No lo diré en la redacción por miedo a que me pidan un taxi y me manden presto a hacerle un reportaje, pero conozco al primer hombre purgado por Pablo Iglesias. Es parroquiano en Richelieu y reflexiona en las terrazas de Madrid, entre martinis y periodistas, ya con más interés por la temporada de Juan Ortega que por la lucha de clases. Se sobrepuso felizmente al comunismo y ahora hasta recomienda libros para comprender Nueva York, cuajando una bonita historia de superación que susurra a mujeres maduras (intelectualmente) al oído.
Recordé aquella anécdota con tufillo a clandestinidad este lunes, día de recobrada celebración en la izquierda por el centenario de la muerte de Lenin, y que tanto Iglesias como El País homenajearon con sendos disidentes sacrificados. Se trata del último rito atávico que aún conserva el progresismo.
Al joven Sergio Gregori, un chaval autodefinido bajo la antítesis de periodista militante, le han cortado el grifo en Canal Red (Podemos) por sus filias un poquito más allá de Podemos (Canal Red). Al viejo Fernando Savater, escritor independiente que puso a toda España de acuerdo con su Ética para Amador, defendido ahora por la derechona por no haberse actualizado como Maruja Torres, lo han echado de El País (PSOE) por rajar de El País y del PSOE.
Gregori es un tipo cordial que siempre nos ha levantado el teléfono. Su precoz vocación periodística la solventó colgando entrevistas resultonas en YouTube. Como todos los adictos a la opinión que menudean la fama, presta más interés al videoblog que a la columna. Un puñado de aforismos le han bastado para solventar los monólogos en la caravana del fundador de Podemos. Portaba un ramillete de condiciones idóneas para contentarlo. Hay que reconocerle el mérito de no haberse posado en Iglesias como el loro en el hombro del pirata.
Iglesias quiso moldear una réplica novillera de Antonio García Ferreras que cuajara faenas de dos minutos en los sótanos de la red. Un presentador que diera paso a la carnaza ideológica recalentada de unos tertulianos tan sólo enredados en el matiz. El Tablero es un programa de cocina que sólo podía funcionar con la derecha en el poder. La "izquierda de resistencia" (Ramón Espinar) que preparaba Iglesias murió el mismo día de su lanzamiento: el pasado 23-J.
La red social me permitió bucear en su pecado, definido asamblearia y anónimamente por la secta del pseudónimo partisano y el triangulito rojo junto al nombre. Compartir una entrevista de Juan Carlos Monedero (¡de Monedero!) en El Mundo y terminar su programa con un alegato antisectario lo han condenado. Las ovejas descarriadas de la boomerada ideológica adivinan en Gregori unos modales más cercanos a Yolanda Díaz que a Iglesias. Por mucho que celebre el centenario de Lenin con un tuit mono, les huele a menchevique.
Gregori ha quedado a la intemperie en una órbita zurcida a base de discursos moralistas y postureo, ultravigilada, encadenada a unas reglas absurdas. La paranoia es tal que Diario Red —el Mundo Obrero de Podemos donde también escribe Gregori, insisto, sin comprar toda la mercancía— aseguró que este periódico "elogia a las juventudes de Vox" por el mismo artículo que las juventudes de Vox pusieron el grito en el cielo. Supongo que los nostálgicos del 15-M babean con los vídeos del petting a La Panda del Moco que corría en Ferraz delante de la Policía.
Se publicó el 7 de noviembre, pero lo descubrí la semana pasada. El hallazgo me hizo sentir como en el prólogo de A sangre y fuego, ese texto que Pérez-Reverte defiende como dogma en las escuelas y que guardo en casa firmado por Echanove. Fue Chaves Nogales quien nos enseñó a buscar la disidencia por ambos flancos. Ayer le dieron a Gregori la mejor noticia de su vida: una vez purgado por Iglesias, puede ser periodista.