Cuando hace nueve meses Pablo Iglesias forzó la dimisión de Monedero de todos sus cargos orgánicos en Podemos, mi heterónimo el Arponero Ingenuo se atrevió a hacer un pronóstico en lo que entonces sólo era el Blog de El Español:
"Tal vez haya también llegado la hora de ajustar cuentas con los moderados que, con Errejón a la cabeza, están desvirtuando el espíritu fundacional de Podemos. Tras el turno de los "ultra", puede llegar el de los "citra". Golpear a quienes se pasan y a quienes no llegan. Ese es el sino del Incorruptible, del jefe revolucionario a quien le están vedadas las emociones. A un bandazo ha de sucederle otro de signo opuesto, con tal de preservar el único propósito permanente, el principio y el fin de todas las cosas: la conquista del poder... al servicio del pueblo".
Buen conocedor, como Iglesias, de las vicisitudes de la Revolución Francesa, el Arponero se refería a las purgas encadenadas del 1 y 10 de Germinal del año II (21 y 30 de marzo de 1794) cuando Robespierre envió sucesivamente a la guillotina tanto a los "indignados" que lideraba el furibundo Hebert como a los "indulgentes", encabezados por sus amigos personales Danton y Desmoulins.
Es obvio que el Arponero sólo se ha equivocado en el ritmo de los acontecimientos. "La hora" ha tardado algo más en "llegar". Pero eso no hace sino confirmar que lo más subyugante de la Revolución es su trepidación irrepetible. Episodios que en un microclima de pachorra colectiva como el de la España actual -con sus recurrentes "cerrado por vacaciones"- tardan en madurar unos cuantos meses, en la almendra central del Sena se gestaban y saldaban en aquel momento con la muerte en unas pocas jornadas vertiginosas.
Aun con este decalaje, todo lo sustancial se ha repetido miméticamente en el plano simbólico. Monedero fue "decapitado" porque sus chanchullos fiscales y lazos con Venezuela suponían un lastre que, unido a su intransigencia, perjudicaba las expectativas de Iglesias. Errejón ha sido ahora reducido a la impotencia, mediante la liquidación de su más fiel escudero, porque su flexibilidad ante el dilema de permitir la investidura de Sánchez, reducía el margen de maniobra de Iglesias. Sus otrora lugartenientes son ya dos muertos vivientes a los que se les permite participar en el espacio público siempre que lleven la cabeza bajo el brazo.
Errejón ha sido ahora reducido a la impotencia porque su flexibilidad ante el dilema de permitir la investidura de Sánchez reducía el margen de maniobra de Iglesias
Sin el carisma del maldito que envuelve a Monedero, el sector anticapitalista, representado por exaltados de menor envergadura como Miguel Urban o la pareja meridional que forman Teresa Rodríguez y el Kichi, ha quedado reducido a un papel de guardián testimonial de las esencias. Su ansiedad en pro de unas nuevas elecciones le resulta de hecho muy útil a Iglesias como cohete propulsor de su soterrado pacto con Rajoy.
Privado de la secretaría de Organización que manejaba el "guillotinado" Sergio Pascual y situado bajo sospecha y vigilancia por las genéricas descalificaciones contra sus partidarios, Errejón ha perdido su principal punto de apoyo como contrapeso racionalista a la pulsión apache de Iglesias. La cabeza de Pascual rodó al filo de la medianoche, a la misma hora en que los guardias revolucionarios irrumpieron en los domicilios de Danton y Desmoulins en la rive gauche.
Iglesias, como Robespierre, ha golpeado sucesivamente a un lado y al otro. Y lo ha hecho pidiéndonos, como hacía el diputado de Arras, comprensión e incluso lástima ante las desagradables obligaciones que en materia de lazos personales le impone su compromiso revolucionario. "Del mismo modo que un gobernante debe tomar decisiones difíciles, a veces un secretario general también debe hacerlo", asegura el líder de Podemos en la reveladora carta que con el título Defender la belleza difundió poco antes de asestar su golpe letal.
Se trata de un texto digno de exégesis que haría las delicias de los frikies de la Sociedad de Estudios Robespierristas de París. Por un lado refleja las paranoias de Iglesias sobre esos "sectores oligárquicos" que, a su entender, se despiertan cada mañana con el único propósito de "acabar con Podemos" mediante la técnica de "sembrar la cizaña". Tal amenaza es la que legitima a Iglesias para exigir que "no hagamos el juego a nuestros adversarios" y depurar a quienes tras "cometer errores" deben pagar por ellos, "asumiendo las responsabilidades".
Ese ha sido el destino del tal Sergio Pascual, cuya cabeza ya está siendo exhibida en la punta de una pica ante los ojos del recluido Errejón, igual que los sans culottes paseaban la de la princesa de Lamballe ante el ventanuco de la habitación del Temple que servía de prisión a su amiga María Antonieta. No en vano J. M. Thompson, autor de la que aún sigue siendo biografía canónica de Robespierre, subrayaba su facilidad para "denunciar a hombres que habían sido sus amigos y habían compartido su mismo credo". Saturno devorando, no ya a sus hijos, sino a sus hermanos.
Lo más relevante de esa "carta a los círculos y a la militancia" son, por otra parte, los párrafos en los que, invocando a Marx -"aquel barbudo de mente genial"- como Robespierre invocaba al Ser Supremo, Iglesias define las reglas del juego dentro de la vanguardia revolucionaria. "En Podemos no hay ni deberá haber corrientes ni facciones que compitan por el control de los aparatos y los recursos" porque "la organización y sus órganos son instrumentos para cambiar las cosas, no campos de batalla".
O sea que hemos pasado de la ingenuidad de la democracia asamblearia al realismo del centralismo democrático, acorde con esa tradición comunista que Iglesias tanto admira. Y para justificarlo se apoya en otro de sus profetas favoritos: "Gramsci sabía que el Príncipe en el siglo XX no era tanto un gobernante como el partido, pero el partido nunca es un fin... es también el instrumento puesto al servicio de la dignidad de la gente".
Hemos pasado de la ingenuidad de la democracia asamblearia al realismo del centralismo democrático, acorde con esa tradición comunista que Iglesias tanto admira
Ahí está la clave. Igual que para Robespierre el principio inapelable era el bienestar del "pueblo", para Iglesias lo es "la dignidad de la gente". ¿Y quién es el "pueblo", quién es la "gente"? Muy sencillo: los movilizados por ellos mismos como representación icónica del todo. Ayer en el espacio urbano, hoy en las redes sociales. El "pueblo", la "gente" son quienes piensan como ellos, quienes actúan para ellos, quienes respaldan su liderazgo.
No es casualidad que ese mismo párrafo de la carta de Iglesias se tiña súbitamente de rojo: "Si de las cuentas que uno hace en la pizarra brota la sangre, las ciencias deben ponerse a trabajar para cerrar esas heridas". El que avisa no es traidor. Que nadie diga luego que no lo sabía. Puesto que va a haber herida, vayamos preparando la venda.
Para edulcorar lo que, más que pragmatismo, es inclemente rudeza -véase como le han hecho la "autocrítica" al difunto Pascual- Iglesias recurre al subterfugio emocional. Primero habla de fraternidad: "La unidad de nuestro proyecto y el compañerismo están siempre por encima de las lógicas que pudren los partidos". Luego de "pasión, ilusión y lealtad". "No perdamos ese brillo", dice para desembocar en categorías ya sublimes: "Se nota que os queréis... defendamos esa belleza que nos es propia".
¿Qué es todo esto sino una calcomanía de la famosa ecuación de Robespierre sobre los medios y los fines, sobre "el terror y la virtud"? La enunció ante la Convención el 17 Pluvioso del año II (5 de febrero de 1794), poco antes de golpear a diestra y siniestra: "Los resortes del gobierno popular en la Revolución son a la vez la virtud y el terror. La virtud sin la cual el terror es funesto. El terror sin el cual la virtud es impotente".
Iglesias ha solventado la crisis interna recurriendo a Pablo Echenique con la misma habilidad con que Robespierre se apoyaba en los momentos críticos en el paralítico Couthon, su "segunda alma" según Michelet. Hasta la silla de ruedas inteligente del líder de Podemos en Aragón parece inspirada en el sillón articulado mediante una manivela con forma de molinillo que transportaba a aquel diputado por el Puy-de-Dôme. Cualquier turista puede verlo en el Museo Carnavalet. Nadie como una persona con voz propia y el mérito añadido de sobreponerse a una discapacidad física para aventar recelos y suscitar simpatías hacia su patrocinador.
A pesar de este último detalle nada banal, estamos como de costumbre ante un paralelismo histórico lleno de imperfecciones. De hecho, el biotipo de Robespierre casaría mejor con el carácter y hasta el físico, o al menos las gafitas, de Errejón, mientras en Iglesias emergen la audacia de Danton, el hedonismo de Danton -"virtud es lo que yo practico todas las noches con mi mujer"-, los golpes de efecto de Danton y las sombras del dinero extranjero de Danton.
Nadie como una persona con voz propia y el mérito añadido de sobreponerse a una discapacidad física para aventar recelos y suscitar simpatías hacia su patrocinador
Cuando el gran Condorcet se preguntaba irónicamente "por qué Robespierre está siempre rodeado de mujeres" apuntaba a su misoginia. Un comentario equivalente sobre el juego de tronos en el que suben y bajan Tania, Irene, Carolina o Rita no escondería paradoja alguna. Pero la respuesta sería la misma, referencia machista al margen:
"Lo que pasa es que la Revolución es una religión y Robespierre ha creado una secta: es un cura que tiene sus devotos, pero toda su fuerza está en las hembras… Se ha hecho una reputación de austeridad que apunta a la santidad. Sube sobre los bancos, habla de Dios y de la Providencia, se dice amigo de los pobres y de los débiles... Robespierre es un cura y no será nunca otra cosa”.
Si alguien dudaba aún de la envergadura, y el peligro, de este Pablo Iglesias al que acabamos de ver estrechar la mano de Rajoy con un guiño de complicidad en la mirada, la doble purga que ha acometido en su partido confirma su instinto depredador. Al verle entrar en acción es inevitable sentir la mezcla de repulsa y fascinación que producen los tigres de Bengala cuando se abalanzan sobre su presa.
En aras de la prolongación del espectáculo yo sólo me atrevería a sugerirle que no cometa el mismo error que acabó con Robespierre el 9 Termidor. Es decir, que identifique con precisión a sus enemigos en lugar de referirse genéricamente a sus conductas. No vaya a ser que, sintiéndose tantos amenazados, lleguen un día a la conclusión de que la única manera de preservar sus cabezas sea cortándole la suya.