Este sábado he cumplido 64 años y lo he festejado dejándome llevar por los aires de clarinete y el pespunteado de music hall de la canción que Paul McCartney compuso hace ya medio siglo en homenaje a su padre. Aún sigo tarareándola -"When I get older losing my hair, many years from now..."-, sin que me importe demasiado que sea ahora, y no dentro "de muchos años", cuando haya empezado a hacerme mayor y me toque seguir perdiendo el poco pelo que me queda.
Sé que he cruzado una frontera, acompañado por las "birthday greetings" de quienes me quieren y con una buena "bottle of wine" sobre la mesa. No tengo intención de "rent a cottage" en la Isla de Wight ni echo de menos a ningún "grand children" sobre las rodillas, aunque os pediré algo a los que podéis leerme cada domingo desde hace 40 años.
El tiempo no pasa para nosotros, pero nosotros sí pasamos para él. Cuando decidí basar esta Carta en "When I'm sixty four" me acordé de que ya lo había hecho el día que su autor llegó a esa misma edad. Y convencido como estaba de que había ocurrido hacía cuatro o cinco años como mucho, me quedé chafado al comprobar que ya han transcurrido diez. ¡Una década completa!
McCartney cumplió los 64 el 18 de junio de 2006. Era la fecha del referéndum sobre el malhadado Estatuto catalán y, como yo sabía bien a qué distancia estaba ya de alcanzar su misma cima, apenas me detuve en preguntar con la canción si a partir de 2016 alguien seguiría felicitándome el día de los enamorados -"will you still send me a Valentine?"-, para plantear en cambio cual sería el estado de salud de España.
Me apalanqué para ello en la pregunta que acababa de hacer al presidente Zapatero en la entrevista que marcaba el ecuador de su primera legislatura: "¿Se sentirá responsable si dentro de diez años Cataluña inicia un proceso de ruptura con el Estado?". Y en el optimismo de su contundente respuesta: "Dentro de diez años España será más fuerte, Cataluña estará más integrada y usted y yo lo viviremos". No he cambiado ni la coma.
Al rememorar ese diálogo he subido el volumen de la música. Hoy no es día de balances políticos sino de mirarse al espejo para comprobar si sigo siendo o no aquel adolescente que en 1967 compró el long play del Sargento Peppers, con su deslumbrante portada pop, en una tiendecita de discos, adosada al quiosco de la música de la plaza del Espolón de Logroño, a cincuenta metros de los cojones de bronce del caballo de la estatua del general Espartero. Al lado había una floristería desde la que mandé el primer ramo de rosas a mi profesora de inglés.
Hoy no es día de balances políticos sino de mirarse al espejo para comprobar si sigo siendo o no aquel adolescente que en 1967 compró el long play del Sargento Peppers
Lo mejor de aquel LP, después de sus canciones y su carátula, eran las letras impresas en el interior. Quedé fascinado por "Lucy in the Sky with Diamonds", sin darme cuenta de que la Banda de los Corazones Solitarios del Sargento Pimienta no sólo se refería a una tal Lucía, a la que le daba por surcar el cielo con un collar de diamantes, sino al acrónimo de la lisérgica sustancia que conducía a mi generación de viaje en viaje. "When I'm sixty four" me pareció en cambio sólo divertida y pintoresca. Un relato de algo que les pasaba a otras personas muy distintas a mí. Eso mismo pensó McCartney al escribirla a los 24 años.
Y sin embargo no hay como tener una referencia mítica en la cabeza para terminar sobrepasándola. El orwelliano 1984, la odisea de 2001 y así sucesivamente. Lo de los sixty four le ocurrió a Mc Cartney hace diez años, a mí desde este sábado; y aquí seguimos tan pimpantes. He leído que él dará pronto un gran concierto en Madrid y confío en que 2026 sea un buen año para mí. Por eso canturreo lo de "will you still need me? will you still feed me?", con tan mal oído como poca ansiedad.
Más que a mi familia, os lo pregunto a los lectores: ¿seguiréis necesitándome, seguiréis alimentándome? Doy por hecho que sí porque en esto siempre hay reciprocidad y yo os seguiré necesitando y procuraré esmerarme aun más, si cabe, con este dominical extracto alimenticio de historias, debates y anécdotas prestadas.
Aunque "al volver la vista atrás veo la senda que nunca se ha de volver a pisar", no por ello dejo de sentirme orgulloso del camino recorrido en tan buena compañía como la vuestra. Hace unos días una amiga vinculada al mundo académico me regaló tres aretes de plata con tres nombres grabados en su interior: "Diario 16, El Mundo, EL ESPAÑOL". Me explicó que el llevarlos en la oreja era uno de los privilegios de los marinos que habían cruzado los tres grandes cabos que separan los océanos: el de Buena Esperanza en Sudáfrica, el de Hornos en el extremo meridional de Chile y el de Leeuwin en Australia.
Más que a mi familia, os lo pregunto a los lectores: ¿seguiréis necesitándome, seguiréis alimentándome? Doy por hecho que sí
Es cierto que revivir un periódico que era ya cadáver y fundar otros dos equivale a cruzar los quicios de las tres puertas que abren inmensidades ignotas en los grandes océanos australes. De ahí que encuentre tan apropiados los otros dos privilegios de los portadores del triple anillo: permanecer cubiertos delante de los reyes y tener derecho a mear contra el viento.
Lo primero es más fácil de entender que lo segundo. Al cabo de tantas batallas y cicatrices ya nunca inclinaré la cerviz ante ningún poder humano. En cuanto a lo de mear contra el viento hay varias interpretaciones, a cual más extravagante. Desde que eso implicaba hacerlo encaramado en la proa y no cubierto de agua en la popa, hasta que servía para que el rebote del propio orín ayudara a cicatrizar las llagas que las faenas marineras causaban en las manos. La explicación que a mí me atañe es la que implica un desafío a las leyes de la física y las fuerzas de la naturaleza, la que supone perseguir un propósito aun a costa de correr riesgos probables y asumir perjuicios seguros.
Vista de esta manera, la disposición a mear contra el viento no es sino una forma gráfica y aventurera de referirse a lo que los griegos llamaban parrhesia: el empeño en decir verdades inconvenientes. El filósofo Michel Foucault acotó el concepto en la primera de las seis famosas conferencias que pronunció sobre el tema en Berkeley: “La parrhesia es una actividad en la que el que habla arriesga su vida porque entiende que decir la verdad es un deber que puede hacer mejores a los demás y también a uno mismo".
Si no pareciera pretencioso diría con Foucault que el buen periodista es un “parrhesiastes” que “pudiendo permanecer en silencio” y sabiendo que “puede ser exilado o castigado”, siente “la obligación moral” de criticar a “alguien poderoso que está por encima de él”. Así lo hice con los golpistas del 23-F, los organizadores de los GAL y la corrupción del felipismo, los policías y jueces que manipularon la investigación del 11-M -mi "Yo acuso" sigue vigente- o al descubrir en mis "cuatro horas con Bárcenas" las pruebas de la financiación ilegal del PP y de la implicación directa de Rajoy en su encubrimiento.
Todos sabéis cual fue mi "castigo" por esta última meada contra el viento. Incluye la pena accesoria de "exilio" televisivo que aun arrastro -ni siquiera un programa amable como el de Bertín ha podido burlarlo- y tanto duele a algunos compañeros contaminados por su cercanía. Les parece indecente que los tentáculos del poder traten de asfixiar a un recién nacido como EL ESPAÑOL. A mí me parece lógico, sabiendo la que se les viene encima. La injusticia no induce a la vacilación sino a la tenacidad. Tengo grabada en plata la divisa de Seneca: "Adversarum impetus rerum viri fortis non vertit animum". "El ímpetu de los adversarios no puede con el hombre valiente".
Todos sabéis cual fue mi "castigo" por la última meada contra el viento. Incluye la pena accesoria de "exilio" televisivo
No añadiré, como el estoico cordobés, que "la virtud está ansiosa de peligros" pero sí, como Montaigne, que "el precio da valor al diamante, la dificultad a la virtud, el dolor a la devoción y la acritud a la medicina". Alguno de los grandes generales de la antigüedad solía decir que cuando no hacía la guerra no había ninguna diferencia entre él y su palafrenero. "El honor que se obtiene pagando un alto precio es el que procura una dicha mayor", asegura Lucano.
No tengo la menor duda de que la determinación de EL ESPAÑOL a hacer periodismo de calidad en internet tendrá su recompensa y de que cuanto mayores sean el ostracismo y la inquina gubernamental, más dulces serán las mieles del triunfo. Nuestra progresión es constante e imparable. Puedo adelantaros que en su quinto mes de vida nuestro periódico superará los cuatro millones de lectores y los 12.000 suscriptores. Pero seguimos incorporando talento al proyecto –hoy anunciamos el fichaje del brillante economista Daniel Lacalle- y por eso necesito “a little help from my friends”, como decía otra de las canciones de ese disco.
Vosotros podéis acelerar el crecimiento y anclar nuestra independencia frente a las contingencias de la publicidad, haciéndoos leones. Este 64 cumpleaños coincide prácticamente con mi cuarenta aniversario como articulista dominical. Primero en ABC con aquella "Crónica de la Semana", luego en Diario 16 ya como director, después en El Mundo, ahora en EL ESPAÑOL. Si os parece que mi esfuerzo semanal merece alguna contrapartida, el único regalo de cumpleaños que me hará feliz es vuestra suscripción anual. O la de algún familiar o amigo. Durante las próximas 64 horas sólo os costará 64 euros. A ese precio es un regalo de ida y vuelta.
¿Pero qué más puedo anhelar sino que me ayudéis a seguir desafiando a los dioses, apuntando contra el vendaval, ensanchando la contribución de este periódico a la regeneración política, prolongando la felicidad diaria de la brega en la redacción con los compañeros, de modo que todos nos ahorremos -como pedía Horacio- "una vejez triste y sin cítaras"?