, ¿cómo puede usted decir eso? Diga si quiere que los tribunales, sobre todo los militares, estaban influidos y que dejaban mucho de desear, pero quienes dictaban las sentencias eran esos tribunales, y no Franco.
Por resumirlo: si Franco no hubiera querido ejecutarlos, no se hubiesen ejecutado.
Ah, no, claro.
Año 1975, el último coletazo del franquismo. Según sus palabras, “los días más desazonantes de su vida”. Por poner algo de contexto: usted nunca estuvo a favor de la pena de muerte. En la teoría, “por la repugnancia que suscita”. Y en la práctica, “porque la inmensa mayoría de los legisladores que la implantaban eran incapaces de aplicarla por sí mismos”. Usted conoció a Franco personalmente, ¿lo incluye en esa mayoría?
No lo sé, no lo sé, no lo sé… Franco, como todo militar en una guerra, habrá disparado y habrá matado, pero aplicar la pena de muerte así en frío, no lo sé, no creo… En ese momento, era muy anciano. La deliberación del Consejo de Ministros es secreta y no se puede contar, pero ese momento al que usted se refiere fue muy difícil.
Desde que indultaron a los asesinos de Carrero Blanco, año 1973, hasta aquel 1975, hubo crímenes de ETA feroces. Fue terrible. El ejército de entonces decía: “El Gobierno algo tendrá que hacer”. ¿Qué hubiera pasado si los asesinatos de ese momento en lugar de ser las ejecuciones por la pena de muerte hubieran sido otros atentados fruto de indultos? Don Juan Carlos no habría llegado a reinar.
Usted hizo algunas gestiones para conmutar penas de muerte que dieron sus frutos. Vivía con desasosiego cada vez que llegaba una sentencia capital, pero se iban conmutando. Hasta que llegaron aquellas cinco ejecuciones.
No estaba de acuerdo con la pena de muerte, lo puede comprobar todo el mundo. Fui a visitar al presidente Arias para hablar con él. Se molestó. Decía que los tribunales que había impuesto esas penas estaban formados por gente de honor. Sobre los tremendos defectos de aquellos Consejos de Guerra, escribí al ministro del Ejército lamentándolo. Pero si en aquel momento me hubiera ido…
Tuvo la duda de irse del Gobierno, de dimitir por las penas de muerte que ejecutó el régimen, pero decidió no hacerlo. El régimen ejecutó a cinco personas y usted no se “atrevió” a dimitir. El verbo es suyo, está en su libro; no es mío. ¿Le remuerde la conciencia no haberse atrevido?
Habría sido insolidario con mis colegas y con la situación objetiva. Lo dijo el cardenal Tarancón: “Es necesario tomar alguna medida, no se puede seguir así”. La decisión del Consejo de Ministros no fue unánime, pero la solidaridad sí.
Si pudiera volver atrás, ¿dimitiría de ese Gobierno por las penas de muerte?
No. Si hubiera dimitido, no habría sido procurador en Cortes designado por el Rey para hacer la reforma política. Me hubiera eliminado de cualquier posibilidad.
Esa dimisión podía haberle apartado de la política, pero ¿habría tranquilizado su conciencia?
Mi conciencia está tranquilísima. ¡Estaría bueno!
Es usted el que dice en sus memorias: “Yo, como cristiano, jamás podré compartir la pena de muerte ni en el caso del peor asesino”. De ahí que yo hubiera deducido que tenía remordimientos.
No, no. Jamás me ha remordido la conciencia. Entre las dos situaciones, la menos mala fue la que se adoptó.
Decidir si dimitir o no tuvo que ser, como poco, difícil.
No. Dimitiendo habría cometido un error.
Supongo que este episodio es uno de los que más quiere explicar a sus nietos.
La carta mía al ministro del Ejército no la había visto nadie nunca jamás hasta ahora que la he publicado en el libro. Mi conversación con el presidente Arias a principios de aquel mes tampoco la supo nadie.
Las deliberaciones del Consejo de Ministros, como usted dice, son secretas. Pero déjeme preguntarle: aquel día, ¿hizo todo lo que pudo para frenar esas penas de muerte?
Es secreto. Oiga, es secreto. No le voy a contar deliberaciones…
No le he pedido que desvele las deliberaciones. Le he preguntado si hizo todo lo que pudo.
Ese Consejo de Ministros no lo ha contado nadie jamás.
Se lo llevará a la tumba.
Claro. Es lo que juré.
Pero si no le he preguntado por el contenido, sino si hizo todo lo que pudo.
Usted pregunte lo que quiera, pero tropieza con un muro. No insista.
Tiene palabras muy duras contra el Gobierno de la izquierda, de Felipe González, por los GAL, a los que describe como “penas de muerte encubiertas”.
La aplicó Giscard con la guillotina. ¡Con la guillotina! La pena de muerte quedó absolutamente desprestigiada e identificada con la dictadura. Atreverse a ejecutar penas de muerte después de eso era muy complicado. Pero como era indispensable luchar contra la ETA… decidieron que en los cuarteles de San Sebastián se torturara y se matara.
"Me parecen peores las penas de muerte encubiertas de los GAL que las últimas penas de muerte del franquismo"
Eso me parece peor. Por malo que sea, un tribunal militar es público y notorio. Fue un error de Felipe González, que me parece un estadista respetable. Pero aceptó ese juego, se equivocó y cometió un error.
Curiosamente, en los primeros compases de la Democracia, había en España, según las encuestas, más detractores que partidarios de la pena de muerte. Pero, conforme nos fuimos adentrando en ella, el porcentaje se invirtió: más partidarios que detractores.
Hombre, es que si hace una encuesta a los ocho días de producirse un asesinato… el porcentaje de los partidarios sube. Probablemente hoy, no haya apenas partidarios. Pero eran momentos muy convulsos. Ustedes los jóvenes no se pueden hacer a la idea. ¿En qué año nació usted?
1992.
¡Para entonces ya estaba todo hecho! En aquel tiempo, era terrorífico. ETA mataba a inocentes, era el terrorismo en lo sustancial. Asesinar para desatar la alarma en la población. Eso crea una reacción en contra muy explicable.
Muerto Franco, llegó la Transición. Transcribe algo que le dijo Torcuato Fernández-Miranda, que me parece una revelación interesante: “Si lo hacemos bien, los grupos políticos del régimen ganarán limpiamente las elecciones, pero entrarán en el juego todas las demás fuerzas políticas. Así quedarán relegitimados democráticamente el Régimen de Franco y la monarquía que le sucede”. ¿La Transición se diseñó para que los herederos del régimen ganaran las primeras elecciones y así quedara legitimado el franquismo?
Las primeras elecciones no las podía ganar más que el régimen. Era impensable que lo hiciera la oposición porque estaba dispersa. Cuando don Torcuato me dijo aquello, ni se hablaba de la participación del Partido Comunista. Después, Adolfo Suárez tuvo la audacia de reconocerlo. Fue un acierto.
Con todos los gobernadores civiles y el sistema del régimen en vigor prácticamente hasta la Constitución, era imposible que se perdieran esas elecciones. Lo importante era que se permitiera la concurrencia de las izquierdas y que, en el futuro, la Constitución se abriera a la igualdad. Y sí, el régimen quedó legitimado.
Su conclusión, ésa según la cual la Transición legitima el régimen franquista, es muy parecida a la del otro extremo, a la de Pablo Iglesias.
No, pero Pablo Iglesias sostiene que la Transición se hizo para que el franquismo siguiera en vigor. Eso no es verdad. La Transición no se hizo para que sobreviviera el franquismo, pero sí para legitimarlo. Son matices, ¡matices!
En 1977, llegó la Ley de Amnistía. Usted se posicionó en contra. No tuvo dudas. ¿Por qué?
Me posiciono en contra ahora, entonces no era diputado ni pintaba nada.
Pero usted dice en su libro que entonces estuvo en contra.
Bueno, es igual. Le cuento: la amnistía se da para que algo que no debe ser delito deje de serlo. Si usted no puede sindicarse, lo hace y le llevan a la cárcel, pues hay que amnistiarle. El aborto, sin ser yo partidario, lo mismo. Una mujer que estuviera en la cárcel por eso, había que amnistiarla.
Digan lo que digan hoy, la amnistía del 77 fue pedida principalmente por la izquierda. No querían que les sacaran a relucir sus actividades subversivas durante el régimen. Por aquel entonces, eso de que hubiera una necesidad de amnistiar al franquismo no se le pasaba por la cabeza a nadie. Por eso, Alianza Popular votó en contra. Votó a favor con entusiasmo la UCD. ETA respondió matando. Salieron de la cárcel etarras con crímenes tremendos a sus espaldas. Luego volvieron a matar. Para eso no se hace una amnistía.
Es verdad que se amnistió a terroristas con graves delitos de sangre, pero también se amnistió a quienes asesinaron o torturaron desde las estructuras del Estado. ¿No era la única manera de lograr una Democracia plena?
Los delitos que se pudieran descubrir cometidos desde la dictadura, podían todavía juzgarse. No se puede amnistiar lo que no se ha juzgado. Por eso es tan polémico lo de ahora. ¿Cómo es posible que vayan a amnistiar a quienes no han sido juzgados?
Ocurrió entonces y va a ocurrir ahora.
Padeciendo la lógica jurídica. Fue un gesto de reconciliación que tuvo su importancia. Lo entiendo. Borrón y cuenta nueva. Partimos de cero. Todos somos inéditos. Pero, ¿qué se amnistía ahora? ¿Ha dejado de ser delito proclamar la independencia de forma unilateral?
El Gobierno actual, a punto de aprobarla, la compara continuamente con aquella de 1977. ¿Le encuentra algún paralelismo?
No, no encuentro ningún paralelismo. Hay un factor que se diluye: con motivo de la independencia de Cataluña, Felipe VI pronunció un gran discurso. Fue irreprochable. ¿Y ahora le van a hacer firmar que no ha pasado nada? ¿Y la lealtad al rey que el presidente jura al aceptar su cargo en qué consiste?
Por cierto, ciertos sectores de la extrema derecha y de la derecha llaman a Sánchez “presidente ilegítimo”. Usted niega la mayor.
Sánchez es el presidente legítimo de España sin la menor duda. Al presidente lo elige el Congreso de los Diputados, no los ciudadanos. Aunque haya tenido menos votos en las elecciones, ha tenido más en el Parlamento. Es, desde luego, el presidente legítimo.
Tengo que preguntarle por Vox, porque la izquierda lo define continuamente como “hijo del franquismo”. Usted fue ministro de Franco, ¿le parece un razonamiento correcto?
Un hijo del franquismo no dice que hay que colgar a alguien por los pies. Me parece un disparate. Ese joven se ha equivocado. Defiende algunas cosas que yo comparto: su insistencia en que la inmigración sea siempre legal. Decir lo que ha dicho le descalifica.
¿Piensa que Vox es gasolina para Sánchez?
También dice que gracias a él no vuelve el franquismo. Sabe que no es verdad. A Sánchez, Vox no le viene mal. Equipara al PP con Abascal y mete a todos en la misma rueda. Feijóo es un político demócrata sin ninguna herencia “totalitaria”, que diría usted. Mantener vivo el mito del franquismo como si fuera un riesgo actual resulta arbitrario. No es verdad.
Y al otro lado de la balanza, ¿qué opinión le merecen los pactos del PSOE con Bildu?
Me parecen una equivocación. Está bien que la Constitución permita su modificación e incluso la llegada a la República, pero que el gobierno de una monarquía parlamentaria pacte con los independentistas catalanes y vascos me parece una equivocación.
Una vez, me dijo Nicolás Sartorius: “Por qué el PSOE no va a pactar con Bildu sin haber condenado Otegi los crímenes de ETA si en la Transición el PSOE ya pactó con los dirigentes del franquismo que no condenaron en ese momento los crímenes del régimen”.
Es un argumento estéril. En aquel momento, los crímenes del franquismo no estaban en la vida real. Mire: yo no sostengo tanto que no se deba negociar con Bildu por heredera de ETA cuanto por su tesis de acabar con la monarquía parlamentaria.
El jefe del Gobierno tiene el deber de oponerse a todo lo que pretenda acabar con la monarquía. Lo de la mesa de Ginebra y las visitas a Puigdemont, en busca y captura, no tiene antecedente en el mundo mundial. ¿Un gobernante democrático yendo a entrevistarse con un delincuente? Esos serán los errores que cuenten ustedes cuando sean mayores.
Es muy cruel, si me permite el adjetivo, con sus compañeros de régimen que luego integraron la UCD: “No consigo superar mi desprecio hacia esos personajes a los que vi adular a Franco de forma increíble y mendigar ascensos, ahora dicen sin rubor que España sale de la larga y triste vicisitud de la dictadura. Eso lo pueden decir lícitamente quienes vienen del exilio, del silencio o de Carabanchel, pero no quienes jamás levantaron la voz”.
Claro. Así es.
Traicionarse a sí mismos, en aquella España, ¿no era también un gesto de valentía? Asumían un gran riesgo, por ejemplo, legalizando el Partido Comunista. Si no llega ser por la UCD, no le estoy haciendo yo a usted esta entrevista con total libertad.
Mi punto de vista sobre Adolfo Suárez es de admiración hasta las elecciones de 1977. Después ya no. Era el único político capaz de hacer lo que hizo. Ninguno de los demás habríamos sido capaces. Él era flexible, tenía los principios lo suficientemente flexibles como para saltar de ministro secretario del Movimiento a la plena Democracia. Lo hizo muy bien.
"Adolfo Suárez fue admirable hasta 1977. Después me di cuenta de que no era la persona a la que yo respetaba"
A partir de las elecciones, creyó que el éxito de la reforma era suyo, y no de Torcuato. Para demostrar lo difícil que había sido, puso de relieve “las opresiones del régimen”. Oiga, eso en Adolfo Suárez resultaba insólito. Cuando dijo esa frase de “la larga noche de la dictadura”, me di cuenta de que no era la persona que yo respetaba.
Bueno, tenía razón Suárez con esa frase, ¿no?
¿Qué es tener razón?
Aquello era un hecho. España salía.
¿Y quién lo dice? ¿Adolfo Suárez, que formaba parte de la secretaría general del Movimiento?
Esa flexibilidad que usted le critica hizo posible la Transición.
La Transición la hizo posible la cabeza prodigiosa de Fernández-Miranda. Adolfo fue la persona utilizada como única capaz de adaptarse y obedecer. Hasta que decidió independizarse. Pero son dos fases totalmente distintas. Lo de la “larga noche de la dictadura” lo podía haber dicho cuando era ministro secretario, pero no lo dijo jamás.
En 1978, se estrena España como Estado Autonómico. Pasado el tiempo, ¿ha sido un acierto?
La concepción de España como Estado Autonómico es un acierto. Su realización es un error. No se hizo bien porque se metió la palabra “nacionalidades”, que resulta deletérea. La nacionalidad, como explicó Torcuato cuando se opuso en el Senado, es igual que la nación. Y la nación requiere Estado. En esas estamos.
La Ley Electoral, la del sistema proporcional, nos ha dejado un Congreso muy fragmentado. Hoy, un partido que representa a un 1% de los españoles decide nuestro futuro en una mesa de Ginebra. ¿El problema es de la ley o del Gobierno que pacta con Puigdemont?
Las soluciones que España necesita requieren el acuerdo de los dos grandes partidos. Eso es imposible mientras estén Sánchez y Feijóo. Probablemente haya que cambiar a los dos.
Hay una anécdota de usted con Franco que me ha llamado mucho la atención. Le está usted leyendo la lista que propone para las medallas del trabajo. Y, cuando termina de leer, él le dice: “No hay ningún catalán”. ¿Ejercía el poder consciente de que existía ese problema territorial?
Tenía mucha estima por el espíritu de trabajo por los catalanes. Admiraba Cataluña. Yo no me había planteado una distribución general de las medallas. Lo hice por profesiones. Me fui al ministerio y busqué el expediente de una candidatura catalana.
En sus memorias, dice que uno de sus fracasos más notorios ha sido no lograr que la derecha sea para siempre un partido verdaderamente democrático. ¿A qué se refiere?
¿De dónde es usted?
De Pamplona.
Si usted quiere ser diputado por Navarra, tiene que pedírselo a Sánchez o a Feijóo. Usted, por sí mismo, no puede proponerse. Eso no pasa en Francia, en Alemania o Inglaterra. Aquí, para ser diputado, hay que pasar por el despacho de quienes hacen las listas. La gente de nivel no se presta a eso. Un abogado del Estado, un catedrático bueno, un gran médico, un buen empresario… no va a ir al despacho de Feijóo a pedirle que le meta en una lista.
¿Ni el PP ni el PSOE son democráticos?
El PSOE no lo ha sido nunca, no me importa. Pero el partido de la derecha podía haber sido modelo democrático. ¡Si es que además lo dicen! He elegido a tal, he elegido a cuál. Es una cosa de locos. ¿Cómo no van a elegir a su candidato los militantes de Cataluña? ¿Por qué lo eligen en Madrid? Eso ni es democrático ni lo será nunca.
Cuando no esté, ¿cómo cree que debería escribirse el obituario más ecuánime?
Digan ustedes lo que quieran. Difunto, ya no me intereso. Lo que dijeron en vida fue respetuoso. Me da igual, no me voy a enterar.
Por terminar con una provocación, igual que hemos empezado. La gran victoria de la Democracia es que un ministro y vicepresidente de Franco acabe la entrevista diciéndome “escriba usted lo que quiera”. Eso fue la Transición, ¿no?
Claro, ¿cómo no le voy a decir eso? También lo pensaba en 1970, ¿eh? La libertad de expresión y la libertad de prensa son indispensables en la vida civil. ¡Diga usted lo que quiera!